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Degustábamos huevitos de chocolate sentados en la banca de entrada en un centro comercial de la CDMX; era tarde y yo esperaba el camión que me trasladaría a Puebla; mi acompañante era el chofer de la camioneta que nos había llevado hasta ahí. Habíamos hecho migas desde el inicio del viaje cuando le dije: “si soy chofera, ¡se raya!” Yo no había comido y traía una hamburguesa doble que partí a la mitad y empecé a comer. En ese compás de espera él sacó de una bolsa de plástico una sandalia color azul rey de la que colgaban múltiples hilos de colores y dijo:

–¿Sabe que tejo?

–¿Cómo la teje?, pregunté.

–Con nudos -me instruyó-, los colores que lucen se anudan encima, los de amarre, abajo -me mostró-. Antes salía a carretera y me gustaba mucho por los paisajes, los árboles, las ciudades que atravesaba; ahora me aburro al trasladar el pasaje de una estación a otra dentro de la ciudad; es mucho el tiempo de espera entre corrida y corrida y de noche es más pesado, por eso traigo mis cobijas y almohada, y como no me gusta perder el tiempo, busqué en internet y aprendí a tejer.

Mientras platicaba le dio varias vueltas al nudo y nudo aún a ciegas.

A bocajarro me preguntó:

–¿Sabe usted nadar?

— Sí.

–¡Yo en un chapoteadero ya me estaba ahogando! Enséñeme cómo se flota.

Me levanté y como si volara, empecé a mover brazos y manos en armonía y, sin dejar de moverlos, me paré en un pie para mover la otra pierna y pie suavemente y mostrarle que los cuatro miembros del cuerpo deben estar en movimientos suaves y armoniosos, sin importar si es de arriba para abajo o en círculos, pero no dejarlos de mover; mantener la columna recta y estirada y, el cuello y cabeza igual pero fuera del agua, ya que todo junto con la densidad del agua hacen que el cuerpo flote; que nada debe interrumpir la armonía del movimiento y aunque se desestabilice, lo vuelve a recuperar enfocado.

–¿Sabe? -me reveló en tono de confidencia-. Cuando era yo niño y estudiaba la primaria en Texcoco, siempre quise saber cómo se decía mi nombre en inglés… Y descubrí que John es Juan, y ligué el Hot Wheels, “ruedas calientes” a mi apellido, Rueda ¡Wheels! y entonces yo me llamo ¡John Wheels!

¡Reímos cómplices!

Llegó mi camión y a cambio de su secreto le ofrecí la intacta mitad de mi hamburguesa para cuando le arrecie el hambre en la soledad de la noche; él me la intercambió por una botella de agua. Con gran ánimo me despedí: “¡Hasta pronto John Wheels! Y partí feliz con mi botella de agua.

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
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