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La vida es incomparablemente más rica que los conceptos y tipos contenidos en las normas jurídicas
Eugene Ehrlich

El confinamiento ejercita mi memoria. Recordar es uno de los dones más apreciados del ser humano. Evoco mi pasado y me regodeo en algunos discursos que he pronunciado, ¡qué enorme privilegio exponer ideas e intentar convencer a quienes toman decisiones! Diría que es un acto amoroso. Disculpe este inicio un tanto cursi para relatar algunas experiencias de mis 15 años de representante popular.

El más auténtico y relevante trabajo de un legislador es el parlamentario: estudiar, analizar, deliberar sobre asuntos jurídicos y políticos. En la LV Legislatura, fines de 1991, se discutió una reforma trascendental, la del artículo 27 constitucional para terminar el reparto de la tierra y permitir la escrituración en propiedad del ejido.

El PRD (opuesto al cambio) propuso incorporar el derecho a la alimentación. Al responder como parte de la bancada priista, sostuve que no confundiéramos normas jurídicas con políticas públicas. Citando a Guillermo Floris Margadant, señalé que el derecho es similar a la maleza, tiende a la exuberancia, y que nuestra Constitución debía ser podada para convertirse en auténtica ley y no un enunciado de buenas intenciones. Esto enardeció a la oposición. Raymundo Cárdenas me refutó, alegando que, en tal caso, legalizáramos la corrupción, el poder absoluto del presidente y la explotación de los trabajadores. El debate, para malestar de mis compañeros de partido, se prolongó varias horas.

Según recuerdo de mis lecciones de filosofía del derecho, es evidente que, de lo que es, no se infiere lo que debe ser. Por lo tanto, el derecho intenta corregir lo que está mal para acercarlo al valor de la justicia que pretende proteger. Es una respuesta a nuestra inconformidad con la realidad.

Hoy, insisto, el derecho mexicano requiere una podada. El verbo podar implica una necesaria tarea: quitar lo dañino, lo que estorba, lo que no sirve, lo que impide a los organismos desarrollarse en plenitud, en todo su potencial.

Tiempo después, como senador del PAN expresé que nuestra Constitución era un bodrio y una monserga. El respetable jurista Ignacio Burgoa, autor de muchos libros sobre los cambios que requiere nuestra carta magna, declaró que yo “debería ser quemado en leña verde”.

Bodrio es la comida que se repartía en los conventos a los pobres durante la Edad Media, una mezcolanza de las sobras. Nuestro derecho se ha conformado de diversas y contradictorias corrientes políticas, dependiendo de su predominancia en nuestro devenir. Así, encontramos la influencia de la Constitución de Estados Unidos en la Independencia, el liberalismo en la Reforma, el positivismo en el porfiriato, el jacobinismo y un chapurreado socialismo de la Revolución, el estatismo del nacionalismo revolucionario, vuelta al liberalismo, ahora denominado neoliberalismo. El más grave, el populismo de cada sexenio, con la excepción del gobierno de Ruiz Cortines (dos artículos reformados).

Monserga es lo que obstruye. Cuando nuestra ley fundamental protege al Estado del ciudadano, debiendo ser lo contrario, es evidente que la agresiva palabra se justifica.

Por último, dije que México tenía un derecho masturbatorio. Lo sostengo. Manoseamos la realidad, pero no la mejoramos. Experimentamos una sensación efímera de satisfacción para caer de nuevo en un profundo desencanto y anhelo de justicia. Tenemos leyes que son mentiras, no se cumplen.

Estamos ante un enorme desafío. Nuestra lenta Suprema Corte, dado su acostumbrado rezago, habrá de tomar decisiones cruciales en los próximos meses. Es urgente dotar a México de instrumentos legales que permitan cerrar la brecha entre el México real y el que prescriben nuestras normas.

El confinamiento también me ha traído coraje. Al escuchar a nuestro presidente y al “dirigente” de su partido proferir tantas barrabasadas, reafirmo lo sostenido: no hagamos demagogia con el derecho.

Por: Juan José Rodríguez Prats

Correo: rodriguezpratsj@gmail.com

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