Fue uno… fueron dos…. fueron tres… Fueron más allá con cuatro y cinco… No sé cuántos pero no se detuvieron. Cuando quieres destruir a alguien dicen que te ciegas, y no sabes cuántos intentos realizas hasta que logras tu comentido. De hecho no los cuentas, sólo tiras a matar hasta que le das.
Dejas de ennumerar sus intentos para destruirte por esquivar golpes y estrategias; te enfocas en la defensa para adelantarte a lo que viene. Sabes que no van a parar hasta quitarte del medio porque estorbas. Mandan misiles a diestra y siniestra, con propios y extraños, de frente y por la espalda, por aire y por tierra: ¡quieren aniquilarte! Juegan a la ruleta rusa sin saber que la bala les puede tocar a ellos.
Sigo contando: seis, siete, ocho… Juegan al villar, tiran el golpe a lo loco y a matar; quieren estrellar la bola blanca sin saber que este juego es exacto, geométrico y frío; intentan dar el toque certero en el ángulo preciso y directo para quebrarte; lo ensayan pero fallan y, por efecto de carambola, sin dar en el blanco, logran su cometido de hacer daño ¡tan cerca!, pero no en el blanco; le pegan a la bola roja ¡y ésta se revienta!
No calculan que una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil. No calibran que jugar carambola con piezas sólidas, infinitamente cohesionadas con amor incondicional, al rebote de los misiles, le da a quien no presintieron.
No, ellos no lo aniquilaron, no. No, tampoco tienen responsabilidad directa de las consecuencias, no. Pero con el juego que decidieron jugar, la forma en que decidieron actuar, y los resultados que consiguieron… ¡Claro que abonaron al desenlace!
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