Bien dicen esos dichos imperdibles: “Jalan más los cabellos de mujer que una yunta de bueyes”. El origen de todo fue la defensa del género, la bilis confundida con la razón y la congruencia… una gran rectificación en ciernes, pues lo legal no se les da.
La legitimidad a la que tanto apuestan en su retórica escapista es harto confusa, pues su bono democrático y su compra asistencialista de voluntades no les ha garantizado eficacia en el arte de gobernar. Rectificar acciones ha sido la constante en cuanto a la formulación de leyes y normas, que solo apuestan al blindaje de la estupidez.
Siempre lo hemos dicho —y los cánones de la ciencia política lo afirmaron desde su concepción—: “Con afectos no se gobierna”.
Desde ahí se empieza a trastocar todo Estado de derecho.
Se apuesta a esa mayoría ficticia, con la supuesta aprobación de toda acción de gobierno en los tres órdenes. No se discute, no se escatima. Pero ojo, el propio AMLO decía: “El poder atonta”… y ejemplos sobran a lo largo y ancho de todos los gobiernos prietos emanados de la 4T. Los gobernadores cuatroteístas han convertido cada uno de sus estados en un feudo de soberbia y abuso de poder.
Retórica falaz, acciones de carpa, burocratización excesiva, austeridad encubierta de mediocridad, discurso vano que alude al pueblo, al humanismo, al amor, al combate a la corrupción, al pasado —ese pasado alabado del que beben a diario sus elementos discursivos—, todo para tapar la ineptitud e inoperancia presente, que se agrava cada día más.
Muchos afines a Morena, no se discute, apostaban a que la “Señora PresidentA”, por ser de talante académico, cambiara muchas formas. Sin embargo, solo logró acorrientar la política y convertir el sexenio en una sucesión de ocurrencias. Todos pensaron que, por ser científica, no caería en esa dinámica de burla, promesas vacías y “otros datos”: esos datos envenenados que marcaron el sexenio de la mentira.
Así se replican las manufacturas de leyes, con base en el blindaje de sus acciones y abusos, y en minar la crítica.
Así llega después la rectificación, y el intento de hablar lo menos posible de los errores.
Que un gobierno acepte que se equivocó pocas veces se ve, aunque —dicen los expertos académicos, intelectuales y juristas— aceptarlo habla de la gran humildad del gobernante y, tal vez, de su paso a ser considerado un verdadero estadista… “dicen”.
De lo contrario, solo será recordado como un mamarracho más de su estado.