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Fue hace como cinco años. Uno ya era socio regular, el otro jamás lo había visto. De hecho, esa tarde se inscribió; era la primera vez que entraba a un gimnasio.

Tenía rato de conocer a su hijo, más no a su papá. Un sujeto alto, casi igual de estatura que el “junior”, sólo que delgado y algo tímido, callado, reservado; era redactor o algo así según escuché cuando mi papá (quien fuera Mr. México en el 2002, 2003 y 2006 lo midiera, pesara, le diera su rutina de entrenamiento y dieta).

En aquellos tiempos yo cursaba el último semestre de la preparatorio del Centro Escolar Niños Héroes de Chapultepec, y aunque no había subido a tarima era uno de mis máximos sueños (aunque tenía una lesión lumbar que lo impedía), por ello papá me daba rutinas precisas para evitar cargar de más y sufrir otra contusión.

Me sentía frustrado, fracasado, molesto (algo que después de conocerlo aprendí a superarlo).

Los días continuaron hasta que una vez el nuevo socio me pidió ayuda:

Me percaté que en bicicleta (antes de comenzar con las cargas) siempre llegaba no tanto con mirada de “malo” como muchos lo hacen para presumir o para que no los molesten en sus entrenamientos, sino mirando al suelo, como para pasar desapercibido.

Usaba poco peso hasta que fue agarrando más fuerza y fue precisamente en sentadilla libre cuando yo cruzaba donde pidió que le apoyara.

  • Oye, ¿me ayudarías?
  • Va amigo, ¿cuántas debes sacar?
  • Máximo 12

Me parece que tenía discos de 15 kilos en cada esquina, no era mucho peso, pero para un principiante sí.

Se veía furioso.

Frente a él había un espejo y se observaba cada que bajaba apretando las muelas.

Se desequilibraba al subir, pero lograba controlarse.

Fue entonces cuando le propuse que bajara de peso.

  • Amigo ante todo la técnica, puedes usar los discos de 10, más vale una buena ejecución…
  • ¡No!

Hizo una pausa en la repetición número 8

  • Son 12×4, en todo caso hago 12×3, pero no le bajaré.

Era una triserie, esa noche le tocó entrenar pierna.

Era viernes.

Para eso las bocinas las bocinas del gimnasio tocaban a todo lo que daba el tema “Rock you like a hurricane” de Scorpions https://www.youtube.com/watch?v=6yP1tcy9a10. No sólo los suplementos servían para estimular a las personas que venían a ejercitarse, la música servía como adrenalina.

Aunque también cuando mi hermano ponía “Obertura 1812”, de Piotr Illych Tchaikovsky https://www.youtube.com/watch?v=xnYtJSnxncQ José se convertía en un volcán.

Esa noche había poca gente, bueno, la verdad los viernes suelen venir pocos a entrenar.

Lo que pude notar es que entrenaba como bestia.

Aunque tomaba sus respectivos descansos, siempre hacía una o dos repeticiones de más en cada serie.

Le daba mucho al tren inferior, y eso pocos. Muchos se preocupan más por el pecho y los bíceps.

Pero le cuento que ese viernes fue especial, y no porque lloviera, sino porque algo raro sucedió.

De pronto salió del sanitario asustado.

No se podía controlar

Trataba de pedir ayuda, pero no podía, o no quería…

El caso es que sufrió un ataque cardiaco.

Aunque se desmayó, minutos después se reincorporó solicitando auxilio de un colega donde trabajaba para que viniera por él.

En el GYM todos estábamos paniqueados.

Todos (o los pocos que estábamos) dejamos de realizar nuestras actividades.

Íbamos a llamar a la ambulancia, pero nos los impidió.

  • Esto es pasajero, pronto estaré bien, le comentó a Papá
  • ¿Seguro?, en todo caso te llevo a casa, quiero que estés bien…
  • No hay problema, ¡gracias!

El contador de la empresa donde trabaja lo llevó a su domicilio; seguimos con lo nuestro hasta que cerramos a eso de las 10 de la noche.

El sábado no vino.

El domingo descansamos.

Fue hasta el lunes cuando se reincorporó.

Tenía ya un mes de estar con nosotros: conocía bien a mi hermano mayor Damián, mi mamá Gilda, papá Rogelio y nuestra dócil perra (Luna) que siempre nos acompaña por las tardes noches.

Se convirtió en algo más que un socio, en parte de la familia.

Fue cuando mi amigo José se presentó formalmente.

Esperaba hasta el cierre del GYM para colaborar en el acomodo de discos, barras y poner todo en su lugar para el día siguiente (parecía que el gimnasio era suyo… lo amaba).

Sin embargo, sus ataques también a él, y no lo dejaban vivir en paz.

Salí de la prepa, decidí ser nutriólogo y darle una dieta cetogénica, pues me comentó que elevados impulsos cerebrales también provocaban sus recaídas. Decidí apoyarlo de esa manera con base en estudios científicos y desde luego de los profesores. 

Pero de nada sirvió.

Eso sí, no dejaba de entrenar y creció (poco, para qué miento, se marcó bien, aunque sus crisis continuaban y provocaban que se lastimara en ocasiones de más).

Un día le dijo a Damián que estar en el gimnasio es su “templo”, es estar “cerca del cielo”.

Y así lo era: conectaba la música de su celular a la computadora y a ponernos “a jalar”.

El templo era su refugio.

Su liberación.

En él venía a desahogar todas sus frustraciones.

Muchas veces José  fue y ha sido objeto de discriminación, y de niño de rechazo.

En él lo encontré alguna vez llorando, pero a la vez haciendo press con barra o con mancuernas.

No paraba, al contrario, el llanto era su combustible.

Me habló muchas veces de un rancho en Veracruz  llamado El Ojital y lo hermoso que es vivir en las montañas, mirar al cielo, las nubes, escuchar el silencio, el incomparable aroma de la lluvia.

Si algo le llegara a suceder: allá quería ser sepultado.

Yo le decía que estaba loco, tenía mucha pila por delante.

José estaba casado, tenía un hijo y una bella esposa; sin embargo, también una cruz que cargaba desde los 10 años, y lamentablemente ningún médico le había podido aligerar.

Mensualmente tenía sus ataques.

Una vez no supe más de él. Sólo sé que su esposa se lo llevó de Puebla a El Ojital a atenderlo y allá lo controló.

Tiempo después volvió recuperado con el sueño de volver a entrenar y recuperar el tiempo perdido: su meta no era ser un Schwarzenegger (tampoco tanto), pero sí estar atlético.

No obstante, dedicarle tiempo de más a las ocupaciones laborales desviaron su ilusión hasta que un día en tiempos de epidemia por Covid, su esposa llamó a mi celular para darme la noticia de que José había fallecido en casa laborando y dejando inconclusa una novela, así como una carta póstuma dirigida hacia mi.

Ella decía textualmente: “Disculpa por no decirte estas palabras en persona, pero perdí el tiempo trabajando para otros y no en mi. Soñé un sueño y no lo hice realidad, en mi último lecho de muerte quiero que lo cumplas: llévame a un lugar cerca del cielo donde mi espíritu esté cerca de las estrellas. Dile a mi esposa que jamás dejaré de amarla y a mi hijo que siempre será mi héroe; y respecto a ti: no pierdas demasiado tiempo trabajando para los demás y conquista tus sueños. Te quiero hermano”.

Las cenizas de mi amigo José reposan en un nicho ubicado justamente, aquí en esta montaña donde puede apreciar, junto con un llavero de mancuernas y las fotografías de su amada familia.

Hasta siempre hermano!!!

“Aprende como si fueras a vivir toda la vida y vive como si fueras a morir mañana”

Charles Chaplin

Por: Arnoldo Márquez

Foto Margarito Pérez

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