Deseaba tener el encanto natural del suicida, mirar la vena rota de polvos y geranios encenderse de alas y de
bosques. No colgaría de una rama sino del silencio. No habría, por tanto, notas de despedida ni desesperados gritos de socorro. Su vida se derrumbaría sobre
el cauce seco en un barranco…
Pero mientras caía, la cañada se llenó de un torrente de deshielo. Y así, entre burbujas y bocanadas de espanto y de alegría, se dio cuenta de que nunca
había estado más vivo que al momento
de morir.