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La escena transcurre en la sala de la casa familiar, en la víspera de la Navidad de 1946. Los Corleone se han reunido de emergencia. Están todos —Santino, Michael y Tom Hagen; y Tessio y Clemenza—. O casi todos —¿dónde está Luca Brasi?—. Las noticias del atentado contra el Don llegan a cuentagotas y confusas. La tristeza es grande, pero no hay tiempo para llorar la desgracia:

—Tom, tú eres el consigliere —habló Santino. —¿Qué pasa si perdemos al viejo?

—Si perdemos al viejo —respondió Tom, hundiéndose en el sillón —perderemos todos los contactos políticos y la mitad de nuestro poder. Las otras familias apoyarán a Sollozzo solo para evitar una larga y destructiva guerra…

Santino le interrumpió y comenzó a leer una lista con los nombres de quienes a partir de esa conclusión consideraba sus enemigos:

—Tattaglia, Barzini, Cuneo…

—¿Los matarás a todos? —intervino Michael.

—¡Tú solo atiende el teléfono, Mike! —atajó bruscamente el otro. —Trata de localizar a Luca.

Siempre imaginé que el tipo simpático a quien conocí comiendo tacos y quien todos me cuentan tiene una inteligencia extraordinaria sería, en una hora crítica, más como Michael que como Santino. En su discurso de homenaje a quienes fueron, dijo, “poblanos ejemplares”, sin embargo, a Luis Banck le pasó lo que al mayor de los Corleone y que muy bien glosa mi maestro, Francisco Javier Muñoz: el odio nubló su razón.

En su primer discurso de campaña, una mezcla torpe e incongruente de cursilerías de rigor y consignas justicieras, Banck, el nuevo rostro del grupo político-mafioso que ha gobernado Puebla desde 2010, desaprovechó la oportunidad de presentarse en el escenario nacional como un estadista en ciernes y terminó haciéndola de pirómano. Había que sacar raja política de la tragedia, por supuesto —así lo hubiera querido el homenajeado— pero no a costa de casi acusar de asesinato al presidente de la República.

La muerte de Rafael Moreno Valle y de Martha Erika Alonso de Moreno Valle, el tándem político-matrimonial que recientemente había despejado el camino para instaurar en Puebla la monarquía camotera, ha cimbrado los pilares nacionales. Por sus implicaciones, ninguna otra tragedia política en el último cuarto de siglo puede equipararse a la ocurrida en un paraje polvoriento de Santa María Coronango, el 24 de diciembre.

A diferencia de otros políticos que corrieron con la misma suerte, entre los cuales se cuentan un par de secretarios de Gobernación, Moreno Valle será irremplazable. El megalómano (ex)gobernador construyó para sostener su proyecto presidencial una estructura verticalísima en la que no tenían cabida otros liderazgos. Su muerte significa el descabezamiento y, por ende, el colapso efectivo del morenovallismo. Para no ser aplastados por sus escombros, los desorientados huérfanos de la cofradía del culto a Mammón tienen la obligación vital de ganar la elección que se convocara en breve, cosa que se antoja difícil sin el liderazgo, la disciplina y la capacidad operativa del difunto. Ya habrá tiempo, pasado trance electoral, para que de las cenizas del morenovallismo emerjan otros ismos. ¿Mediará para ello una guerra de sucesión como la española o serán estos príncipes más sensatos? Veremos.

Moreno Valle fue el político más brillante de su generación. Entre otros dones, naturales y preternaturales, tenía el de la ubicuidad política: era a la vez, senador con aspiraciones vicepresidenciales y gobernador de Puebla por la vía conyugal. Desde ese doble asiento se había erigido como el líder de la oposición y había construido en su feudo “una isla de resistencia al expansionismo territorial lopezobradorista” (Arturo Rueda dixit). La desaparición del principal estorbo en el camino de la 4ª transformación ha cogido a Andrés Manuel López Obrador a pie cambiado. El presidente ha bajado muy mal ese balón. No es una canallada exigirle una investigación transparente del accidente.

La nueva elección, no obstante, le brindará a López Obrador  la oportunidad extraordinaria de recuperar lo que los mapaches morenovallistas y Janine Otálora le arrebataron. Muchas veces se ha dicho en éste espacio que para consolidar su hegemonía los carmines deben desarrollar una democracia interna verdadera en la que la selección de sus candidatos suceda mediante procesos justos y transparentes. En éstas circunstancias, sin embargo, lo acertado sería que su líder fáctico fuera pragmático y eligiera digitalmente al candidato que tenga más chances de ganar la nueva elección. Antes, con idéntico pragmatismo, la bancada lopezobradorista en el Congreso local debería imponer su mayoría y designar gobernador interino a uno de los suyos para encaminar la sucesión y rematar al morenovallismo. Reflexionen los diputados: ¿Qué haría Moreno valle si estuviera en sus curules? Pues eso…

Santino golpeó la mesa, furioso:

—¡Será la guerra! —amenazó. —Le dispararon a mi padre, Tom.

—Incluso eso no fue personal, Sonny —aclaró él. —Son solo negocios.

Rafael Moreno Valle fue un déspota que se hinchó los bolsillos a costa del erario. Martha Erika Alonso de Moreno Valle fue su cómplice necesaria impuesta como regente mediante una elección de Estado. Ya lo dijo Don Corleone: Rafael y Martha Erika, nada fue personal.

 

Por: Francisco Baeza Vega

 

 

Por IsAdmin

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