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FERRAN RAMÓN CORTÉS      

En el vestíbulo de la estación de tren, Carmen despedía a su hija, que volvía a su residencia de estudiante:

  • Bueno, hija, buen viaje. Y llámame, por favor.
  • Si, mamá, lo haré. Como siempre.
  • Si, es cierto, no puedo negar que me llamas, pero es que no me cuentas nada. Eres tan cerrada… No se prácticamente nada de tu vida.
  • Bueno, tampoco exageres.
  • No, lo hago, te lo aseguro. Pero es que me entero de todo por los demás. Tienes que ser más comunicativa conmigo, contarme tus cosas.
  • Vale, mamá, dejémoslo aquí. Me voy, que pierdo el tren.
  • De acuerdo, pero escucha lo que te digo: tienes que abrirte más conmigo, ¿lo recordarás?
  • En aquel momento escucho una voz a su lado que le decía.
  • Lo recordará, pero probablemente no lo hará…

Carmen se giró sobresaltada. Y se encontró con un hombre mayor, que con una mirada cálida y la más encantadora de las sonrisas le dijo:    

  • Perdone si la he molestado, no lo pretendía.
  • No, no lo ha hecho. Pero si me ha sorprendido.
  • Lo cierto es que no he podido ignorar su conversación, y me encantaría comentarla.

Carmen seguía perpleja, pero algo le decía que aquel hombre podía tener algo valioso que decirle. Sin pensarlo dos veces, le dijo:

  • Adelante, soy toda oídos.
  • Se lo cuento de camino a la parada del autobús, si quiere.

Empezaron a andar, y Max tomó la palabra:

  • Me llamo Max, y estaría encantado de que nos tuteáramos.
  • Yo soy Carmen, y te escucho intrigada.
  • Carmen, quieres que tu hija comparta su vida contigo, ¿cierto?
  • Si, exactamente. Supongo que en el fondo es lo que quiere cualquier madre.
  • Y por eso se lo pides.
  • Claro, porque es muy cerrada. Se lo guarda todo para ella. Verás, hablamos a menudo, pero no pasamos de las banalidades. No me cuenta nada de su vida personal, y mucho menos de sus sentimientos. No sé si ha tenido una bronca con su jefe, o está triste por algo… ni se absolutamente nada.

Max espero unos instantes en silencio antes de preguntar:

  • Carmen, ¿Cómo va tu vida?
  • Bien, gracias. ¿Lo preguntas por algo?
  • Llegamos a ello enseguida. Cuéntame, ¿ha pasado algo importante últimamente?

“para que se abra contigo, ábrete tu primero.

Son las reglas de la comunicación interpersonal”

Carmen dudo. No sabía si podía y quería sincerarse con aquel desconocido, por más que le cayera bien de entrada.

“Al final decidió tirarse a la piscina”

  • La verdad es que sí; acabamos de conocer el diagnóstico de una enfermedad importante de mi hermana, y estoy muy triste por ella. Estoy preocupada, muy preocupada.
  • ¿Lo has hablado con tu hija?
  • No, no… No le he dicho nada. No necesita saberlo a hora. Además, no quiero que se dé cuenta de que estoy preocupada…
  • Y, en cambio, te gustaría saberlo si lo estuviese “ella”.
  • Carmen, se quedó pensativa. Le salto una alarma, y se apresuró a preguntar.
  • Max, ¿a dónde quieres ir a parar?
  • Verás, Carmen, en lo relativo a la comunicación entre personas, pedir sirve de poco. Predicar con el ejemplo si funciona. Tú quieres que tu hija se habrá, pero tú no te estás abriendo con ella.
  • Pero no es lo mismo, yo soy su madre y tengo mis motivos para actuar a si…
  • Ya, y ella es tu hija. Y seguro que tendrá los suyos… Pero, más allá de vuestros roles, sois dos personas. Dos personas que os queréis y que os podéis comunicar mejor.

Carmen no podía añadir nada al respecto. Se limito a seguir escuchando.

  • Carmen, ¿verdaderamente quieres que tu hija se abra? Ábrete tú con ella. No hay otra receta. Cítala un día y cuéntale sobre ti. Percibirá un espacio de confianza, que es probable que le anime a ella a hablar de ella.
  • ¿Lo dices muy seguro, siempre funciona?
  • Casi siempre. Y, en cualquier caso, es la única alternativa. En comunicación interpersonal no funciona más que predicar con el ejemplo. Si tú le hablas y le cuentas, le estas dando el mensaje de que es digna de tu confianza, y de que te abres con ella. Es probable que solo entonces te corresponda y juntas construyáis un nuevo espacio de confianza.
  • ¿Así de fácil?
  • Y de complicado, porque te toca tomar la iniciativa. Porque, dime, ¿Cómo empiezan las conversaciones cuando os llamáis?

Carmen necesito unos instantes para pensarlo, tras los cuales respondió:

  • Hago lo que haría cualquiera en mi lugar: preguntarle cómo le va, que ha hecho…

Pues la clave es que la llames también para contarle sobre ti, no solo para preguntarle sobre ella. Tienes que ser como espejo en que se mire. Tú tienes que mostrarle el camino. Y esto será especialmente importante cuando os veáis cara a cara…

  • ¿Y no corro el riesgo de que se piense que no me interesa ella y que solo le cuento mis historias?
  • Vas a tener que encontrar el equilibrio. Pero, de entrada, tienes que saber que ella solo se abrirá si te ve a ti hacerlo. Son las reglas de la comunicación interpersonal.

Carmen lo vio claro y estaba dispuesta a probarlo. De hecho, estaba ya pensando en cómo le contaría la enfermedad. Este pensamiento la despisto unos instantes. Cuando volvió a la realidad, Max se había esfumado.

Solo pudo ver un autobús que marchaba, y fue incapaz de ver si él viajaba dentro.

COMUNICARSE EN CONFIANZA

1. En la comunicación interpersonal, pedir no funciona; que me veas practicar lo que te pido, sí.

2. No podemos pedir a los demás lo que nosotros no practicamos, por qué no lo percibirán legítimo. Si tú te guardas lo tuyo, ¿Por qué yo tengo que contar lo mío?

3. Si yo me abro, estoy creando un espacio de intimidad en el que puedes sentir seguridad para abrirte.

4. Decidir no contar, aunque se para “proteger”, daña la confianza.

Enviado y adecuado por:

Juan de Dios Flores Arechiga.

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