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En el antiguo calendario escolar vigente paras los estados del centro y del sur de nuestro país había dos ciclos vacacionales de dos semanas, en mayo y en septiembre, independientes del de fin de cursos que duraba dos meses, los alumnos de secundaria de aquel entonces nos consideramos con algo de razón victimas de cierto grado de crueldad de parte de alguno de nuestros profesores, justo el día viernes previo a las vacaciones intermedias, nos dejaban tareas que debíamos entregar el primer día de clases siguiente, van a leer completo El Cantar del Mío Cid y hacer un resumen de diez cuartillas a renglón cerrado, lo que aparentemente pretendía arruinar nuestro descanso o nuestra diversión sin conseguirlo, los más hábiles escribían un rollo espectacular  de diez páginas la tarde del domingo anterior a la reanudación de cursos, la verdad entonces no estábamos preparados para leer y disfrutar en español antiguo ni El Cid y tampoco El Quijote que eran los predilectos de los maestros.

En mi opinión, como lo pienso ahora, si lo que pretendían era fomentar la lectura en los alumnos por lo menos nos hubieran dejado leer y describir a Robinson Crusoe de Daniel Defoe o La Isla del Tesoro de Robert Louis Stevenson que eran mucho más accesibles para despertar la curiosidad y el interés de los adolescentes, creo que es una introducción más ligera a la literatura y al gusto por la lectura.

Hay de lectores a lectores, algunos presumidos nos hacían creer que eran exquisitos en sus gustos literarios, al contrario de otros con pretensiones más modestas como yo que nos costó más trabajo habituarnos lo que a lo largo de los años a este maravilloso ejercicio.

Pienso que la lectura para las personas debe ser placentera, hacer de ella una obligación es ridículo y no conduce a nada, entender por ejemplo La Divina Comedia a los catorce es un ejercicio reservado para los genios y no para seres comunes como el que escribe, mi gusto por la lectura es reciente si se le puede llamar reciente a algo que comencé a disfrutar hace cincuenta y pocos años, leer y comprender al maestro Honoré de Balzac requiere una especie de curso introductorio, disfrutar la grandeza de su Comedia Humana y la diversidad de los personajes que presenta es un lujo, entender sus diálogos, sus ironías y conocer algo de su biografía, los motivos que le llevaron a ser quien fue, la extraordinaria destreza para mezclar sus personajes en distintas novelas y diferentes tiempos, tan variados fueron sus personajes que Balzac decía con sus propias palabras que su obra servía para hacerle la competencia al registro civil.

Así como el hábito de la lectura es algo que se cultiva, el de la escritura con mayor razón se ayuda con la práctica y en el caso de Balzac se alimenta de la vida misma, hijo de un padre mayor y una madre manipuladora y desequilibrada hicieron del escritor un estupendo analista de la vida y de las personas, el abandono a que fue sometido desde su nacimiento sembraron en el grandes lecciones y desde luego el trabajo y esfuerzo continuo lo hicieron ser uno de los más grandes de la literatura universal.

Hay un personaje de una historia que no se atrevió a firmar con su propio nombre, la escribió en edad temprana que trata de un personaje que en su lecho de muerte convocó a sus acreedores para decirles que no les pagaría el diez por ciento de lo que les debía y se los cumplió con su muerte, no fue su mejor historia ni la más moral pero la traigo ahora para ilustrar que en este tiempo y en este país nos estamos convirtiendo en testigos abrumados por los que ejercen sin pena “el arte de hacerse tontos” los actores de la política de hoy son expertos.

Por: Alfonso Díaz Ordaz Baillères

alfonsodiazordaz@gmail.com

16 de agosto de 2021

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