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En términos budistas, estos factores condicionantes suelen recibir el nombre de «aflicciones mentales» o, a veces, «venenos».

Aunque los textos de la psicología budista consideran una gran variedad de factores condicionantes, todos concuerdan en identificar tres aflicciones principales, que son la base de todos los demás factores que inhiben nuestra capacidad de ver las cosas tal como son realmente. Estas son. La ignorancia, el apego y la aversión.

LA IGNORANCIA

La ignorancia es nuestra incapacidad fundamental de reconocer el infinito potencial, la claridad y el poder de nuestra mente, como si estuviéramos mirando el mundo a través de un cristal tintado: todo lo que vemos queda falseado o distorsionado por el color del cristal. Al nivel más básico, la ignorancia distorsiona la experiencia fundamentalmente abierta de la conciencia, creando distinciones dualistas entre categorías intrínsicamente existentes de «yo» y «otros».

La ignorancia es, por tanto, un doble problema. Cuando establecemos el habito neuronal de identificarnos a nosotros mismos como un «yo» único y dotado de existencia intrínseca, inevitablemente empezamos a ver todo lo que no es «yo» como «otro». Este «otro» puede ser cualquier cosa: una mesa, un plátano, otra persona, e incluso los pensamientos y sensaciones del propio «yo».

Todo lo que experimentamos se convierte, en cierto sentido, en un extraño y, a medida que nos acostumbramos a distinguir a si entre «yo» y los «otros», nos quedamos encerrados en un modo de percepción dualista, estableciendo fronteras conceptuales entre nuestro «yo» y el resto del mundo, «allí afuera». Y este mundo parece tan desproporcionadamente grande que nos es casi imposible evitar empezar a vernos como algo muy pequeño, limitado y vulnerable.

Empezamos a ver a las demás personas, los objetos materiales y demás como fuentes potenciales de felicidad o de desdicha, y la vida se convierte en una lucha para conseguir lo que necesitamos para ser felices antes de que alguien mas pueda hacerlo.

Esta lucha es lo que se conoce como en sanscrito como samsara, palabra que literalmente significa «rueda» o «circulo». Concretamente, samsara significa la rueda o circulo de infelicidad; es una habito que nos hace dar vueltas en redondo, persiguiendo las mismas experiencias una y otra vez, siempre con la expectativa de conseguir un resultado diferente. Si alguna vez has visto a un perro o un gato perseguir su propia cola, pero no están divertido cuando tu propia mente hace lo mismo.

Lo contrario del samsara es nirvana, aunque esta palabra se suele malinterpretar casi tanto como vacuidad. La palabra sanscrita nirvana se puede traducir aproximadamente como «extinguir» o «apagar» (como se apaga la llama de una vela), y muchas veces se le entiende como un estado de dicha o felicidad completa, que surge de la extinción o consumación del ego o de la idea de un «yo».

Esta interpretación es correcta en cierto sentido, pero no tiene en cuenta el hecho de que la mayoría de nosotros vivimos como seres encarnados, viviendo nuestras vidas en este mundo relativamente real con todas sus distinciones morales, éticas, legales y materiales.

Tratar de vivir en el mundo sin atenerse a sus distinciones relativas serian tan absurdo y difícil como tratar de evitar las consecuencias de haber nacido diestro o zurdo. ¿Qué sentido podría tener? Una interpretación mas precisa del nirvana es la adopción de una perspectiva muy amplia, en las que todas las experiencias –ya sean agradables o dolorosas– tiene su cabida como aspecto de la conciencia. Esta claro que muchas personas preferirían experimentar solo las «notas altas» de la felicidad. Pero, como señalo alguien por ahí, eliminar todas las «notas bajas» de una sinfonía de Beethoven, o en cualquier canción moderna, daría como resultado una experiencia bastante triste e insustancial.

Quizás la mejor forma de entender el samsara y el nirvana es como una diferencia de punto de vista. El samsara es un punto que se basa principalmente en definir e identificar con las experiencias, considerándolas como agradables o desagradables, mientras que el nirvana es un estado

fundamentalmente objetivo de la mente: una aceptación de la experiencia sin juicios, que nos abre a la posibilidad de ver soluciones que no Esten directamente relacionadas con nuestra supervivencia como individuos, sino con la supervivencia de todos los seres sensibles.

Y esto nos lleva a la segunda de las tres aflicciones mentales principales:

EL APEGO

Las percepciones de un «yo» separado de unos «otros» es, como ya hemos explicado, esencialmente un fenómeno biológico, un patrón establecido de chismorreo neuronal que señala regularmente a las distintas partes de nuestro sistema nervioso que cada uno de nosotros es un ser distinto y dotado de la existencia independiente, que necesita ciertas cosas para poder perpetuar su existencia. Puesto que vivimos en cuerpos materiales, algunas de las cosas que necesitamos, como el oxígeno, la comida y el agua, son realmente indispensables. Además, según me han explicado, algunos estudios han demostrado que los niños péquelos necesitan de cuidados físicos y atención para supervivencia. Necesitamos que nos toquen y que nos hablen; necesitamos que se reconozca el simple hecho de que existimos.

Los problemas empiezan, sin embargo, cunado generalizamos estos factores biológicamente indispensables a otros ámbitos que no tienen nada que ver con el simple hecho de mantenernos en vida. En términos budistas, esta generalización se conoce como «apego» o «deseo» y, al igual que la ignorancia, podemos ver que tiene un fundamento puramente neuronal.

Cuando experimentamos algo que nos gusta, como el chocolate, establecemos conexiones neuronales que equiparan el chocolate con una sensación física de placer. Esto no significa que el chocolate sea por si mismo algo bueno o malo. El chocolate simplemente contiene compuestos químicos que crean una sensación física de placer. Pero es nuestro apego neuronal al chocolate el que crea los problemas.

El apego se puede comparar, de forma bastante general, con la adicción, una dependencia compulsiva de objetos exteriores o experiencias que crean una ilusión de completitud. Y como todas las adicciones, desgraciadamente, el apego se suele hacer cada vez mas intenso con el tiempo. La satisfacción que experimentamos cuando conseguimos algo (o a alguien) que deseábamos no es muy duradera. Las cosas o las personas que nos han hecho felices hoy, este mes o este año, inevitablemente van a cambiar. El cambio es la única constante de la realidad relativa.

El Buda comparo el apego con beber agua salada del océano: cuantos más bebes, más sed sientes. De la misma forma, cuando nuestra mente esta condicionada por el apego, por muchas cosas que tengamos, nunca llegamos a estar verdaderamente satisfechos. Perdemos la capacidad de distinguir entre la simple experiencia de la felicidad y los objetos que en ese momento nos hacen temporalmente felices. Y el resultado es que no solamente nos volvemos dependientes del objeto, sino que además reforzamos los patrones neuronales que nos condicionan a depender de fuentes externas para sentirnos felices.

Puedes sustituir el chocolate por toda una variedad de objetos. Para algunas personas, las relaciones son las claves de la felicidad. Cuando ven a alguien que les atrae, piensan en toda clase de formas de acercarse a esa persona. Pero si finalmente consiguen tener una relación con el o ella, resulta que esta relación no está placentera como lo habían imaginado. ¿Por qué? Por que el verdadero objeto de su apego no es la persona o la cosa externa; es una historia hilada por las neuronas del cerebro, que se desarrolla simultáneamente a diferentes niveles, desde lo que piensan que podría ganar si logran lo que desean, hasta lo que temen que suceda si no lo consiguen.

Otras personas piensan que serian felices de verdad si tuvieran un gran golpe de suerte, como tocarles la lotería. Pero en un estudio muy interesante realizado por Philip Brinkman, del que hablo uno de mis alumnos, demostró que las personas que acaban de premiarles la lotería no eran mucho mas felices que un grupo de control que no acababa de experimentar la emoción de hacerse rico de golpe. De hecho, una vez pasado el entusiasmo inicial, las personas que les había tocado la lotería decían que disfrutaban menos de placeres cotidianos como hablar con sus amigos, recibir cumplidos o simplemente leer una revista, que las personas que no habían experimentado semejante cambio.

Este estudio me recordó la historia que escuche hace poco de un hombre de había comprado un billete de lotería para un sorteo de mas de cien millones de dólares. Al poco tiempo de comprar el billete, tuvo unos problemas de corazón y fue ingreso a un hospital, bajo el cuidado de un médico, que le ordenó descanso completo en cama y le prohibió absolutamente cualquier cosa que le pudiera causar demasiada conmoción. Mientras el anciano estaba en el hospital, su billete fue premiado. Como estaba en el hospital, el hombre no supo de su fortuna, pero sus hijos y su esposa lo supieron y acudieron al hospital para darle la noticia.

De camino a su habitación, se encontraron con el médico, le explicaron la buena fortuna del hombre, y el médico inmediatamente les rogó que no le dijeran nada todavía: «Podría emocionarse demasiado y morir de la tensión en su corazón». La esposa y los hijos discutieron con el médico, convencidos que la buena noticia contribuiría a mejorar su estado. Al final, aceptaron que fuera el médico quien le diera la noticia, de forma lenta y suave para evitar crear una conmoción.

El médico entró en la habitación del paciente, mientras la esposa y los hijos esperaban sentados en el pasillo. Primero le hizo toda clase de preguntas sobre sus síntomas y cómo se sentía, y pasado un tiempo le preguntó, con un tono muy despreocupado: —¿Ha comprado alguna vez un billete de lotería?

El anciano contesto que sí, que había comprado un billete poco antes de ingresar en el hospital.

—Si le tocara a usted la lotería —preguntó el médico—, ¿cómo se sentiría?

—Bueno, si me toca, está bien, y si no, está bien también. Ya soy viejo, y no voy a vivir mucho. Que gane o que no gane, realmente no importa mucho.

—iNo puede usted pensar eso! —dijo el médico, como alguien que habla de algo puramente teórico—. Si le tocara, seguro que estaría muy emocionado, ¿no?

Pero el anciano contestó:

—No mucho. La verdad, le daría gratamente la mitad a usted, si pudiera encontrar alguna forma de hacer que me encuentre mejor.

El médico rió.

—No hace falta que piense en ello. Era solo una pregunta.

Pero el paciente insistió:

—No, lo digo de verdad. Si consigo el premio, le daría realmente la mitad a usted si pudiera hacer que me encuentre mejor. El médico rió de nuevo, y contestó como bromeando:

– ¿Por qué no escribe un documento que diga que me daría la mitad?

– ¿Y por qué no?

El anciano asintió y levanto el brazo para coger un bloc de papel de la mesa al lado de la cama. Lentamente y con pocas fuerzas, escribió una carta en la que se comprometía a dar al médico la mitad del dinero que pudiera ganar en la lotería. La firmo y se la tendió. Cuando el medico vio el documento firmado, se emociono tanto con la idea de conseguir tanto dinero que murió allí mismo.

Cuando el medico cayo, el anciano empezó a gritar. Su mujer y sus hijos temieron que el medico hubiera tenido razón, que la noticia le hubiera excitado demasiado y el anciano hubiera muerto de la tensión en su corazón.  Entraron corriendo en la habitación, donde encontraron al anciano sentado en la cama y al medico desplomado en el suelo. Mientras las enfermeras y otras personas del hospital se apresuraban para tratar de reanimar al médico, los parientes del anciano le dijeron tranquilamente que había sido afortunado en la lotería. Para su sorpresa, no parecía excitarle mucho saber que había ganado millones de dólares, y la noticia no le hizo ningún daño. De hecho, tras unas semanas su estado mejoro y fue dado de alta. Se alegro, sin duda, de poder disfrutar de sus nuevas riquezas, pero no tenia demasiado apego a ellas. El médico, en cambio, se había apegado tanto a la idea de tener todo ese dinero, y su excitación había sido tan grande, que su corazón no pudo aguantar la tensión y murió.

LA AVERSIÓN

Cualquier apego contundentemente genera un miedo igualmente profundo a no lograr obtener lo que deseamos, o a perder lo que ya hemos conseguido. Este miedo, en el lenguaje del budismo, se denomina aversión, una resistencia a los cambios inevitables que se producen como consecuencia de la naturaleza impermanente de la realidad relativa.

La idea de un «yo» duradero y dotado de existencia independientemente nos impulsa a hacer esfuerzos enormes por resistirnos a la inevitabilidad del cambio, para asegurarnos que este «yo» se mantenga seguro y a salvo.  Cuando hemos logrado algo que nos hace sentir completos e íntegros, queremos que todas las cosas se queden exactamente de esa manera. Y cuanto más profundo es nuestro apego a lo que nos hace sentir completos, más grande es nuestro miedo a perderlo y más cruel es el dolor que sentimos si lo perdemos.

La aversión es, en muchos sentidos, una profecía que se cumple a sí misma, que nos obliga a actuar de formas que prácticamente aseguran el fracaso de nuestros esfuerzos por lograr esta cosa de la que pensamos que nos traerá paz duradera, estabilidad y satisfacción. Piensa por un momento como te comportas cerca de una persona que te atrae mucho. ¿Te comportas como la persona cortes, sofisticada y llena de confianza que querrías que él o ella vea? ¿O te conviertes en un bobo que se queda mudo de repente? Si esta persona habla y ríe con otros, ¿te sientes dolido y celoso, y muestras tu dolor y tus celos de formas pequeñas y obvias? ¿Te apegas a esta persona hasta tal punto que él o ella siente tu desesperación y empieza a evitarte?

La aversión refuerza los patrones neuronales que generan una imagen mental de ti mismo como alguien limitado, débil e incompleto. Puesto que percibes como una amenaza cualquier cosa que pudiera socavar la independencia de este «yo» mentalmente construido, inconscientemente desperdicias una cantidad inmensa de energía vigilando y anticipando peligros potenciales. La adrenalina corre por tu cuerpo, tu corazón se acelera, tus músculos se tensan y tus pulmones bombean a un ritmo desesperado. Todas estas sensaciones son síntomas del estrés que, según me han explicado muchos científicos, puede provocar una inmensa variedad de problemas, como depresión, trastorno del sueño, problemas digestivos, sarpullidos, problemas de tiroides y de riñón, presión arterial alta, e incluso exceso de colesterol.

YONGEY MINGYUR RENPOCHÉ

En un nivel puramente emocional, la aversión se suele manifestar como ira, o incluso odio. En vez de darte cuenta que tu desdicha se basa en una imagen construida por la mente, encuentras «natural» culpar de tu dolor a otras personas, objetos o situaciones externas.  Cuando alguien hace algo que aparentemente te impide conseguir lo que deseas, empiezas a considerarle como una persona mezquina e indigna de confianza, y haces esfuerzos por evitar a esta persona, o incluso vengarte de ella. Cuando eres presa de la ira. Ves todas las personas y todas las cosas como enemigos, y el resultado es que tus mundos internos y externo se hacen cada vez más pequeños. Pierdes la confianza en ti mismo y refuerzas los patrones neuronales que general sentimientos de miedo y vulnerabilidad.

¿AFLICCIÓN U OPORTUNIDAD?

Contempla las ventajas de esta existencia humana, tan poco común.

JAMGÓN KONGTRUL (The Torcho f Certainty)

Es fácil considerar las aflicciones mentales como defectos de nuestro carácter, pero esto equivaldría a menospreciarnos. Nuestra capacidad de sentir emociones, de distinguir el dolor del placer y de experimentar respuestas instintivas ha tenido, y sigue teniendo, un papel muy importante para nuestra supervivencia, porque nos permite adaptarnos casi instantáneamente a cambios sutiles en el mundo que nos rodea, y formular conscientemente estas adaptaciones para poder recordarlas a voluntad y transmitirlas de generación en generación.

Esta sensibilidad tan extraordinaria viene a reforzar una de las lecciones más fundamentales que enseñó el Buda; que es la contemplación de lo preciosa que es esta vida humana, con todas sus libertades y circunstancia favorables: cuán difícil es conseguir una vida así, y lo fácil que es perderla.

No importa si consideras que la vida humana es un accidente cósmico, una lección kármica o la obra de un creador divino. Si solamente nos detenemos a pensar en la inmensa cantidad y variedad de seres con los que compartimos este planeta, y en la proporción relativamente pequeña de seres humanos, es inevitable llegar a la conclusión de que la probabilidad de nacer como ser humano es muy pequeña. Y la ciencia moderna, cuando describe la complejidad y la sensibilidad extraordinarias del cerebro humanos, nos recuerda lo afortunados que somos de haber nacido como seres humanos, con esta capacidad tan humana de tener sentimientos y de compartir los sentimientos de los demás.

Desde el punto de vista budista, el carácter automático de las tendencias emocionales humanas representa un desafío interesante. No necesitamos un microscopio para observar nuestros hábitos psicológicos; para muchas personas no hace falta mirar más allá de su última relación. Primero piensan: «Esta vez va a ser diferente». Pero al cabo de algunas semanas, meses o años, se aferran la cabeza y piensan: «¡Oh!, no; ¡esto es exactamente el mismo tipo de relación que ya tuve antes!».

O puedes mirar tu vida profesional. Empieza un trabajo nuevo pensando: «Esta vez no voy a pasarme tiempo y tiempo haciendo horas extras, para que al final me critiquen por no esforzarme lo suficiente». Pero al cabo de tres o cuatro meses con este trabajo, te das cuenta que estas cancelando citas, o llamando a tus amigos para decirles «Lo siento, no puedo venir a cenar hoy; tengo demasiado trabajo».

A pesar de tus buenas intenciones, descubres que repites los mismos patrones, pero esperando de ellos un resultado diferente. Muchas personas con las que he trabajado en estos últimos años me explican que sueñan despiertos con que pasen los días de la semana para llegar al final de la semana.

Pero cuando se acaba este, se encuentra de nuevo en su despacho, fantaseando sobre el fin de semana siguiente. O me explican que han dedicado muchísimo tiempo y esfuerzo en completar un proyecto, pero nunca se permiten experimentar un sentimiento de logro, porque inmediatamente tienen que ponerse a trabajar en la próxima tarea de su lista. Incluso cuando se relajan dicen que están preocupados por algo que paso la semana anterior. En su mente repiten la misma escena una y otra vez, intentando comprender que podría haber hecho para que las cosas salieran mejor.

Por fortuna, cuanto más nos familiarizamos con la observación de nuestra propia mente, más posibilidades tenemos de encontrar soluciones a nuestros problemas, y más fácilmente reconocemos que todo lo que experimentamos, ya sea apego, aversión, estrés, ansiedad, miedo o anhelo, es simplemente una fabricación de nuestra mente.

Las personas que han hecho un esfuerzo sincero por explorar su riqueza interior suelen ganar naturalmente una cierta fama, respeto y credibilidad, sean cuales sean sus circunstancias externas. Su forma de comportarse en cualquier tipo de situación inspira un sentimiento profundo de respeto, admiración y confianza en los demás. El éxito que logran en el mundo no tiene nada que ver con una ambición personal, ni con un ansia de atención. No radica en tener un coche espectacular, una casa grande y bonita o un cargo importante. Procede, por el contrario, de un estado espacioso y relajado de bienestar que les permite ver a las personas y las situaciones con más claridad, y también mantener un estado de felicidad básica que no dependa de las circunstancias personales.

Muchas veces se oye hablar de personas ricas, famosas o influyentes a las que, un día, no le queda más remedio que reconocer que sus logros no les han proporcionado la felicidad que esperaban.

Aun con toda su riqueza y su poder, nadan en un mar de dolor, a veces tan profundo que el suicidio parece la única salida posible. Este dolor tan intenso viene de pensar que los objetos o las situaciones pueden generar una felicidad duradera.

Si realmente quieres descubrir un sentimiento duradero de paz y satisfacción, tienes que aprender a reposar la mente, porque es solo reposando la mente que se pueden revelar sus cualidades innatas. La manera más sencilla de hacer que el agua se vuelva transparente, cuando esta turbia con barro y otros sedimentos, es dejándola que se quede quieta. De la misma forma, si dejamos que tu mente llegue a un estado de reposo, gradualmente la ignorancia, el apego, la aversión y todas las aflicciones mentales se irán aquietando, y la compasión, la claridad y la amplitud infinita de la verdadera naturaleza de tu mente se revelaran.

Del libro; “La alegría de vivir”

Yongey Mingyur Rinpoché

Enviado y adecuado por:

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