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En la historia de las ciudades de todo el mundo es frecuente que se sucedan cambios en su nomenclatura, algunos de ellos obedecen a asuntos de orden estructural en su geografía y en su geometría, la apertura de nuevas calles y avenidas o su eventual clausura obliga a los urbanistas especializados a cambiarles el nombre, la circulación y en muchos casos por necesidades especiales a cerrar el paso vehicular, este es un asunto cotidiano y ordinario de las administraciones gubernamentales de todos los niveles, lo cual desde el punto de vista histórico no es interesante.

Cambiar el nombre de las calles es un asunto de otras dimensiones, en la Ciudad de México por ejemplo la avenida Puente de Alvarado ya no se llamará así, ahora por decisiones de la autoridad desde ahora lleva el nombre de Avenida México-Tenochtitlán de acuerdo con la nueva retórica oficial que intenta ocultar el pasado mestizo de nuestras ciudades, desconozco si esto de alguna forma será exitoso, hay algunos ejemplos de ello que indican lo contrario, a los que ya no son tan jóvenes les resulta difícil llamarle Eje Central Lázaro Cárdenas a la tradicional   San Juan de Letrán que aún se menciona hasta en las letras de populares canciones de la más variada procedencia, la Sonora Santanera, el recién fallecido Sergio Esquivel y algunos otros, un dato interesante es que todavía existe la estación San Juan de Letrán sobre la calle que llevaba su nombre y ninguna que se llame Eje Central Lázaro Cárdenas, por razones de espacio, tiempo y paciencia de los lectores omito la explicación de lo que significa en El Vaticano la Basílica de San Juan de Letrán, es una maravilla que vale la pena visitar o cuando menos buscar en Google.

La verdad es que la historia de las calles y de las ciudades es un asunto fascinante, hay toda clase de anécdotas y datos curiosos, lo relata por ejemplo Héctor de Mauleón en su celebrado libro de crónicas “La Ciudad que nos Inventa” , a mediados del pasado siglo XIX había en las calles del centro de la Ciudad de México una florista (se dedicaba al comercio de flores) que vendía en su establecimiento ramos de flores y se presentaba en su local como “Madame Coussin, Ramera de París” dado su origen francés, no se dio cuenta del significado en castellano de la palabra.

La conocemos los que por alguna causa fuimos itinerantes eventuales, frecuentes o permanentes de “la muy noble y leal” (así le suelen decir a nuestra ciudad capital) pasamos alguna vez por la Avenida Juárez (denominación moderna) cuando todavía no era avenida sino una sucesión de calles lodosas llamadas Corpus Christi, Calvario y Patoni plagadas moscos y plagas, en fin… calles van e historias vienen, por cierto, que esto es universal.

Como usted se habrá dado cuenta soy adicto a las historias, desde pequeño me gusta escucharlas y desde mi adolescencia leerlas o disfrutarlas en las salas cinematográficas, saber en detalle las vidas de ´personajes comunes y corrientes e legendarios, ¿alguien se acuerda “por ejemplo” del Martín Garatuza que con maestría nos descubre a los lectores Vicente Riva Palacio? Pícaro mestizo y poblano que se hizo pasar por sacerdote y administraba con desparpajo los sacramentos, fue juzgado por la poderosa Inquisición

Lo malo de todo esto es que las historias de hoy ya no son las mismas ni son tan buenas, las crónicas y los discursos plagados de mentiras, falsedades y exageraciones, ya no me entusiasman, las historias manipuladoras de hoy son un síntoma de la enfermedad que como sociedad padecemos hoy “mitomanía” los reportajes y crónicas de muchos periodistas y reporteros y de sus empresas que se saben mentirosos y nos la aplican un día si y otro también, los de la primera fila de las mañaneras y lo jilgueros a sueldo de ideologías populacheras y sin sustento en la realidad.

Para terminar unas preguntas ¿Quién es el dueño de la verdad? ¿Quién tiene autoridad moral para decir quien miente y quien no lo hace? Que flojera me dan.

Por: Alfonso Díaz Ordaz Baillères

alfonsodiazordaz@gmail.com

7 de agosto de 2021

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