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Corría septiembre de 1978. En aquel entonces aún existían alfalfares en la ciudad donde nos perdíamos jugando a las escondidillas, a tochito. Era un mundo tan diferente al de hoy que por eso escribo estas líneas antes de que el tiempo las borre.

Me conocían en la cuadra como “Bombón”, y no por ser un dulce, sino por requemado y llenito (que no gordinflón), era parte de la pandilla de la cuadra que todas las tardes salía a jugar canicas, béisbol, burro castigado, roña y cómo no olvidar: tocar timbres de las casas de los vecinos y echarse a correr como locos.

A veces la noche nos sorprendía, pero los rayos de la Luna nos abrazaba. Ella se encargaba de vigilarnos, no era necesario que hubiera un policía cuidando nuestros pasos.

Hace cuatro décadas la ciudad no conocía la delincuencia y si te llegaban a asaltar podría ser la cartera: de un buen susto no pasaba. No como ahora que te “pican” o balean se lleven o no tus pertenencias; en los setentas todo era distinto.

Puedo asegurar que fue una de las mejores épocas de mi vida.

Cuando mi mamá se unió a la vida de ese señor con sus hijos sentí temor, no sé mi hermana, pero al fin chamacos, la convivencia acabó con cualquier tipo de roces y nos convertimos en el mejor equipo que pudo existir de todo el planeta.

Admito que jamás le llamé papá Carlos. Era un tipo parecido a Burt Reynolds: de ojos verdes y sombrero; una vez nos comenzó a seguir a bordo de un Malibú pistache cuando viajábamos en mi McLaren sobre los costados de paredes de edificios, portones y muros para llegar a mi escuela (yo estaba metido en evadir obstáculos).

No recuerdo cómo nació el amor entre ellos por más que hago memoria, pero sí recuerdo cómo nació el amor por mis medios hermanos, he aquí parte de la historia:

Más allá de los alfalfares existía una llamada “Cueva de Chucho el Roto”, hoy me río, pero en aquel entonces habitar ese lugar donde se deslizaba parte del Atoyac, rodeado de maleza y hierba por todas partes, prácticamente era una aventura.

Algo que no estaba acostumbrado a realizar viviendo en pleno corazón de la ciudad.

Luego, el haber tenido como amigos a Toño, Puga, “El Diablo”, “La Guajolota”, Mayo, Luis (su bellísima hermana Denisse, de quien estuvimos platónicamente enamorados), con mi hermano Pepe “El Caballo” fue otro pasaje que de niños no olvidamos.

Ahora que si a Pepe le apodaban “Caballo”, no sólo era por veloz, sino por quedarse dormido en las clases. Lo mismo con Carlos, mi otro hermano: su sobrenombre es “Zico” por el exfutbolista, y es que era bueno en las retas de fucho.

De Olga y Yazbeck no recuerdo que hayan tenido apodos, creo que ellas se salvaron.

Sobre mi madre siempre diré que es la mujer más hermosa y estoy seguro que ese fue el imán.

Por cierto, ahora que hablo de la palabra “imán” casi siempre fui un imán de pelotazos, pues regularmente perdía en los juegos de la Guerra de las naciones (Stop) y ahí quien fracasaba se ponía en la barda para ser “fusilado” a punta de bolazos.

De hecho ni entrábamos a casa a beber agua, de las llaves de paso que daban a la calle nos colgábamos y saciábamos nuestra sed. No nos daba malestar de barriga.

Cuando nos interesaba alguna niña existía un chismógrafo y en él existía un sinfín de preguntas no sólo de ella, sino de toda la cuadra. Ese era el Facebook o celular. Y cuando nos cansábamos de jugar nos quedábamos hasta altas horas de la noche platicando en la banqueta bajo ese gigantesco árbol que nos cubría del sol.

No estábamos atados a un televisor, no había Internet, o Cable, cuando llovía salíamos a empaparnos o si nos lo impedían a armar barquitos después de ella y buscar riachuelos para competir entre nosotros cuál de todos llega en primer lugar.

Recuerdo que frecuentemente salíamos a vacacionar, ya sea a un pueblito o un balneario. Un día nos metimos a nadar. Yo fui el primero en aventarse al agua, y el primero en salir.

Esa tarde desmayé.

Recuerdo haber reaccionado y ver unos hermosos ojos, los de mi asustada vecina, pero “El Caballo” me tomó de los pelos de la cabeza y me sacó a flote junto a ella.

Total que no se le dio importancia, no pasó más que de un simple colapso.

Todo volvió a la normalidad.

En mis estudios, era el más aplicado, de nueve y 10 no bajaba, no así mis carnales, por ello contrataron a Denisse para que nos diera clases particulares. Y por nuestra parte encantados de la vida: era de cabello largo lacio y rubio, parecía una cascada de rayos de sol; de tez blanca, ojos color miel y labios rosas…

Era fascinante.

No sé por qué soy tan detallista en esto, igual creo que a lo mejor estoy soñando.

Ahora que redacto estas palabras me viene en mente aquella bajada que usábamos para ir a patinar o en mi caso a pilotear mi avalancha, claro previo turbo (empujado por “El Caballo” o “Zico”). Sentía cómo el aire acariciaba mi rostro, inflaba mis cachetes, me sentía ese piloto de carreras a bordo de su McLaren.

Tenía patines, pero no intentaba por miedo hasta que Pepe me fue enseñando poco a poco. Claro que me llevé mis buenas raspadas, pero siempre tuve a mis amigos para tenderme una mano y levantarme, nunca conocí la palabra soledad.

Puedo afirmar que nunca me sentí solo.

Fueron años increíbles, años maravillosos.

En aquel entonces sólo había teléfonos fijos y se empleaban en caso de emergencias.

Hablando de urgencias…

Recuerdo que fue una noche tibia, estábamos todos, una vez me tocó esconderme detrás de un arbusto y un auto del cual difícilmente podrían hallarme.

Esa noche estaba seguro salvaría a todos mis amigos que ya habían sido hallados, era mi oportunidad de salvarlos y demostrar que también podría ser el mejor.

Sin embargo, algo pasó en mi cabeza que me maree y todo se volvió negro.

No recuerdo más, pero creo que sólo faltaba yo por ser encontrado. Iba a ser el héroe…

De pronto vi cómo se comenzaron a chocar de no encontrarme hasta que al fin dieron conmigo.

Más en vez de decirme algo huyeron despavoridos, aterrados. Fueron a casa de mamá.

Vieron mis piernas a un lado del arbusto y coche.

Ella me tomó en brazos, trató de reanimarme y no obedecía, estaba inmóvil, con los ojos cerrados; sin embargo, yo estaba a su lado, de pie, junto a Pepe con las manos cruzadas hincado, parecía que oraba, todos conmocionados, raros.

Llegó una ambulancia.

Los paramédicos confirmaron a mi mamá y al señor Carlos que había fallecido a causa de un infarto fulminante. Él la abrazó, le dijeron que no podían hacer ya nada.

En eso, se abrió un hoyo blanco a mitad de la cuadra, como si fuera un agüero  deslumbrante. Jalaba todo a su alrededor, me sentía atraído hacia él y pensé que debía entrar a él, pero no. Decidí que aún no debía entrar así que se cerró y desapareció.

Luego todo se oscureció y siguió el rictus de dolor.

Yo no podía creer, todo era confuso, mis amigos seguían afuera de casa aún cuando sus papás les ordenaron meterse a las suyas, estaban afligidos, unos llorando.

Sólo los había visto tristes cuando eran castigados y no los dejaban salir, pero nunca llorando. Me sentí culpable, me di cuenta que todo era por mi culpa, si no hubiera muerto estaríamos felices, no provocaría que de sus ojos escurrieran lágrimas.

De pronto “Lazqui”, un perro que teníamos se escapó de casa y corrió hacia mi. Yo estaba sentado en la banqueta bajo la estrellada noche. Me comenzó a lamer el rostro.

  • ¿Cómo es posible?, ¡puedes verme!
  • ¿Lazqui por qué no me respondes?

Sólo volvía a lamer mis manos, me echaba su pata derecha en mi pecho, no sabía qué pasaba.

Subí al cuarto de mis hermanos y vi a Pepe despierto:

  • ¿Pepe me escuchas?
  • ¿Pepe me ves? 

Estaba boca arriba con los brazos cruzados en la nuca, una lágrima escurría por sus ojos.

Eso me dolió, y en vista de su silencio decidí irme, pero me tropecé con mi McLaren.

Se enderezó de inmediato, asustado:

  • ¡Bombón!, ¿eres tú?, ¿estás aún aquí?
  • ¡Sí!, ¡sí! Pepe, soy yo a tu izquierda, veme
  • ¿Bombón, me escuchas?
  • Dicen que cuando la gente se muere su espíritu tarda en irse al cielo, no tengas miedo, vete tranquilo, estaremos bien.
  • Siempre te vamos a recordar, y jamás dejarás de ser nuestro hermano…

No sé, pero en ese momento me sentí en paz, se volvió a abrir el hoyo blanco y decidí meterme a él no sin antes voltear a ver por última vez a Pepe quien me dijo:

  • ¡Bombón, te veo Bombón, te veo!
  • Yo también Pepe, no me quiero ir
  • Debes irte, es la hora, algún día nos volveremos a ver
  • Te extrañaré hermano
  • Yo también Bombón, yo también…

“En las tardes nubladas, no sólo llueve agua, los recuerdos y la nostalgia también hacen charcos en el alma…”

Anónimo

Por: Arnoldo Márquez

Foto: Mireya Novo

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