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He puesto esta viñeta que refleja las consecuencias de leer un libro, movido por las publicaciones que surgieron, el verano del 2017, sobre el interés que despertó que los políticos lean libros. Y me sorprendió que eso fuera título de portada. Ni siquiera por curiosidad. Pero a mi me ha servido para hacer la siguiente reflexión.

La política más seguida en el mundo del Twitter fue la de Andrea Levy, joven promesa del nuevo “pensamiento renovador” que estaba llegando al PP. Había leído una obra de Lorca (La Casa de Bernarda Alba), que la ha hecho “reivindicativa y revolucionaria”, dice. Cómo se puede cometer tal sacrilegio. Primero debería haber leído la biografía de Federico y enterarse que fue fusilado, digo bien fu-si-la-do por sus antecesores políticos del partido (Movimiento Nacional-UCD-AP-PP, la metamorfosis completa), pero ya que está hecho el desaguisado, a dar la cara, y aún sigue desaparecido en una fosa, o en una cuneta, como parte de los 140.000 desaparecidos y fusilados por el régimen franquista.

Algo de razón tiene que haber en esto de leer libros, porque te sientes algo raro con uno en las manos, sobre todo si emana el olor a papel y tinta, es como si te metieras un chute de conocimiento, especialmente en aquella época no muy lejana que fueron prohibidos, que no estaban visibles en este país de pandereta, porque antes de llegar a la adolescencia, leí “La Barraca” y “Cañas y Barro” de Blasco Ibáñez, libros disimulados en un estante perdido de la biblioteca del pueblo (entonces no entendí el por qué de ese camuflaje y por quién); y pese a los 25 años, más o menos, adoctrinado por la cultura nacionalsocialista, ésta no ha podido erradicar la necesidad de ser republicano y seguir leyendo libros.

Supongo que porque mi padre estuvo en el bando perdedor y republicano, o tal vez por llevar la contraria al sistema, que aunque ha pasado una Transición, lleva la mochila llena de franquismo rancio, con una Ley de Memoria Histórica incapaz de localizar a los desaparecidos, o será quizá porque otra ley anterior de “Punto final” dejó la puerta cerrada y atrancada para que los delitos franquistas pasaran el muro de “Transición a la democracia” como sepulcros blanqueados.

Si hago recuento de los libros que llevo leídos, debo estar carcomido por el virus de la revolución, porque según dijo un socialista de los de antes: “quiero ser ciudadano en una República y no súbdito en una monarquía” impuesta, o no, o algo así. Aunque lo único claro que he sacado de todo esto es que cuanto más leo, más ignorante me veo. Pero lo de reivindicativo y revolucionario creo que no sea solamente por leer libros.

Un libro es un amigo silencioso que siempre lo tienes cerca. Que no te riñe ni te juzga. Pero que siempre está al alcance de la mano para hacerle la consulta que te saque de apuros.

También te ayuda, entre otras cosas, a aclararnos nuestra posición social, y a distinguir quienes son los que pisotean nuestros derechos: laborales y ciudadanos. A reconocer aquellos que nos empobrecen reduciendo nuestro poder adquisitivo, las pensiones, los salarios con los contratos basura, nos suben los impuestos y nos emboban con sus cantos de sirena.

«¡Deja ya de leer y ponte a hacer algo útil!» Una frase que lo dice todo, para los que hace algunos años intentábamos hacernos amigos de los libros.

No es mía la frase. Así nos introduce en la obra “PARA QUE HAN SERVIDO LOS LIBROS” el profesor de la Universidad de Zaragoza Ignacio Domingo Baguer, que ha escrito un ensayo sobre la importancia del libro, o sobre la defensa del libro, y el papel desempeñado en toda la historia de la escritura y publicado en el 2013.

Transforma su aprecio por los libros en un arrebato contra aquellos que lleguen un día a saludar la muerte del libro, “biblioclastia” llama a la fobia hacia los libros y las bibliotecas.

Muestra su preocupación porque las “hordas de iletrados lleguen a ser los líderes políticos y sociales del día de mañana”.

Y en esas estamos. Iletrados al frente de nuestras vidas que sólo saben complicarlas.

Cuando un político no lee el guión que le dan, puede decir cosas como: “Cuanto peor, mejor para todos, y cuanto peor para todos, mejor, mejor para mí, el suyo beneficio político”. Y así nos luce. Y ahora vas y lo votas.

Por: Paco González.

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