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Para los visitantes escuchar historias de fantasmas suele parecer entretenido, aunque para los residentes convivir con ellas es todo lo contrario. Lo que va a leer a continuación sucedió aproximadamente hace más de dos décadas, una tragedia de la cual no se ha vuelto a tener conocimiento por más que se ha investigado.

Si bien todo comenzó como una ingenua broma, al final de cuentas acabó en masacre.

Descubra por qué:

Rancho Tres Palmas, Veracruz, Ver.

23 de Diciembre 1999.

17 horas.

El camión suburbano proveniente del municipio Actopan detuvo su marcha en rancho Tres Palmas. En la tranca se bajó la familia Pérez para visitar a su hija Reyna y familiares, previo a las celebraciones navideñas en el oscuro rancho jarocho.

No había luz, era rocoso, carecía de pavimento. Para acceder a tres casas debía caminar al menos cien metros sobre el suelo (no adoquín) rodeado de maleza y vacas.

La casa de Tomás (conocido como Naco por feo y mal parido), fue el primero en recibirlos junto con su esposa Nedy y sus hijos Sele, Jorge y Juancho, pasos más adelante la casa de doña Minga (la casa grande), la madre de todo Tres Palmas.

Ahí fueron recibidos por Nacho, su hermana Raquel, su hijo y su bromista esposo.

Luego de refrescarse se dirigieron a la casa de su hija Reyna, casada con Daniel (hijo de Minga) donde entrada la noche conocieron acerca de la leyenda de La Llorona.

  • ¿Dime más Daniel, qué se sabe de ese cuento loco?
  • No es cuento don Benito (su suegro), es real
  • Personas de Limón (otra ranchería ubicada al norte de Tres Palmas) comentan que han escuchado sus lamentos…
  • ¡Pero cómo creen esas cosas, son puros inventos!

Don Benito no paraba de reír, mientras derramaba al suelo cerveza de su vaso de plástico rojo.

  • Yo no estaría tan seguro. Dicen que es un alma en pena, agregó Daniel
  • Además, hay que tener un poco de respeto Benito, dijo ya sin el don…
  • Pobre mi Daniel… yo hasta no ver no creer, bueno en este caso sería oír.

Se volvió a mofar.

Lo cierto es que mientras él se mantenía impávido, las manitas de sus nietos: Isabel, Johnny, Sergio y Ana estaban aferradas a sus banquitos; tenían miedo de lo que escuchaban y temían que de repente llegaran a escuchar a La Llorona.

Igual estaban Lupilla, Alba y Dany, hijos de Reyna aunque ya habían oído de la leyenda.

Para esto, la noche había caído.

La luna estaba en cuarto menguante, había pocas estrellas en el cielo. En 1999 no había aún postes de luz, ni energía eléctrica al interior de las casas, por lo que los inquilinos debían emplear el uso de velas para alumbrar su sendero o sus charlas.

En la amplia mesa Lola y Reyna, hijas de don Benito acompañaban en risotadas al septuagenario de cabello chino, corpulento, barrigón y mostacho blanco. No así Benito Jr., un adulto de 30 años quien como a los niños estaba temeroso y angustiado.

Mientras tanto en la casa de doña Minga se fraguaba un plan.

¿Recuerda la macabra risa de Michael Jackson al final de la canción Thriller?,

pues en complicidad con su sobrino político Jorge, el bromista de Antonio usó su radiograbadora y colocó en ella un casette con 5 minutos de la carcajada siniestra.

Le recuerdo que sólo habían tres casas en Tres Palmas, no habían más vecinos, ni hogares.

Sobre un monte Toño subió a todo volumen el sonido, mientras la familia Pérez discutía sobre la existencia de La Llorona. En complot con Jorge para que nadie los descubriera dirigió hacia el cielo la grabadora, y acto seguido oprimió “play”.

  • Jaaaaaaajaaaaajaaaaajaaa
  • Jaaaaaajaaaaajaaaaajaaaa
  • Jaaaaaaaaajaaaaaajaaaaaa

El caso es que editó (o cortó) la carcajada sin música para causar un efecto macabrón.

La reacción de los Pérez fue escabrosa.

  • ¡Cálmense, no pasa nada, eso no existe!
  • Ah cómo no, ¡estás sordo!, ¿no estás oyendo la risa?
  • ¡Ni pa dónde meterse!
  • Pero no es La Llorona…
  • ¡¡¡Vale madres!!!, sea lo que sea eso no es de Dios

En realidad estaban aterrados, y es que para variar Tomás se unió y se le ocurrió aventar piedras sobre el techo de la casa de Daniel y Reyna. Puede preguntarse y eso qué.

La respuesta es simple: el techo era de lámina y los peñazos no sólo se oían: retumbaban.

De repente a lo lejos se vio que apagaron todas las velas, no dejaron nada encendido, y se escucharon llantos de los niños. Fue cuando Jorge y Toño emprendieron la retirada. Mientras que el sobrino por su agilidad como vil gato montés saltó los obstáculos en plena tiniebla, Toño, el citadino de visita por el pueblo tuvo dificultades para atravesarlos y fue justamente en el transcurso cuando observó una extraña silueta de piel blanca, nariz puntiaguda, además sin cejas.

Fue en su loca carrera a casa cuando se le atravesó.

Vio esa forma, vestida como con una camisa larga blanca. No dejaba de sonreírle.

De rodearle en círculos…

Se le dibujaba la sonrisa hasta las orejas, tenía los labios morados, casi negros, las pupilas parecían arderle en fuego, como si tuvieran una luna en cada ojo…brillaban intensamente. No hablaba, sólo reía, inclinaba hacia los lados su cabeza.

De la impresión, Toño tiró al sueño la grabadora de pilas.

Justo al caer se desarmó y por absurdo que parezca se escuchó nuevamente la carcajada.

En seguida se escucharon los gritos y lamentos de los niños.

Toño no sabía a dónde voltear, a quién pedir ayuda.

Estaba paralizado.

Con pistola en mano, y con mucho valor, don Benito subió hasta donde surgía el sonido.

Descubrió al espectro y a Toño.

  • ¡Maldición, pero qué feo eres!

Le vació el cañón, sin embargo, ni siquiera se inmutó, pareciera que se las había comido.

Seguía dando vueltas a su cabeza a los lados contemplando y sonriendo a sus dos presas.

Primero fue por don Benito. Le cercenó las manos con sus filosos dientes; don Benito hincó de dolor.

Se acercó lentamente a él, le perforó un ojo con su dedo, tenía uñas largas. Lo sacó y se lo engulló. Luego lo decapitó, Benito cayó de inmediato al suelo ya sin vida.

Cuando iba por Toño, el bromista, Tomás le dio un palazo en la nuca que lo tumbó; sin embargo, aunque su cuerpo quedó en el suelo al cabo de cinco segundos volvió a reincorporarse para degollar con el filo de la herramienta al Naco.

Algo tenía Antonio que no podía huir, estaba pasmado o esperando a que llegara su hora, pero conciente. Es decir, estaba aterrado de todo lo visto y lo que iba a sucederle; no obstante, su cuerpo estaba estupefacto, como si fuera de piedra.

El ente se dirigió hacia él.

Toño sabía que era su turno.

Su final.

Fue justamente en ese momento cuando un gallo cantó y la maquiavélica figura lo tomó de la barbilla, se le acercó mientras él estaba de rodillas y le dijo con voz retorcida:

  • Otro día será, no hoy, volveré por ti…

Le regaló una sonrisa de esas que le llegaban hasta las orejas con sus labios morados y filosos dientes. Desapareció entre el oscuro amanecer de Tres Palmas.

Se sabe que después del sepelio obligatorio, nadie menciona el nombre de La Llorona ni hace bromas sobre el tema. Antonio fue ingresado a un centro de ayuda psiquiátrica, pues asegura que por las noches de cada 23 de diciembre se le aparece el espectro.

Estamos exactamente a menos de tres meses de que esa cosa vuelva a acosarlo…

Por: Arnoldo Márquez

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