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Desde muy corta edad he sido adicto a las historias, lector frecuente y compulsivo de diarios deportivos durante mi infancia, de historias de historieta en la adolescencia y atento escucha de las conversaciones de adultos, solía instalarme en el centro de la dinámica familiar, recuerdo de la infancia, viajes de visita a parientes en la Ciudad de Córdoba en el Estado de Veracruz, me instalaba por la noche en el centro de la tertulia al lado de un “Cantinflas de cerámica”.

Recuerdo a mi madre viendo telenovelas  y antes escuchándolas en la radio, mis incursiones en la historieta, los memorables Chanoc y Memín Pinguín que en la adolescencia  media consumía cada semana, de las series de la televisión mi afición por el cine sin contar mi gusto por la novela y los grandes novelistas del siglo XX.

Con todos esos antecedentes y algunos de mis estudios académicos aprendí en cierta medida a procesar las historias que leo y las que me cuentan, a cuestionar por la ausencia de fuentes verosímiles a reporteros y redactores de medios, a no creerle nada a la primera o primer calumniador y a llamarle a las cosas por su nombre, es muy fácil acusar a las personas públicas de cualquier cosa, “calumnia que algo queda” dice la popular frase, siembra la duda y abona con estiércol lo que se te ocurra, de eso se alimentan las leyendas urbanas.

Decir que tal o cual periodista es un canalla no es correcto, decirlo con datos duros sería lo ideal, que vergüenza y bochorno debiera sentir un “periodista”  linchador y que orgullo y miedo simultaneo sentirá un buen periodista de denuncia con contenido y fuentes fidedignas, cuando se acusa sin datos ni fuente, suele ocurrir que la réplica de como resultado una disculpa, ese es uno de los gajes del periodismo moderno.

Decir que es la mafia del poder la dueña absoluta de la opinión pública y de la sociedad civil, es alimentar a los consumidores de basura, la ética de los periodistas es fundamental para garantizar la objetividad social, de lo contrario lo que acontece es que se cultiva a una sociedad de idiotas que sigue al primer ídolo de barro que se le presenta.

Otro punto tan peligroso como lo ya presentado en esta entrega es que los hombres públicos ignoren las nuevas reglas de justicia penal y al debido proceso se lo pasen por el arco del triunfo, calificando sin juicio previo a políticos, periodistas, empresarios lideres sociales de ideología diversa, de corruptos y rateros cuando este sistema se basa precisamente en la presunción de inocencia antes de dictar sentencia.

El periódico Reforma de ahora como La Jornada de otros tiempos tienen derecho de publicar lo que creen correcto, solo queda en su conciencia si respetan o no los más elementales códigos de ética, por lo que me atrevo a pedirle a los dirigentes con micrófono que se abstengan de ofender a los periódicos y periodistas aunque estos estén equivocados y que estos afronten las consecuencias cuando se les acuse y demuestre su talante calumniador.

No hay nada más difícil de asimilar que la verdad aunque duela, mañana se cúmplen años del asesinato fatal de Luís Donaldo Colosio y a la fecha hay decenas de versiones inconclusas, veredictos populares sin fundamento y dudas.

Por: Alfonso Díaz Ordaz Baillères

22 de marzo de 2019

 

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