Comparte con tus amigos

Cuando le dijeron a mi marido que la empresa lo iba a enviar a un curso de capacitación a China, no le gustó la idea. Sin dominar perfecto el inglés el viaje no se le antojaba. Yo le insistí para que fuera; tratándose de su empresa no podía hacer el ridículo de decir que no se atrevía a ir. El viaje era una gran oportunidad para su crecimiento profesional, así que lo animé a aceptar y a enviar su pasaporte para que se iniciara el trámite de su visa.

Octubre 2019. Al final llegó la fecha y el viaje empezó en Hong Kong donde reunieron a personas de distintos países que asistían al mismo curso y posteriormente se fueron a Zhen Zhen, ciudad sede de la empresa que producía los equipos médicos y que impartía la capacitación.

Noviembre y diciembre 2019. Cuando él regresó del viaje, yo me fui un par de días porque me habían invitado a dar unas conferencias en la Universidad de Oviedo y en la Universidad de Salamanca. No sé por qué, pero quería regresar lo más pronto posible a casa, así que di la última conferencia y tomé el tren de vuelta. Me recogió en la estación -viernes 15- y me dijo que se sentía mal, que seguramente se había resfriado en el avión. Yo tenía miedo de resfriarme por mis clases en línea, así que dormí en la otra habitación. Nos quedamos encerrados todo el fin de semana y el lunes él me dijo que se sentía tan mal, que no podía ir a trabajar. Yo pensé ¿cómo es posible que por una simple gripa un hombre adulto falte a trabajar? y le comenté que me parecía una exageración, que podía tomarse un paracetamol o un ibuprofeno, pero me dijo que se sentía de verdad mal y que prefería ir al médico.

Con mucha reticencia llamé al centro de salud y solicité cita para ese mismo día, así que a las 13 horas estábamos en el consultorio. Interiormente yo pensaba que era una verdadera exageración y me daba vergüenza haber ido al médico por algo “tan sencillo”. Nos atendió una doctora que pareció adivinar mis pensamientos y coincidir conmigo; le dijo a mi marido que era un simple resfriado, le recetó un jarabe para la tos tan seca que tenía y paracetamol. Nos mandó a casa y le dio un justificante de baja para dos días y permitir que se recuperara para volver a trabajar.

El miércoles por la mañana mi marido me volvió a decir que no se sentía nada bien, la tos había aumentado muchísimo, no podía respirar bien y había tenido fiebre; aun así, le dije que tenía que ser “responsable” y que se fuera a trabajar. Él es técnico electromédico, así que esa mañana lo enviaron de la oficina a visitar un centro de salud; en cuanto se agachó a revisar el aparato que estaba fallando, le vino un ataque de tos y un médico que estaba por ahí se le acercó para preguntarle si se encontraba bien. Mi esposo siguió tosiendo y el médico le dijo que esa tos era más que un resfriado común, ordenó de inmediato su ingreso al hospital y procedió a hacerle pruebas de sangre y radiografías de pulmón. Tenía que quedarse internado, su malestar no era tan simple, le diagnosticaron neumonía por “microorganismo no especificado”, que en un segundo informe médico se describió como “neumonía neumococica adquirida en la Comunidad”.

Nuestra vida cambió de un día para otro, en cuestión de horas él se agravó, bajó de peso, dejó de comer porque la comida no le sabía a nada y se cansaba de masticar, tenía ataques de tos que duraban varias horas y un silbido en el pecho que se escuchaba desde otra habitación. Llegó el momento en el que pensé que se moría, entradas y salidas del hospital, visitas frecuentes al consultorio médico y una baja que al principio se estableció en 15 días y se transformó en un periodo de mes y medio. En este lapso lo echaron de la empresa sin pagarle ni siquiera el salario devengado ni los gastos que él cada mes adelantaba a nombre de la empresa (gasolina, parking, peajes, etcétera).

Ante todas las vicisitudes, decidimos terminar por anticipado nuestro contrato de arrendamiento y regresar a Zamora, tierra natal de mi marido, porque aún no se recuperaba del todo, teníamos que vivir del paro y además seguir pagando nuestra hipoteca.

Durante mes y medio vi que la salud de mi esposo se esfumaba, me la pasaba sentada junto a él cuidando que respirara, que se tomara la medicina, que comiera, que superara cada ataque de tos, que le bajara la fiebre, que le subiera la oxigenación. No recuerdo cuántos rosarios empecé; un día que pensé que no saldría de la gravedad me tocó rezar los misterios dolorosos y cuando nos dijeron que la fiebre había desaparecido era día de misterios luminosos, así que me sentí acompañada y en sintonía hasta con la oración. En ese tiempo me encomendé al Espíritu Santo mil veces, le pedí a mis sobrinos que le grabaran videos de ánimo a su tío para que se recuperara pronto y hubo momentos en los que pensé que quizá no se iba a curar. Recuerdo que llamé a mi mamá para decirle: “má: no remonta, pasan los días y no se siente mejor, yo lo veo muy grave”.   

Enero 2020. En cuanto dieron de alta a mi marido nos mudamos a Zamora, a nuestra casa, estábamos agotados y con una sensación de fracaso clavada en el pensamiento. Yo me sentía agotada, como trapo viejo. Fue un esfuerzo enorme desempacar, poner todo en orden y sobreponerme a la falta de fuerza física y emocional. Él quedó muy débil, le dolía respirar, caminaba un poco o trataba de subir las escaleras y se cansaba. Me pesaba verlo así, pero al mismo tiempo no me quedaban reservas para más.

Febrero 2020. Poco a poco él se fue reponiendo, hizo algunas entrevistas de trabajo y aunque aún no pasaba por su mejor momento, se iba fortaleciendo y retomando la vida normal. Empezamos a ver cada vez más y más noticias del “nuevo” virus, de la pandemia mundial, el coronavirus se coló en todos los programas, en todos los espacios, en los titulares, en la radio, en las redes sociales y nos dimos cuenta de que quizá lo conocimos antes de que nos lo hubieran presentado. Ahora mi marido se encontraba perfectamente sano   

Marzo 2020. Pensé que habíamos conocido la peor cara del coronavirus, porque jamás imaginé que se iba a convertir en un fenómeno mundial que planteara tantos dilemas y que diera pie a varias formas de abordaje tan diversas como el confinamiento extremo, la negación total del peligro, el achaque de una enfermedad a una determinada clase social; la mofa y la burla de convicciones religiosas; el racismo; la hiperhigenización; la irresponsabilidad y la ignorancia; la alarma extrema; el ansia de sacar provecho económico; la crisis y sobrecarga de los sistemas de salud; el empobrecimiento de muchos y el enriquecimiento de pocos; el acaparamiento y las compras de pánico; la histeria colectiva y como nota común de todas estas respuestas frente al coronavirus, la naturaleza humana en todo su esplendor. Y es que dicen que una situación como esta saca a relucir lo mejor y, por desgracia, también lo peor del ser humano.

Estamos confinados y tratando de encajar todos estos cambios repentinos que a veces nos hacen presas del miedo; miedo a un contagio, miedo a la precaria situación laboral y económica y hasta terror por lo que pueda pasar en el futuro. Cada vez que mi familia, amigos, alumnos o conocidos en México me mandan mensajes, correos o me llaman preocupados por la situación de España, me quedo pensando si son conscientes de que este problema es mundial y que tarde o temprano esta situación extrema nos va a alcanzar a todos.

Al día de hoy resulta aventurado prever lo que va a pasar a mediano y largo plazo, los plazos que se fijaban por quincenas ahora se establecen por mes o meses, solo queda hacer acopio de sentido común, intentar actuar de forma congruente y solidaria, enfrentar la distancia física de los demás con buen ánimo y lo más importante VIVIR en toda la extensión de la palabra y con mayúsculas; procurar nuestra salud física sin olvidar la salud emocional y la espiritual; aprender a estar cerca a través de los medios virtuales, ser generosos y potenciar nuestra capacidad de empatía.   

El panorama es incierto, pensar en lo que viene causa angustia y miedo. Estamos informados y bombardeados en exceso respecto a cifras de contagios, muertes, recursos que se invierten en sistemas de salud, probables avances y vestigios en cuanto a tratamientos o vacunas, recetas caseras que prometen protegernos del virus y sesiones compartidas del día a día del “quédate en casa”, alianzas, cooperación –y también contrapuntos- en la comunidad internacional, opiniones de voces expertas que van y vienen, distintos modos de percibir y de abordar esta amenaza mortal y entre toda esta avalancha la fe y la esperanza en que todo esto pase, son los pilares que nos mantienen a flote.                            

Por: Graciela Pahul                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          

Por IsAdmin

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *