Comparte con tus amigos

Nuestra vida esta llena de momentos extraordinarios y de momentos espantosos. Pero son muchos los casos en los que, detrás de la alegría, se oculta, por mas contentos que parezcamos, el miedo. Tenemos miedo a que ese momento concluya, a no lograr lo que queremos, a prender lo que amamos o a quedarnos desprotegidos. Pero el mayor de los miedos suele ser el conocimiento de que, un buen día, nuestro cuerpo dejara de funcionar. Por ello, por mas arropados que nos hallemos por las condiciones que la acompañan, la felicidad nunca es completa.

Creemos que, para hacer mas felices, debemos reprimir e ignorar el miedo. Negamos el miedo por que nos incomoda pensar en las cosas que nos asustan. Pero, por mas que nos empelemos en ignorarlo y nos digamos “No quiero pensar en ello”, el miedo sigue presente.

El único modo de liberarnos del miedo y ser realmente felices consiste en reconocerlo y ver profundamente en su fuente.

Dejamos de querer escapar del miedo, permitamos que aflore en nuestra conciencia y mirémoslo directa y fijamente a los ojos.

Tenemos miedos a cosas externas que no podemos controlar.

Nos preocupa enfermar, envejecer y perder lo que queremos.

Por ello nos aferramos a las cosas que nos interesan, como nuestra posición, nuestras propiedades y nuestros seres queridos. Pero esa identificación no pone fin al miedo porque, un buen día, ya no podremos seguir cargando con todas esas cosas y deberemos abandonarlas.

Tal vez creamos que, si los ignoramos, nuestros miedos desaparecerán, pero lo cierto es que, por mas profundamente que las enterremos, nuestras preocupaciones y ansiedades siguen afectándonos y haciéndonos sufrir. Por mucho miedo que tengamos a perder nuestro poder, siempre podemos mirarlo a la cara y dejar de estar a su merced. De ese modo, podremos sustraernos a su influjo y transformarlo. La practica de vivir plenamente en el presente, a la que llamamos plena conciencia, puede proporcionarnos el valor necesario para enfrentarnos a nuestros miedos sin vernos empujados ni arrastrados por ellos.

Estar plenamente atento significa ver profundamente, conectar con nuestra verdadera naturaleza de interser y reconocer que nunca hemos perdido nada.

Un buen día, durante la guerra de Vietnam, estaba sentado en el aeropuerto vacío, perdido en las regiones montañosas de mi país, esperando la llegada de un avión que debía llevarme al norte para ayudar a las victimas de una inundación. La situación era desesperada y tenia que ir en unos de esos aviones de carga que habitualmente se utilizan para transportar ropa y mantas.

Ahí estaba yo, sentado en el aeropuerto y esperando a solas mi avión cuando se me acerco un oficial estadounidense, que también estaba esperando la llegada de su vuelo. Éramos las únicas personas que había en todo el aeropuerto. Cuando vi lo joven que era, me sentí invadido por una gran compasión.

“¿Por qué habrá tenido que venir a matar o a que lo maten?”, me pregunte. Fue esa compasión la que me llevo a iniciar una conversación preguntándole: “¿No tiene miedo al Viet Cong?” (que, como el lector recordara, era un termino con el que se conocía a las guerrillas comunistas vietnamitas). Desafortunadamente, mi falta de delicadeza rego las semillas del miedo que había en el porqué, llevando de inmediato la mano a su arma, me pregunto: “¿A caso es usted un Viet Cong?”.

Y esa respuesta no dejaba de estar justificada porque, antes de su llegada a Vietnam, todos los militares estadounidenses sabían que, detrás de cualquier vietnamita (monjes y niños incluidos), podía ocultarse un ser guerrillero. No es de extrañar que, con ese miedo metido en el cuerpo, los soldados acabasen viendo enemigos en todas partes. Basto con que escuchara el termino “Viet Cong” para que, desbordado por el miedo, echase rápidamente mano a su arma, por mas que yo solo había tratado de mostrarle mi simpatía.

Yo sabia que, dadas las circunstancias, tenia que estar muy tranquilo. Así fue como, después de inspirar y espirar muy profundamente, replique: “No. Estoy esperando un avión que me llevara a Danang para ver lo que puedo hacer para ayudar a las víctimas de una inundación”.

Sentía mucha compasión por ese joven y trate de transmitírsela a través de mi voz. Mientras hablábamos, también le comunique mi impresión de que la guerra había causado demasiadas víctimas, tanto vietnamitas como estadounidenses. El soldado se tranquilizo y pudimos entablar una conversación. Yo me sentía seguro por que estaba lucido y en calma. Estoy convencido de que, de haber alentado su miedo, el hubiese acabado disparándome. No creamos, pues, que el miedo solo procede del exterior. Hay miedo que surgen de nuestro interior y, si no los reconocemos y los observamos atenta y profundamente, podemos crearnos muchos peligros y accidentes.

El miedo nos afecta a todos, pero si somos capaces de contemplarlo atentamente, acabando librándonos de su garra y conectando con la alegría. El miedo nos mantiene atrapados en el pasado o preocupados por el futuro. Pero si reconocemos nuestro miedo, advertiremos que ahora mismos estamos bien. Ahora, hoy en día, estamos vivos y nuestro cuerpo funciona perfectamente.

Nuestros ojos todavía pueden ver el cielo hermoso y nuestros oídos todavía pueden escuchar la voz de nuestros seres queridos.

El primer paso para poder mirar el miedo consiste, precisamente, en permitir que aflore, sin enjuiciarlo, en nuestra conciencia. Basta con reconocer amablemente que esta aquí. Eso, por si solo, resulta ya muy liberador. Y cuando nuestro miedo se haya calmado, podremos abrazarlo con ternura y contemplar profundamente sus raíces, sus fuentes. Entender el origen de nuestras ansiedades y miedos nos ayuda a liberarnos de ellos.

¿Se deriva nuestro miedo de algo que sucede ahora mismo o se trata de un miedo antiguo, de un miedo infantil que todavía llevamos dentro?

Cuando dejamos que nuestros miedos afloren, nos damos cuenta de que todavía siguen vivos y aun tenemos muchas cosas que atesorar y disfrutar. Cuando dejamos de reprimir y de tratar de controlar el miedo, podemos disfrutar de la puesta del sol, de la niebla, del aire y del agua. Cuando puedas mirar cara a cara al miedo y reconocerlo claramente, podrás vivir una vida que realmente merezca la pena.

Nuestro mayor miedo es que al morir nos convertiremos en nada. Para liberarnos realmente del miedo, debemos mirar profundamente en nuestro interior hasta descubrir la nuestra verdadera naturaleza más allá del nacimiento y de la muerte.

Tenemos que libéranos de la idea de que no somos mas que nuestro cuerpo, que necesariamente esta abocado a la disolución. Por ello, cuando entendemos que somos mas que nuestro cuerpo físico, que no procedemos de la nada y que no nos desvanecemos en la nada, nos liberamos del miedo.

El Buda era un ser humano y, como tal, conocía el miedo.

Pero paso tanto tiempo ejercitando la atención plena y contemplando directamente el miedo que al final pudo enfrentarse tranquila y pacíficamente a lo desconocido. Según cuenta la leyenda, el Buda estaba paseando un día cunado tropezó con Angulimala, un conocido asesino. Cuando Angulimale le echo el alto, el Buda siguió caminando lenta y tranquilamente. Y cuando Angulimala le atrapó y le preguntó por qué no se había detenido, el Buda replicó: “Hace ya mucho que me detuve, Angulimala. Eres tú quien todavía no se ha detenido”.

Y luego añadió: “Y también hace mucho que dejé de incurrir en actos que generan sufrimiento a otros seres vivos. Todo ser vivo quiere vivir. Todos temen a la muerte. Debemos educar a nuestro corazón en la compasión y proteger la vida de todos los seres”. Sorprendido, Angulimala quiso saber mas y, al finalizar la conversación, tomo la decisión de no incurrir en mas actos violentos y convertirse en monje.

¿Cómo pudo el Buda permanecer tan tranquilo y relajado al enfrentarse a un asesino como Angulimala? Es cierto que es un ejemplo extremo, pero cada uno de nosotros se enfrenta a diario, en cierta medida, a sus miedos. Por ello la practica cotidiana de la atención plena puede ser extraordinariamente útil. Partiendo de la conciencia de nuestra respiración, podemos enfrentarnos a todo lo que obstaculice nuestro camino.

La ausencia del miedo no solo es posible, si no que es la alegría última. Cuando conectas con la ausencia de miedo, te liberas. Si estuviera en un avión y el piloto advirtiese que estamos a punto de estrellarnos, practicaría la atención plena a la respiración. Y espero que, si recibes malas noticias, tu hagas lo mismo. Pero no esperes, para emprender la practica que puede ayudarte a superar el miedo y vivir atentamente, que llegue el momento crítico. Nadie puede quitarte el miedo. Ni, aunque el mismo Buda estuviera sentado frente a ti, podría quitártelo.

Eso es algo que debes practicar y entender por ti mismo. Si te ejercitas en la práctica de la plena conciencia hasta que se convierta en habito, ya sabrás, cuando aparezcan las dificultades lo que tienes que hacer.

Del libro: MIEDO.

Autor: Thich Nhat Hanh

Enviado y adecuado por:

Juan de Dios Flores Arechiga.

Twitter:@tu_sendero

Instagram: tu_sendero_la_luz

Facebook: Tu Sendero: la luz

You Tube: Juan de Dios Flores Arechiga

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *