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El llamado “hombre de bien” es el gran culpable del desastre porque no ha sabido ser ciudadano
Efraín González Luna

Los mexicanos hemos padecido dos patologías que se han venido acentuando: deficiente percepción de la realidad y el “abstencionismo culpable, la criminal deserción del deber cívico”.

Cada vez está más distante el México verbal y el México real. La brecha entre dichos y hechos se profundiza. Hay renuencia a conocer la verdad y lo más grave, que se conozca y no haya consecuencias. La desmoralización es inevitable.

El PAN nació en 1939, pero sus fundadores lo concibieron muchos años antes. Dos antecedentes: el vasconcelismo (1929) y la defensa de la autonomía de la universidad (1933-34). Manuel Gómez Morin tuvo una estrecha y fecunda relación con su maestro, José Vasconcelos, quien, en un célebre discurso, señaló algo de gran actualidad:

“¿Conforme a qué criterio se hará este nuevo juicio de los hombres, esta revisión de los valores sociales? Ofrezco desde luego una fórmula quizá incompleta pero eficaz y sencilla. No hay más que dos clases de hombres, los que destruyen y los que construyen, y solo una moral, la antigua y eterna; que cambia de nombre cada vez que va a ser prostituida, pero se mantiene la misma en esencia”.

Ahí está la clave en este brumoso siglo XXI. Ni de izquierda ni de derecha, reaccionarios, liberales o neoliberales. Los constructores transforman la realidad para bien y los destructores, en mezcolanza de dogmas, prejuicios y resentimientos, solo atinan a demoler instituciones. Con un enorme culto a la personalidad, se obsesionan con lo más fácil, atropellar, desaparecer incluso lo que funciona por no ser de su autoría. Solo debe persistir lo que a él se le ocurra, lo demás es intrascendente.

Gómez Morin le insistió a Vasconcelos en formar una organización política con una clara idea de preparar a ciudadanos para la democracia con respeto a la verdad. Ninguna cultura ni religión en la historia de la humanidad ha solapado la mentira. He ahí su concepción de entender la política como la disminución del dolor evitable que nos hacemos los seres humanos y su condena al bien hipócrita, mucho más dañino que el mal en sí mismo.

Don Efraín González Luna fue el primer candidato formal del PAN a la presidencia de la República en 1952. Sus reflexiones del porqué asumir ese compromiso siguen vigentes:

“Teorías políticas, textos constitucionales, pantallas y pajaritas de papel, no nos han faltado, todo lo contrario: su exceso ha impedido la instauración de la vida política auténtica, ha llenado de mentira y de ruido el ámbito destinado a la constitución de nuestra normalidad”.

Advertía de los riesgos: “Por seductora que sea la tentación, necesitamos estar prevenidos contra la equivocación en que tantos han venido incurriendo y siguen dispuestos a incurrir: comenzar por la cúpula. Triunfará el que asegure las premisas de la victoria, no el que trate de conquistarla impetuosamente, pero sin cuidar de prepararla”.

El reto es hacia 2021. Por ningún motivo deben reunirse dos o más poderes en una sola persona o institución. Está en juego ser una república representativa, democrática, laica, federal o retroceder y truncar nuestra tortuosa transición hacia la democracia.

Se habla de unidad pero las palabras no se complementan con acciones. México requiere lo que don Efraín señaló: “Resumí en esta fórmula el principio rector del interno proceso personal que me llevó a aceptar el cargo: Necesidad de congruencia lógica y formal.”

Una reflexión final. Guiarse por encuestas y postular al mejor posicionado es negar la democracia. Es responsabilidad ética de los partidos postular a los que se aproximen al perfil requerido por el cargo. Lo contrario, es aspirar al poder por el poder mismo.

Bien expresa Gómez Morin: “México se salvará cuando todos los hombres y mujeres aceptemos cumplir el claro y limpio deber ciudadano”.

Por: Juan José Rodríguez Prats

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