Deriva autoritaria en México

¿Hacia dónde se dirige el obradorato?

12 enero, 2025

Todos los populismos son hijos o nietos del fascismo. Como dice la politóloga italiana Nadia Urbinati, no son lo mismo, pero de ahí provienen. A veces son muy parecidos, pero nunca iguales. A veces no se parecen en nada, pero comparten ADN y raíces.

El famoso historiador argentino Federico Finchelstein ha demostrado que el populismo es la continuación del fascismo, pero sin cuatro de sus elementos más ominosos: la violencia y militarización de la política, el odio racista o xenófobo, la mentira como realidad alterna y la dictadura como cancelación total de la democracia.

De acuerdo con el autor del célebre estudio Del fascismo al populismo en la historia, después de la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, Perón decide transformar la dictadura argentina que comandaba, en una “democracia autoritaria”. El resultado fue el peronismo y neoperonismo que ha perdurado hasta la fecha, unas veces de izquierda, otras de derecha.

Recientemente, el estudio de Finchelstein y de expertos en el tema, han cobrado auge ante la oleada populista, la gran mayoría de derecha, a nivel mundial. La peculiaridad de estos nuevos populismos es que han transitado el camino opuesto al del peronismo: en lugar de pasar de la dictadura a la “democracia autoritaria”, han transitado de la democracia representativa al autoritarismo populista, amenazando con volver a la dictadura.

Desde el ala de la derecha, están los casos de Orban en Hungría, Modi en la India, Duda en Polonia, Bolsonaro en Brasil, Bukele en El Salvador y de Trump en EU. Y desde el ala izquierda, están los casos de Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y López Obrador en México.

A pesar de sus diferencias ideológicas, todos estos populismos comparten los rasgos característicos surgidos durante el fascismo italiano y alemán: la exaltación de la categoría de “pueblo” y su encarnación en un liderazgo de carácter mesiánico; la identificación del enemigo del pueblo encarnada en las élites opresoras; la articulación de un movimiento de masas alimentado por el resentimiento y el odio, impulsado a su vez, por un discurso emotivo y polarizante; la descalificación sistemática de adversarios y medios de comunicación independientes; y el debilitamiento de las instituciones democráticas que sustentan la república, es decir, la división de poderes y el estado de derecho (pero sin desaparecerlas).

El problema, como señala Finchelstein y otros historiadores, es que la nueva ola populista derivada de la crisis de la democracia representativa cada vez tiende a borrar más los elementos que diferenciaban al populismo del fascismo.

Los nuevos populismos, tanto de derecha como de izquierda, exaltan más la violencia y el militarismo; cada vez son más abiertamente racistas y xenófobos, generan discursos de odio contra sus adversarios a quienes consideran enemigos y traidores; y la mentira, la posverdad, cada vez son más el sustrato del discurso de los líderes populistas. Y lo más grave: cada vez es más frecuente que los populistas desconozcan los resultados electorales y traten de aferrarse al poder, acercándose peligrosamente a la dictadura. Los casos de Bolsonaro y de Trump son emblemáticos.

En opinión de la mayoría de los historiadores, la realización de elecciones y la alternancia partidista, es la frontera que hoy separa a los populismos de derecha, del fascismo; y a los de izquierda, de la dictadura. Porque como dice Finchelstein, puede haber dictadura sin fascismo, pero no hay fascismo sin dictadura, ni populismo sin democracia. Cuando un populismo de derecha borra esa última frontera, se vuelve abiertamente fascista. Mientras que, cuando lo hace un populismo de izquierda, aparece la dictadura de izquierda, a secas.

Al igual que muchas democracias en el mundo, la incipiente democracia mexicana sucumbió al populismo, concretamente, a una forma de populismo autoritario de izquierda.

Autoritario, porque fue minando y debilitando a las instituciones democráticas hasta capturarlas. Y porque, abusando de las reglas democráticas, cambió las leyes para socavar los contrapesos, concentrar el poder y sentar las bases de una “democracia autoritaria” de corte plebiscitario. Y de izquierda, porque se centra en la justicia social y la igualdad económica, promoviendo la redistribución de la riqueza y la intervención estatal en la economía para beneficiar a las clases trabajadoras y desfavorecidas.

Y, como muchos populismos de derecha, el populismo de izquierda mexicano cada vez se acerca más a la tradición fascista. Al crear un Estado militar y policial, al excluir y señalar a los enemigos del pueblo como traidores a la patria, al utilizar la mentira y la posverdad como arma de propaganda, y al colonizar los tribunales y los órganos electorales, la izquierda populista muestra más que nunca su parentesco con el fascismo.

A ello apunta el tristemente famoso plan c: a minar la división de poderes, sin desaparecerla; a eliminar los contrapesos y controlar los órganos electorales, sin desaparecerlos; a mantener la apariencia de elecciones “democráticas” y consultas al pueblo, para garantizar resultados a modo.

A ello apunta la prisión preventiva oficiosa y la reforma judicial: a sentar las bases de la persecución sistemática contra “enemigos” del pueblo y “traidores” a la patria para, en caso necesario, juzgarlos en un “tribunal del pueblo”. Un peldaño más en la construcción de un Estado policial. Por eso no es impreciso ni descabellado señalar los rasgos fascistas del nuevo régimen, como lo apunta el Mauricio Merino (El Universal, 6 enero).

No obstante, para seguir siendo populista, el obradorato debe mantener abierta la posibilidad alternancia en el poder por la vía de las urnas. Pero, en el momento que cancele esa posibilidad y logre imponer la reelección presidencial, habremos pasado de una nueva “dictadura imperfecta” tipo viejo PRI, a la instauración de una dictadura de izquierda, por la que nadie votó en 2024. Y, ahora sí, estaremos más cerca que nunca de Venezuela, y más lejos que siempre de Estados Unidos.

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Raul Hermosillo
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