Ama los animales, ha tenido perros, gatos, aves y también muchas plantitas; tuvo una carnívora que la curiosidad de cómo desintegraba los insectos que llegaban al líquido de su “panza” a través de sus fauces pegajosas, le ganó y no pudo conocer todo el proceso.
Tiene siete años y un universo infinito y mágico en su mente. Su cuarto es el depositante del cosmos que gravita en su cerebro. Un día, ahí detectó un lugar luminoso que por las mañanas se llena de luz que se descompone en sus inagotables colores; su mente hechicera imaginó una gran pecera con pececillos de todos colores “¡como los de la luz!”, dice, para darle los “Buenos días al mundo” y “por las noches, dormir.”
Eligió siete pececillos para borbotear de actividad y alegría la gran pecera. Él, como niño observador y expresivo, no pudo contener las burbujas lenas de ideas que hierven desde el fondo a la superficie: de los siete pececillos, dice él: “uno es muy activo, demasiado activo, sumamente activo, desmedidamente activo; desorbitantemente activo” y confiesa: “Ese pez tiene TDAH” (trastorno por déficit de atención e hiperactividad.
–¿Cómo sabes?, le preguntó su papá.
–¡Míralo! ¡No deja de moverse y está bien ‘avispa’, de todo lo que pasa a su alrededor y de la posición y actividad de sus compañeros; nada de un lado al otro muy atento sin que se le vaya detalle!
–¿Y cómo sabes?
–Observar, papá, siéntate y observa lo que hacer él y lo que hacen los otros pececillos y compara.
–Mmmmmmm, ¡tienes razón ese pececillo es muy dinámico!
–Te digo: es hiperactivo, tiene TDAH. No sé si de noche duerma, pero sí te puedo decir… que, de noche, sueña…
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