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Cuando todo es demasiado

Los jóvenes -me incluyo- queremos leerlo todo, verlo todo, escucharlo todo,

saberlo todo, y ahora más con redes sociales que nos brindan la bendición -y la maldición- del la inmediatez.

Antes por lo menos nos tomaba tiempo investigar, disfrutábamos buscar y engarzar información; esos momentos inolvidables al descubrir cómo una cosa llevaba a otra. Ahora nos falta tiempo y cerebro y nos sobra información y conocimiento, de lo que nunca hubiéramos imaginado que fuera tan fácil y tan pronto obtenerlo, quizá sin ser capaces de procesarla a profunidad, porque ya todo viene digerido, pero eso los jóvenes no lo saben.

Thomas Wolfe, autor estadounidense del siglo pasado, en el mejor fragmento de su libroDel tiempo y el río”, del subtítulo: “Una leyenda sobre la ansiedad del hombre en su juventud”, nos señala:

Toda juventud está expuesta al desperdicio; existe algo en su propia naturaleza que le empuja a ello; luego, los hombres lo lamentan. Y ese remordimiento se hace más agudo cuando nos llega la certidumbre de que

el enorme desgaste de la juventud fue completamente innecesario, cuando descubrimos, con amarga ironía, que la juventud es algo que sólo los jóvenes poseen y que solamente los viejos saben usar; y por esta razón, cuando los años pasan, los miramos con tristeza, viendo la riqueza que hubiéramos obtenido de haberla usado bien.”

El protagonista de la historia de nombre Eugene, a quien describí en el primer párrafo de esta entrega, y omití decir que tiene una memoria que yo no sé si es un don o un castigo, porque Wolfe la describe no sólo como privilegiada, sino fotográfica y viviente, ya que recuerda nombres, físicos, personas, rostros, expresiones, profesiones, costumbres, vestimentas, muebles, colores, restaurantes, calidad de la comida, calles, farolas, casas, hoteles, puentes, carreteras, paisajes, conversaciones en las que participó, las que escuchó de paso, en el tren, de los vecinos, en el patio, ruidos como el pisar de hojas secas, el de los cascos de un caballo en el empedrado, el del viento en los aleros de la casa… absolutamente todo lo q había experimentado, visto y oído y lo plasma.

Y como es sabido, todo es mucho, demasiado. Por eso, cada personaje que se cruza con el protagonista, aunque sea una única y fugaz vez, recibe una atención con tal precisión y penetración psicológica, que el lector cree haberlo conocido.

Este texto, sin nada superfluo, me llevó a la preguntarme: ¿algún día llegaremos a descubrir que ese todo que es demasiado, es de lamentarse?

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Alejandra Fonseca
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