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Hace unos meses publiqué este comentario de texto sobre el ensayo de Carlos María CIPOLLA, ¿Quién rompió las rejas de Monte Lupo? Que ahora, no entonces, me parece una premonición, salvando la distancia en el tiempo de la historia de Monte Lupo. Pero la pandemia del coronavirus trae a colación dicha historia.

Una historia en un pueblo de la Toscana (Italia), a pocos kilómetros de Florencia, en el año 1630, que se vio obligado a confinarse tras sus muros por la epidemia, conocida como la Peste Negra. Los conflictos que surgen, se van relacionando unos con otros, desde las estructuras organizativas y sanitarias, y con las instituciones religiosas poniendo su grano de arena en la fe para curar. Un pueblo que cierra sus puertas impidiendo la entrada y salida del mismo, bajo pena de muerte, quedando sus habitantes prisioneros de sus propias calamidades y de sus miserias. Hasta el extremo de que las rejas de las puertas desaparecen, formando parte del argumento de la historia.

En su momento me pareció muy interesante, además de un librito muy corto y ameno, con sólo 112 páginas que atrapa al lector. Si tenéis la ocasión de leerlo comprenderéis, a pesar del tiempo transcurrido, que la sociedad hemos asimilado muy poco lo que la historia nos ofrece.

¿Quién rompió las rejas de Monte Lupo?

Iglesia y Estado, Fe y Razón.”. Así comienza Carlo María CIPOLLA la andadura de un pueblo de la Toscana en 1630. “El Estado no es necesariamente el paladín de la Razón y la Iglesia no es necesariamente sinónimo de Fe…” Es una declaración de intenciones de lo que narra a continuación en este “ensayo”. Así lo llama el autor de: “Quién rompió las rejas de Monte Lupo”, editado por primera vez en el año 1977. Y después de leer la obra, he llegado a la conclusión que es algo más que un ensayo. Es una mezcla de ensayo, antropología e historia novelada. Atrapa al lector de tal forma que la multitud de datos que pasan de una hoja a otra no altera su atención, permitiendo seguir la lectura acompañada por los inventarios que aparecen a cada paso.

En ella, el historiador vuelca sus conocimientos de economía e historia llevándonos a una Italia en que la Guerra de los Treinta Años está llegando a su fin, dejando en decadencia a ciudades como Venecia y Florencia, y hace su aparición la peste bubónica, conocida como La Peste Negra. Relacionando los conflictos que surgen entre las estructuras organizativas y sanitarias creadas a raíz de las epidemias para combatir su difusión y las instituciones religiosas.

La asolación que causa la epidemia es significativa, tanto en el campo como en la ciudad, ensañándose en los pequeños pueblos que salpican la comarca, como Monte Lupo, el protagonista de esta obra donde CIPOLLA sitúa la historia, a poca distancia de Florencia, amurallado y colgado sobre una pendiente, dominando el rio Arno, con una población no superior a 150 familias (560 habitantes en 1562): “Mayoritariamente, eran personas muy pobres, gente difícil y sin temor de Dios ni de la Justicia”, nos dice CIPOLLA de su población, que entre los años 1630 a 1631 sufrió la plaga con tanta intensidad que quedó diezmada. “La mortandad causada por esta epidemia tanto en el campo como en la ciudad (Florencia) en (1630-1631) trece meses, comprendiendo el campo a una milla, murieron cerca de 12.000 personas” (Revista de Estudios Históricos: Nº 1, 2004). Y a pesar del cruel ensañamiento con que actúa, siempre aparece en un segundo plano, velada por los innumerables conflictos que tienen lugar entre las instituciones y los lugareños.

El autor describe los estragos que la epidemia provoca en la zona de la Toscana, especialmente en el pequeño pueblo, donde la peste alcanzó antes que a otras poblaciones, llegando a creer:”… que Nuestro Señor tuviese una manía particular a los de Monte Lupo por su mal carácter” Y cómo el cierre de sus puertas, por la cuarentena, impiden la entrada y salida, “…bajo pena de muerte y ejecutados como bandidos si eran encontrados fuera, tanto se tenían pase como si no”, quedando sus habitantes prisioneros de sus propias calamidades y de sus miserias. Nos muestra unas condiciones de vida que incitan a la rebelión de los montelupinos, recurriendo a la desaparición de las rejas de estas puertas, que sirve de argumento conductor de la historia.

Detalla los enfrentamientos entre los hombres de la Iglesia, para los cuales “el origen del desastre era la ira divina” Como el prior Antonio Bontadi de la iglesia parroquial de Monte Lupo, que convoca procesiones con un Santísimo Crucifijo lleno de manchas sanguinolentas (“que ofende la vista”), del cual decía era milagroso, incitando a la gente a rebelarse contra las normas sanitarias y los representantes del Estado que atribuían el origen de la epidemia “a las miasmas, los vapores y al carácter pegajoso del mal”, con el Comisario de Sanidad Benedetto Sacchetti al frente, “hombre respetuoso con la religión y caballero de una orden religiosa pero que no veía con buenos ojos las procesiones y las reuniones de personas en tiempos de epidemias” .

Estos enfrentamientos son duros y frecuentes. La Iglesia que representa el padre Botandi utiliza las procesiones y los sermones siniestros para mantener a los aldeanos sometidos bajo el concepto del miedo.

En medio de estos dos personajes, el padre Dragoni, fraile de la orden de Santo Domingo y rector del convento de S. Nicolás, “un hombre honesto, de ideas claras, y dotado de un gran sentido práctico”, nombrado ministro y camarlengo de Sanidad, “hombre de Iglesia y de Fe, que a causa de su carácter y por la fuerza de la lógica, se encontraba en el campo opuesto, el del Estado y la Razón”. Los conflictos de los hombres de la Iglesia son un claro referente de la Contrarreforma emanada del Concilio de Trento, durante los años 1545 a 1563.

Los funcionarios sanitarios, máxima autoridad en período de epidemia, a veces se encuentran entre la espada y la pared, cuando actúan limitando las aglomeraciones de personas para evitar los posibles contagios que las manifestaciones eclesiásticas alimentan con sus procesiones y reuniones. “Monte Lupo parecía un nido de víboras, y  la gente se aprovechaba de los conflictos entre las autoridades”.

El que los enterradores transgredan la ley de confinamiento que tienen cuando no trabajan, “paseando por el pueblo de día y de noche” es sólo un reflejo de la situación conflictiva, que no mengua ni siquiera con la aplicación excesiva de la ley, provocando las protestas del padre Dragoni ante las autoridades florentinas.

Las rejas del pueblo son arrancadas y escondidas. Todos son sospechosos del misterioso suceso y los interrogatorios no aclaran la situación ni a los responsables. Los problemas surgen con mayor intensidad.  Por un lado, se descubren nuevos infectados y por el otro la justicia no es aceptada, se reparten golpes por todos lados buscando reducir la conflictividad. “El misterio de quien había arrancado las rejas de la puerta quedaba abierto”. Las procesiones convocadas provocan una agudización de la epidemia, “y a los cinco o siete días de ellas el número de casos censados llegaba al 34% de todo el período”. El balance es trágico: muertos: deudas, no se dan préstamos, los impuestos se recaudan con dificultad y la peste sigue afectando a las zonas de los alrededores. Aunque en Monte Lupo se inicia un respiro, el lazareto se mantiene abierto. La historia acaba sin saberse quien arrancó las rejas de Monte Lupo por no encontrarse la documentación, aunque se sabe que el proceso finalizó con “el veredicto final y las penas aplicadas ¿A quién?

¿Realmente importa saber quiénes son los responsables? Lo interesante de la obra es la forma de hacernos ver lo que ocurre en este pequeño pueblo, una microhistoria con toda clase de detalles y conflictos.

NOTA: Esta reseña fue escrita en enero de 2012

BIBLIOGRAFIA

Carlo María CIPOLLA:”Quién rompió las rejas de Monte Lupo? Publicacions de la Universitat de València, 2008.

MANUSCRITS, Nº12, Gener 1994, pàgs: 283-319: “La Peste como problema historiográfico”.

Por: Paco González

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