A los estudiantes de la BUAP en paro, con todo lo que soy
Todo lo que tienen y todo lo que son –juventud, alegría de vivir, arrojo, vitalidad, disponibilidad para la lucha ciega por lo que saben y sienten que es lo correcto–, no es desperdicio ni pérdida de tiempo para quienes estamos cerca y los observamos, aunque estemos lejos; porque ellos perciben que nuestro aprecio crece por lo invaluable que nos están legando.
Estar cerca de los jóvenes, –hombres y mujeres–, significa que a través de las múltiples tecnologías que usan con incalculable pericia, expresan la infinita gama de emociones momentáneas y pasajeras, así como de sentimientos estables y duraderos.
A todas horas desde mi pantalla me comparten sus risas locas llenas de ganas de vivir al intentar acabarse el mar de un buche, cuando, por ejemplo, de noche bailan alrededor de la gran fogata, como si de un conjuro se tratara, al ritmo del blandiente tambor cuya caja de resonancia es una cubeta de metal invertida, y de membrana, una camisa bien estirada, que manos expertas de quien en ese momento se descubre como el Gran Gurú, bate con frenéticas percusiones y comparte con los impetuosos danzantes su arte y los cánticos delirantes de su creación, que los bailarines gozan como hechizados y extasiados de placer y regocijo al saber que exorcizan las tinieblas que ahora bañan sus días, porque de noche, en ese éxtasis tocan lo incorpóreo, al Bendito ante el cual se rinden, sin saber, repito, sin saber, que están viviendo lo único e irrepetible de la sustancia de lo que está hecha la vida, los “momentos eternos”, que nos definen porque al vivirlos, nunca volvemos a ser los mismos, (como tampoco los mirones como yo).
En su baile se ilumina su dolor y su frustración, superan la falta de sentirse seguros al estar carentes de un refugio que los proteja, al no conocer la real dimensión del enemigo contra el que están luchando, ni los colmillos de los ingentes intereses terrenales que están enfrentando. Pero ellos se tienen a sí mismos y se tienen entre ellos (y me tienen a mí y a muchos otros como yo), con la certeza de que el manto del Eterno los acurruca del frío de las noches húmedas y del miedo inundado de oscuridad.
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