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Con mi solidaridad para Lorenzo Córdova

La esencia misma de los poderes constitucionales de una república significa el ejercicio de la soberanía
Lázaro Cárdenas

El concepto nuclear del nacionalismo revolucionario fue la soberanía, quizás la idea más referida en el discurso político por varias décadas en el periodo del viejo PRI (1929-2000). Corresponde a una añeja teoría política.

En Grecia se habló de orden, en Roma de autoritas y majestas. En la Edad Media, de “razón de Estado” y a inicios del Renacimiento, de soberanía, atribuida a Jean Bodin quien, en los Seis libros de la República (1576), utilizó el término como una necesaria abstracción para sustentar el poder del Estado sobre cualquier otra entidad que intentara disputárselo. Lo más acertado es entenderla como la capacidad de los órganos estatales para tomar decisiones sin interferencias ajenas.

Con ese principio se ha identificado la izquierda mexicana y se ha usado como un escudo ante las invasiones y agresiones de Estados Unidos desde el inicio de nuestra vida independiente. La mínima señal de debilidad ante el país vecino se calificaba como alta traición a las tradiciones persistentes de patriotismo.

El deterioro fue paulatino. Con la globalización, la soberanía devino un concepto cada vez más desgastado y obsoleto. La decisión del gobierno de Vicente Fox de no apoyar en el Consejo de Seguridad una solución bélica en contra de Irak fue uno de los últimos destellos. La invitación de Enrique Peña a Donald Trump a visitar nuestro país cuando este se encontraba en plena campaña electoral, fue el fin del sostén más sólido de nuestra política exterior. Hoy, en todos los órdenes, la soberanía ha sido condenada a un absoluto olvido.

Haber dado un giro en política migratoria ante la amenaza del incremento de aranceles, ceder aún más que el gobierno anterior en la negociación del TMEC, con consecuencias dañinas para nuestra economía que todavía no logramos pronosticar, las visitas del procurador William Barr, en lo que cada vez se percibe como una ignominiosa intromisión en asuntos internos, la repentina partida de Evo Morales (aliado de AMLO), el desempeño del embajador Cristopher Landau que nos recuerda al “procónsul” de las memorias de José Vasconcelos, la Guardia Nacional convertida en el muro que tanto presume Trump, son algunas de las ignominiosas señales de cesión de soberanía.

Lo anterior contrasta con un claro aislamiento de otras naciones que hubieran significado un contrapeso a nuestra oprobiosa dependencia a los intereses de una sola potencia. Se incurre en una grave irresponsabilidad con la ausencia de nuestro presidente en eventos donde se alcanzan acuerdos de gran relevancia mundial.

Sorpresas te la vida, por muchos años soberanía y justicia fueron los conceptos más recurrentes como promesa política y compromiso a asumir. Hoy, la primera está relegada del prolífico discurso presidencial y la segunda está siendo negada por una realidad donde la pobreza y la marginación se acentúan.

Le ha faltado creatividad a nuestra clase política para presentar unas exequias más decorosas, dignas de una idea sagrada y adorada por varias décadas. Una sustentada explicación de su obsolescencia. Se podría afirmar que el deceso de la otrora diosa soberanía se dio en el anonimato y sin consideración alguna se fue al concurrido cementerio idiosincrático donde yacen varias tesis revolucionarias.

Son muchos los virajes del actual gobierno en relación a sus posicionamientos en campaña, pero sin duda la sumisa actitud a las órdenes (no se les puede llamar de otra manera) de un gobierno extranjero constituye la más ignominiosa incongruencia de quien se dice nacionalista y de izquierda.

El presidente López Obrador insiste en condenar el pasado afirmando que no hay nada digno de darle continuidad en su 4T. Sin embargo, en política exterior (y no es el único caso) el retroceso es innegable.

Por; Juan José Rodríguez Prats

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