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(Una opinión desde la psicología)

iQué difícil nos está resultando compartir, compartir! Uno se para y se pregunta, ¿qué está pasando? ¿qué nos está pasando? Miramos y contemplamos atónitos un «circo», una «función» con personajes extraños, muy extraños.

Los vemos y escuchamos por televisión, los leemos en los medios, los vemos por la calle, en los centros de trabajo, en los hospitales, en los centros comerciales e, incluso, entre nuestros familiares y amigos. Algunos de los más «reconocidos» de estos «personajes» hablan sobre evolución tecnológica e Inteligencia Artificial, pero cuando exponen sus ideas suenan a involución e, inclusive, a genocidio. La idea de robotizar a un ser humano parece bastante involutiva, por no decir otra cosa. Ha sido muy sorprendente ser consciente de la cantidad de «científicos» que dedican su energía y su tiempo al desarrollo de experimentos tan «inhumanos» como dañinos.

Al principio, en marzo del 2020, las noticias comenzaron a bombardearnos las 24 horas del día con la amenaza de un peligro biológico. Todos los medios de masas volcados en sembrar el pánico, y los gobiernos de gran parte del mundo estableciendo «medidas justificadas» ante el supuesto peligro.

Sin embargo, nada cuadraba con nada, nada tenía sentido, ni los datos, ni las medidas, nada. Aun así, la población respondía como si el argumentario esgrimido por los «actores de la función» tuviese lógica o guardara alguna coherencia.

A lo largo de estos meses nos hemos hecho muchas preguntas. Entre todas ellas, nos han surgido dudas sobre algunas sensaciones muy personales acerca de nuestra forma de percibir esta experiencia que llamamos vida: ¿he cambiado?, ¿han cambiado los demás?

Entonces, uno recuerda lo que algunos pacientes psiquiátricos describen: la «desrealización» (como la definió Mayer-Gross en 1935, la vivencia de cambio en el ambiente externo) y la «despersonalización» (vivencia de cambio del Yo).

Y es que, definitivamente, la «vida» se ha vuelto muy extraña, demasiado. Parecería que, inexplicablemente, todo se ha confabulado para que la realidad se haya vuelto «irreal». Una realidad alienante, ajena al ser humano. Un conocido youtuber lo definió muy bien: gran parte de la población se encuentra en estado de trance.

Este trance estaría generado por un amplio y muy completo programa de ingeniería social; un programa que nos conoce bien y es capaz de manipulamos hasta límites difíciles de asumir. Algunos, los más «despiertos», llevan tiempo conscientes de esta programación que muchos denominan «la matrix» (una estructuración de la información que logra que la percepción sobre nosotros y el mundo esté limitada a determinados parámetros, de forma que se generan pensamientos y emociones que van materializando un mundo especifico), una realidad diseñada y controlada, casi hasta el más mínimo detalle, una realidad «irreal» o, como dice un compañero de trabajo. UNA REALIDAD EN LA QUE TODO ES MENTIRA.

Esta programación nos mantendría «capados», reprimidos, alienados, desconectados de nuestra verdadera naturaleza. Este programa favorecería nuestra inconsciencia, tendría la capacidad de mantenernos tan centrados en nuestro ego que conseguiría que viviésemos guiones diseñados por otros, guiones que, de forma significativa, insisten en asociar rasgos inhumanos al ser humano. Estos rasgos son propios de lo que denominamos «psicopatía», es decir, la ausencia de empatía, de sensibilidad o de inteligencia emocional. O, dicho de otra forma, rasgos que tienen mucho que ver con la crueldad, la mentira, la distorsión, el control y el miedo. Me viene a la memoria uno de los últimos premios Princesa de Asturias (1), en concreto, el otorgado a una mujer que dedica su vida al culto a la crueldad.

No resulta fácil salir de este programa, quizá porque hacerse consciente, hacerse responsable, es una tarea compleja que requiere, para empezar, autoestima, la suficiente para afrontar con valor, interés, atención, honestidad y tiempo, el conocimiento de uno mismo y del mundo en el que vive.

(1)La autora se refiere a Marina Abramovic, que recibió el Premio Princesa de Asturias en 2021. No es casualidad que determinados individuos se hayan colado en las cúpulas de estos patronatos, ni que catapulten a personajes tan nocivos para la sociedad, todo lo contrario, a la armonía y la belleza. Es la cultura del satanismo, el Mal como protagonista y vencedor, la cruz invertida.

Recordamos a muchos autores que hemos leído y con los que nos hemos ido formando. Vamos leyendo o escuchando a buenos profesionales de muy diversos ámbitos, tanto de los «científicos» como de los seudocientíficos. Y, también a los que investigan el funcionamiento del mundo en relación al poder, los tildados por el «programa manipulador» de «teóricos de la conspiración»; aquellos que conocen datos muy relevantes y los asocian entre sí, de modo que nos brindan una imagen mucho más completa del mundo en el que vivimos.

MIEDO, FALTA DE LIBERTAD Y SEGURIDAD.

Erich Fromm en El miedo a la libertad nos ofrece un profundo análisis en torno a estos dos conceptos, miedo y libertad, asociándolos a su vez a otro, el de seguridad. Conceptos que actualmente están adquiriendo una enorme relevancia y sobre los que es urgente reflexionar y, sobre todo, discernir. ¿La falta de libertad externa implica seguridad? ¿El autoritarismo implica seguridad? ¿Qué y quiénes representan la autoridad? ¿Soy mi propia autoridad? Aquí nos tropezamos con un concepto clave: el del poder. Pero ¿qué entendemos por poder? ¿Tiene que ver con la posibilidad de manipular a otros o tiene que ver con nuestra capacidad personal de manejarnos a nosotros mismos? ¿Está el auténtico poder relacionado con la estima personal, con nuestro potencial para querernos de la mejor forma posible? Mi experiencia, tanto subjetiva como objetiva, en relación al concepto de poder, incluye una evolución del mismo. El concepto evoluciona desde el exterior hacia el interior. El concepto externo del poder se basaría en la capacidad para controlar a otros, abusar o tiranizar; un poder que establecería un «orden» jerárquico, una «autoridad», es decir, un poder basado en el miedo, o lo que es lo mismo, en el conflicto permanente. Pero cuando trasladamos el concepto al mundo interno, lo basamos en el conocimiento verdadero de lo que somos, de todas nuestras «partes» (sombras, dones y talentos), y su integración en una unidad armónica, basada en un sentimiento de profunda gratitud.

Podemos decir, entonces, que el poder evoluciona desde el miedo (la inconsciencia) al amor (el conocimiento), o desde el conflicto a la paz. Este poder interior es lo que llamamos autoestima.

ACEPTACIÓN MÁS GRATITUD IGUAL A AUTOESTIMA

La autoestima se adquiere a lo largo del tiempo, a partir de la experiencia y su integración desde la conciencia. La autoestima se basa en un profundo sentimiento de aceptación y gratitud, y diría que es lo más cercano a lo que llamamos libertad, respeto y amor.

Actualmente, desde esta autoestima a la que hacemos referencia, nos encontramos con muchas personas aportando mucha luz. Nos ayudan a transitar este periodo convulso de la mejor forma posible, con la mayor consciencia, es decir, con el mayor conocimiento amoroso de lo que acontece, tanto fuera como dentro. Y aquí sucede algo muy interesante: esta tarea de autoconocimiento que, básicamente, es individual, se convierte, de forma simultánea, en una tarea colectiva. Las redes nos ofrecen una capacidad de comunicación casi ilimitada. Podemos contactar con casi cualquier persona de casi cualquier lugar del mundo en cualquier momento. Esto nos ofrece la posibilidad de contrastar información, pensamientos, sensaciones, sentimientos; habilita una comunicación entre muchos de una forma que nunca antes habíamos experimentado. Ahora compartimos a nivel global. Las consecuencias son muy relevantes. La toma de consciencia se potencia exponencialmente, los límites entre el dentro y fuera comienzan a desdibujarse y la sensación de separación comienza a borrarse.

Este proceso consigue que toda esa sombra, ese inconsciente, tanto individual como colectivo, se ilumine, se exponga, se niegue, se acepte y, finalmente, se integre. Se podría decir que la humanidad al completo se encuentra en terapia, en un proceso de integración que generará una nueva forma de vivir esta experiencia; una humanidad que crece en autoestima y, por lo tanto, en amor, paz y verdadera libertad. Una humanidad más consciente, basada en el respeto a todos y a todo, es decir, una humanidad basada en el amor. VIVIREMOS DESDE EL SENTIMIENTO DE PROFUNDA GRATITUD.

Enviado y adecuado por:

Juan de Dios Flores Arechiga.

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