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Es preciso encontrar el amor antes que la moral. Si no es el desgarramiento
Alberto Camus

Italia es quizás la nación que ha aportado el mayor número de pensadores políticos en el afán de orientar a los pueblos en la difícil tarea de ejercer el poder: desde el derecho romano, uno de los más preciados legados de sabiduría, hasta los actuales estudiosos de la ciencia política, pasando por personajes como Maquiavelo, Gramsci, Mosca, Pareto, Bovvio, Sartori, Pasquino, etc. Sin embargo, es el país más inestable de Europa. De 1945 a la fecha ha tenido 29 gobiernos, apenas un promedio de dos años de duración. ¿Qué falló? Los políticos, su condición humana, la escasa calidad de su clase dirigente. Algo similar nos sucede a los mexicanos.

Una de las representaciones más tristes y humillantes que puede ofrecer un ser humano es cuando pretende dedicarse a una actividad que no conoce o no está capacitado. En otras palabras, cuando hace el ridículo. Es el caso del gobierno actual.

El asunto más reciente es la negociación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. El punto de quiebre de nuestra política exterior, que por tantas décadas presumimos como consistente en la defensa de nuestra soberanía, se dio en mayo pasado cuando Donald Trump anunció un arancel del 5% a todas las importaciones mexicanas si nuestro gobierno no hacía algo para detener la migración ilegal hacia Estados Unidos. Su amenaza, de acuerdo con lo que él concibe como negociación exitosa, dio resultado. México se doblegó, lo demás es consecuencia. Frente a un posible acercamiento con el Partido Demócrata y en defensa de un deslinde de dos políticas diferentes, la económica y la humanitaria, haciendo a un lado principios fundamentales consagrados en nuestra Constitución, se decidió ignominiosamente ceder.

Mi paisano Andrés Manuel ha cumplido un año de gobierno. Respetuoso y preocupado por mi país, me atrevo a hacer algunas recomendaciones:

AMLO lucho con tal denuedo y por tantos años para ser presidente que cuando cumplió su acariciado anhelo se le olvidó para qué. Habla de una transformación y quiere estar a la altura de nuestros más connotados próceres, pero los hechos indican lo contrario. Tengo serias dudas de que sea benevolente, que tenga buena voluntad para servir a México. A veces más bien parece empeñado en dañarlo.

Considero a Ruiz Cortines el mejor presidente de México en el siglo XX. Es el único que sale airoso de los dos desafíos más importantes de ese cargo: manejar con honradez los recursos públicos y el uso inteligente de la fuerza pública. Le daba prioridad a los acuerdos con el responsable de cada área gubernamental. No hacía giras de trabajo y conservaba una prudente distancia con los medios. Los sábados se iba al puerto de Veracruz a descansar, a relajarse, a jugar dominó. Al final de su vida lamentaba no haber hecho lo suficiente para disminuir la pobreza y la desigualdad. Le sugeriría a su sucesor un uso razonable del recurso no renovable: el tiempo.

El problema más serio de México es de índole cultural. Si la verdad no sirve, si la historia no enseña, si se maquilla la realidad, si la política es el arte de engañar, si la comunicación entre mexicanos se resquebraja, si la autoridad es incongruente, si las instituciones son atropelladas, ¿a qué atenernos? Se ha acuñado una palabra que me provoca desasosiego: desconsolidación. Equivale a regresión, a retroceso, a reculada. Vamos para atrás.

El problema de los gobernantes es la pequeñez para elegir colaboradores, el desdén a aceptar la realidad, el desprecio por los adversarios, la resistencia a escuchar voces críticas, el persistente espíritu rijoso, la obsesión por el veredicto de la historia, la confusión mental para precisar objetivos. Es condición humana. ¿Estarán conscientes de sus limitaciones, tendrán la voluntad de cambiar, lograrán corregir?

Ojalá nuestros dirigentes sean condescendientes con nuestras recomendaciones.

Por: Juan José Rodríguez Prats

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