Ida Lvovna Rubinstein, bailarina de ballet rusa de origen judío y con una respetable fortuna personal, controversial y emprendedora, de tendencia bisexual y costumbres desinhibidas, en 1909 presenta al público su versión de La Danza de los Siete Velos en la que termina totalmente desnuda, musa y modelo de pintores y escultores, patrocinadora de artistas como el francés Maurice Ravel a quien le financió su famoso Bolero, que ella misma representa, en un oscuro café iluminado por una gran lámpara donde la bailarina rusa comienza a bailar sobre una gran mesa, mientras una veintena de hombres permanecen sentados jugando a las cartas en sus propias mesas, una especie de “table dance”, una locura audaz para aquellos tiempos, 1928, año de presentación de la obra, una de las más presentadas en el siglo XX.
Independiente de lo anecdótico del mecenazgo de la dama rusa, Maurice Ravel es uno de los músicos más importantes del siglo XX, junto con Bartok, Stravinsky, Mahler revolucionan la música y con una especie como de fábrica de ruidos armónicos y no tanto, modernizan y actualizan la escala y nos sorprenden con su significado.
Ravel sin quererlo fue un creador de analogías, inspirado y emotivo, con su Concierto de Piano para Mano Izquierda sostiene un dialogo plural con el resto de la orquesta y su extraordinaria composición del Bolero ha dejado lecciones formidables, la orquesta como organización, como método y procedimiento para la integración de los sonidos, las pausas y el movimiento ascendente de los instrumentos hasta la generación de un todo extraordinario, explosivo, destaca desde luego el tambor que le da ritmo y le da pausa, que de manera sutil, como un fantasma, como un intruso acompaña a cada uno de los instrumentos por separado y se les une en un final estruendoso y espectacular, tan parecido y tan diferente de la organización social de ahora.
Patrick Suskind, el famoso creador de El Perfume y La Paloma tiene otra pieza literaria, tal vez menos conocida que las dos primeras y tiene relación intima con la música, el monólogo llamado El Contrabajo, describe la vida de un musico que toca el contrabajo, la parte mas opuesta al más agudo de los sonidos orquestales, la que le da contraste como en el diario acontecer, el pensar distinto contrasta con la vida y hasta pudiera ser que en lo político y lo social nos tenga una lección iluminadora, habla del respeto de las partes, de la función de los extremos, en la música y en la vida que al final es lo mismo.
El respeto y la armonía no chocan con la beligerante actitud de las minorías que nos explica Suskind en su dramático monólogo, cuando los contrabajos que pueden ser cuatro, han llegado a ser hasta doce irrumpen en la acústica del escenario, son determinas y le dan destino y personalidad a la obra.
Vivimos en una sociedad democrática, o eso creemos, estamos convencidos de que nuestra posición es mayoritaria (todos se creen lo mismo) y que es nuestra la razón absoluta, nuestro absolutismo no escucha el sonido del tambor ni las voces discordantes de los bajos, todos los que se sienten lideres quieren ser los directores de la orquesta, todos se equivocan y emiten mensajes ofensivos, fundamentalistas y discriminatorios, no se vale y no se puede, los contrabajos, los tambores y las minorías les quieren decir algo hay que escucharlos ya, mañana será tarde.
Por lo pronto yo me quedo con el tambor del Bolero y el baile de Ida Lvovna Rubistein:
Tu tu tutututu tu tu…………………
Por: Alfonso Díaz Ordaz Baillères
9 de septiembre de 2020