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Una mujer robusta, de estatura mediana, refinada irrumpió la puerta de cristal de la veterinaria “Narices Frías”. Pidió mostrarle los cachorros que el negocio tiene.

Corrían finales de octubre de 2006, justamente hace 14 años. Doña Agustina escogió de entre las 10 jaulas un pequeño sabueso de apenas siete meses de nacido. Era un mestizo de color negro con tonos café claro- oscuros y orejas caídas.

Ojos grandes, peludo, bonachón, patas grandes, silencioso, pero juguetón, le atraía morder.

  • Me quedo con este
  • ¿No va a preguntar cuánto? 
  • El precio es lo de menos, mi hijo merece todo
  • Señora con todo respeto, una mascota no es un regalo
  • ¿Cuánto?
  • 7 mil…
  • Me lo llevo
  • Ya va vacunado, pero debe ser constante, darle de comer, sacarlo a pasear…
  • ¿Acaso le pregunté?, quédese con el cambio.

El peludo pasó toda la tarde encerrado en la cajuela de un auto como sorpresa bajo un penetrante olor a gasolina e intenso calor. No dejaba de aullar para ver si alguien lo auxiliaba; sin embargo, ahí estuvo toda la noche hasta que el sol lo sorprendió. Escuchó que introducían una llave al lugar en donde permanecía oculto.

Era doña Agustina Zavaleta.

  • Cállate, no vayas a ladrar, serás la sorpresa de mi “adorado”
  • ¡Ramiro!, ¡Ramiro! mira lo que te compró mamá…
  • Mamaaá, un gato!!!
  • ¡No seas tarado, es un perrito!
  • Ay qué bonito, quiero abrazarlo, quiero jugar con él
  • No, no, antes hay que ponerle nombre
  • Mmmm…“Rimpompón”, me gusta “Rimpompón”
  • ¿Y qué significa?
  • No sé, pero ya quiero jugar con él al avión

Fue así como nuestro amigo (el sabueso) fue traído de un lado a otro hasta que llegó el momento en que su propio dueño le inspiraba miedo y prefería huir de él cada que lo veía. Igual de doña Agustina; además de darle asco la comida que le daban: patas y algunas piezas de pollo crudas, incluso con uñas y plumas.

Pasó un año más, y con el tiempo era objeto de balonazos mientras su dueño jugaba con él al “tiro al blanco” con la pelota de fútbol en la zotehuela de su casa.

Una mañana doña Agustina recibió al lechero para preparar el pan de nata de Ramiro. Fue justo en ese momento cuando el peludo aprovechó para escapar por un pequeño espacio entre la puerta y casi ser aplastado por autos y uno que otro ciclista para no volver jamás a esa casa de locos donde sólo era un juguete.

Callejero comenzó a ser de todos, pero sin tener dueño. Se arrimaba a los puestos de tacos y aunque a veces lo corrían a patadas, en otras le echaban cueros o sobras (algo mejor que carne cruda), lo malo es que a veces iba con picante.

Se ganó el cariño de muchos, o de casi todos. Al menos así se lo demostraron el cura de la Iglesia, el director de una escuela rural y el propietario de una fonda.

El peludo era libre como el viento, cargaba con la luna y el sol a cuestas, sin horario para dormir hasta que comenzó a vagar por el monte y más monte y llegar a un rancho donde se topó con animales blancos con manchas negras y cuernos.

Eran arreadas por un jinete en su caballo, quien con dificultad lograba su propósito.

El peludo se quedó observando la escena desde lo alto del monte con su hocico sobre las patas; vio paso a paso cómo el ganado del hombre se dispersaba en el pastoreo.

Fue entonces cuando se sentó, miró la escena, olfateó y procedió a bajar, y con los ladridos de un can adulto atemorizó a las vacas para reunirlas en un sólo sitio.

El jinete bajó de su corcel negro, se hincó y se acercó a él.

El sabueso estaba sentado con la lengua de fuera esperándolo.

  • Gracias amigo, me ayudaste mucho.
  • ¿Cómo te llamas?
  • ¿Tienes dueño?

Revisó y se percató que el peludo tenía un collar con el nombre de “Rimpompón”… no le gustó.

  • ¿Rimpompón?, ¡no inventes!, ¿apoco te gusta ese nombre?, se pasaron contigo…
  • Te voy a llamar “Vaquero”
  • Eres muy bueno arreando el ganado
  • Yo soy Panuncio, no te burles, lo heredé de mi apá, pero pues qué le hago?
  • Mira, las vacas son mías y todas las mañanas las saco a pastorear, de ahora en adelante tú serás mi compañero

Ese octubre de 2010, hace diez exactos años, el sabueso no sólo conoció el significado del amor, sino de sentirse protegido, necesitado, arropado, defendido y rebautizado.

Desde entonces dejó de ser considerado como propiedad y pasó a ser amigo de Panuncio, el ganadero, aunque en su interior lo amaba como su verdadero amo.

  • ¿Qué va de Rimpomón a Vaquero?
  • Nada que ver croquetas revueltas con arroz al pollo crudo
  • Tampoco las tardes en que Panuncio salía a pastorear con él a los trallazos que recibía de Ramiro
  • Nada que ver con ser usado como conejillo de Indias a ser un compañero
  • Le gustaba la idea de ser el guardián de casa y no el adorno o juguete de un berrinchudo

Estas eran algunas de las comparaciones que solía hacer Vaquero respecto a su nueva vida.

Panuncio vivía solo en su cabaña. A diferencia de otros campiranos, él no era un aficionado a Conjunto Primavera, Los Tigres del Norte, Calibre 50, Palomo, o Los Rocoditos, como solía suceder con los antiguos dueños de Vaquero, unos adictos al estruendo, el ganadero acostumbraba a escuchar “wish you were here”, que tras acabarse siete six de cerveza y con foto en blanco negro decía en mano:

  • Ojalá estuvieses aquí
  • Ojalá el cielo me regalara un minuto junto a ti

Hace tres años, el ganadero vivía al lado de su amada Catalina, la mujer que lo alejó del vicio, del juego, lo volvió un hombre responsable y un amante de la vida.

Panuncio cambió su manera de ver la vida por ella. Ella fue su ángel redentor, pero el haberse negado a vender sus propiedades fue la causa de que su amada perdiera la vida en un aparente accidente del cual el agente municipal no ha dado continuidad y hasta parece estar coludido con el interesado en la compra.

Es así como Vaquero descubrió el origen de su llanto, el por qué aún conserva tantas fotos de una mujer de tez blanca, cabello café oscuro, ojos grandes, labios delgados, barba partida y ceja poblada aunque delineada, esa mujer a quien a través de un retrato constantemente le habla sin razón (como si fuera un loco).

Como si la foto tuviera vida o le fuera a responder, Panuncio esperaba por lo menos escuchar su voz; sin embargo, el destino le deparaba otra sorpresa nada  agradable: la presencia del comprador que irrumpió a su hogar justo en pleno ritual.

  • Panuncio buenas tardes, sé que estás ahí
  • ¿Podemos charlar?
  • Panuncio…

Plam, plam (volvió a dar los portazos, mientras que Vaquero salía a defender su hogar)

  • Vaya, vaya, mascota nueva y brava
  • ¿Qué quieres?
  • Así no se recibe a un viejo amigo
  • No eres bien recibido, lo sabes
  • Deja de alimentar rencores, olvida el pasado

Las dos manos callosas de Panuncio tomaron del cuello a Onésimo

  • Desgraciado, por tu culpa Catalina está muerta
  • ¿Tienes cómo probarlo te acompaño yo mismo ante nuestras autoridades?
  • arc… mstásahorcando

El visitante fue soltado…

  • ¡Sabes que no!, ¿qué quieres?
  • No vengo a hacerte una visita de cortesía, me interesan tus tierras y te…
  • NO ESTÁN EN VENTA
  • Todo en esta vida tiene precio, con o sin consentimiento, estás advertido.
  • No tengo nada qué perder…
  • Entonces me harás el camino más fácil, pronto todo esto será mío
  • ¡BAJO MI CADÁVER!

Onésimo se colocó el sombrero y lo miró fijamente a los ojos: eso, eso es lo que más deseo.

Para todo esto, Vaquero no dejaba de ladrarle al intruso que vino a romper la tranquilidad de su amo.

  • Ah, y calla al estropajo o le meto un plomazo…

Onésimo siempre andaba armado. A partir de esa incómoda visita, Panuncio también, pero la ambición del hombre no tiene fronteras y llegó ese día antes de lo esperado.

Un tiro rompió el cristal de una de las ventanas del pacífico rancho en plena noche. Fue el principio del fin, pues al menos 12 bandoleros rodearon la propiedad lanzando disparos a todo lo que se moviera. Era la banda de Onésimo.

Sacaron a Panuncio a la fuerza, quien con baúl en manos se defendió como pudo. Y precisamente su “tesoro” fue lo primero que le arrebataron los forajidos.

  • Naaa, sólo tiene estampitas de una vieja
  • Pensamos que estaría lleno de dinero
  • ¿Dónde está el oro imbécil?

Hincado, sujetándolo de la barbilla y atado de las manos por la espalda fue interrogado.

  • El oro se encuentra justo donde estás parado, interrumpió el déspota de Onésimo
  • Si miraran bien, pero qué se puede esperar de ustedes, ¡están pisando el futuro!
  • Prendan la casa y que él vea cómo se hace trizas
  • Señor…

Cuando Onésimo se retiró, y comenzaron a incendiar el rancho. En un descuido Vaquero comenzó a morder la reata que ataba a Panuncio; una vez libre arrebató el fusil a uno y lo ejecutó, luego a otro su revolver y también hasta liquidar a todos.

El rancho no se quemó por completo; subió al cuarto de Catalina y las llamas no lo tocaron. Volvió a poner “wish you were here” de Pink Floyd y se recostó en el suelo con la foto de Catalina y abrazando a su salvador para recuperar energías.

Vaquero estaba conciente de la batalla a la que se enfrentaría su amo de la cual podría no regresar. No quería perderlo y no podía hacer nada al respecto ni sabía cómo ayudarlo, no tenía otra opción más que seguirlo sin ser un estorbo en su lucha.

Panuncio sabía que no era una buena idea enfrentar al enemigo en su casa, pero debía darle fin a su tormento. El duelo comenzó:

Se retaron uno contra uno, no había nadie más en la plaza.

Pasaron dos tormentosos minutos para ver quién desenfundaba primero

Algo así como al Viejo Oeste.

No había ni un alma y si había estaban escondidas.

Onésimo fue el primero en disparar, y el primero en recibir un disparo en el pecho.

Panuncio fue herido en el abdomen, por algún momento se pensó que todo había pasado, pero no fue así. Onésimo sacó fuerzas de ultratumba y le vació el cargador al ganadero.

A dicha acción Vaquero se le lanzó a la yugular destrozándosela siendo herido por uno de sus matones.

Panuncio apenas podía respirar.

Vaquero huyó de la escena.

Casualmente en plena temporada de muertos, no sólo los seres humanos extrañan a sus familiares y seres queridos, también los animales, este es el caso de Vaquero, quien cada año llegaba por estas fechas a la tumba de su amo Panuncio a aullar algo muy parecido a “wish you were here” (Ojalá estuvieses aquí).

Así siguió por un par de años hasta que de pronto lo encontraron dormido en un sueño profundo del cual no volvió a despertar…

“Lo más difícil no fue perderte, sino tolerar cada segundo, cada minuto, cada hora esperando a que llegara el momento de tu despedida”

Por: Arnoldo Márquez

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