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En estas épocas tristes
exaltación de lo ruin
aguas en que solo el corcho
flota por vano y por vil
José María Gurría Urgell

El título de este artículo puede sonar cursi, inclusive obsoleto, pero, creo yo, no deja de conmover. Lo espiritual, contrario a lo material, se remite a la vida interior, se relaciona con el ideal, con lo trascendente. Paradójicamente es intangible y mensurable a la vez. Dota a la política de mucho más que una lucha por el poder, sustenta la tarea de servir en la cultura de entrega, de solidaridad, de responsabilidad. Lo espiritual da a la política civilidad, imprime decencia a las contiendas, disminuyendo sus primitivos instintos de exterminio. Nos mueve a realizar nuestros propósitos con congruencia en las formas y en el fondo. Involucra ética y mística.

Se ha dicho que los hombres nos parecemos más a nuestro tiempo que a nuestros padres. Las épocas marcan, condicionan, sellan. Cada generación tiene características propias, asume un específico desafío. Se mide su tránsito histórico en función de cómo mejora lo heredado.

El ambiente en la tercera década del siglo es de incertidumbre, dispersión, agobio. Hay quien la denomina “la edad de la ira”. ¡Qué lejos quedaron quienes auguraron tiempos mejores! Ciertamente hay avances, pero destaca el grave rezago en la política al persistir el abuso del poder y la indiferencia de la ciudadanía en asuntos que a todos nos atañen. El vacío de ideas, ¿con qué se sustituye? Pasiones desbordadas y apetitos inmediatos e insaciables.

El meollo está en la focalización de deberes y aquí se repite la milenaria polémica. ¿Ética y política son diferentes disciplinas? Si así fuere, ¿nada las vincula? Quienes las han hecho compatibles han tenido un veredicto benevolente de la historia. Luego entonces se impone una tarea: recuperar el prestigio de la política, comenzando con darle credibilidad a la palabra. Anoto algunos ejemplos que son referente.

Alguien le preguntó a Ángela Merkel porqué había permitido que Alemania asilara a tanto migrante. La respuesta fue clara, contundente, irrebatible: “Por razones humanitarias”. No necesitó agregar más. Ahí está el fin del poder concebido con grandeza espiritual. Michelle Obama, en la reciente Convención Demócrata, advirtió algo que desafortunadamente constituye una amarga y repetida historia: las situaciones siempre pueden empeorar. Prever los males y enfrentarlos con entereza es obligación intrínseca del buen liderazgo. Cuántas desgracias se evitarían si los gobernantes, en vez de ofrecer paraísos, fueran honestos y realistas. ¡Cuánto miedo hay en los populistas para reconocer y decir la verdad!

La parlamentaria española Cayetana Álvarez de Toledo señala algo que debe repetirse una y otra vez: “Las etiquetas buscan encorsetar a las personas, acentuar sus automatismos, impedir que piensen con libertad y deber de ser desafiadas”. Luminosa lección, jamás hay que tener miedo a ser disidente si nuestras razones son justas y honestas.

Me cautiva la definición de buen líder de Joe Biden: “Si me confiáis la Presidencia, sacaré lo mejor de nosotros mismos, no lo peor”. Sembrar odios, dividir pueblos, aupar sentimientos de confrontación son características de charlatanes. Al contrario, es necesario detonar el potencial de las gentes para ser solidarios.

Sanna Marin, primera ministra de Finlandia, es la persona más joven en ocupar ese cargo (34 años) y también lo es entre todos los gobernantes del mundo. En una entrevista, jamás aludió a su condición de mujer y de joven para demandar un privilegio.

Transcribo por último unos versos de Guillermo Prieto:

¿Sabéis qué es un carácter? Es que en un hombre
encarnen como en bronce las leyes del honor,
y entero a todo embate le ponga resistencia
sin vacilar un punto su fe y su valor

Por cierto, el honor, la fe y el valor son motivos espirituales.

Por: Juan José Rodríguez Prats

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