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–¿A dónde hemos llegado cuando un Finch se revuelve contra quienes lo han formado? ¡Yo os los diré! –se llevó la mano a la boca. Al retirarla colgaba un largo hilo plateado de saliva. –¡Vuestro padre no vale más que los…

Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, es la lectura más incómoda para cualquier chaval de cuarto grado y seguramente, lo es también para la mayoría de los adultos estadounidenses. ¿Quién no se ruborizaría al leer en voz alta la infame página 174, los crueles insultos que Mrs. Dubose escupe a los hijos Atticus Finch?, ¿quién no, al pronunciar la terrible palabra con ene silbando la voz de la vieja inválida?

El racismo es el bochornoso pecado original de Estados Unidos. Hace dos siglos, los padres fundadores de la nación americana, hombres blancos, anglosajones y protestantes (WASP, por sus siglas en inglés), se constituyeron como the people implícitamente excluyendo del novedoso contrato social a todos los demás, especialmente, a los negros, a quienes esclavizaban. George Washington, James Madison o James Monroe predicaban la libertad de los ciudadanos blancos mientras los esclavos negros cosechaban algodón en sus haciendas; el esquizofrénico Thomas Jefferson consideraba la esclavitud “un crimen abominable” pero era dueño de seiscientos seres humanos a quienes azotaba si intentaban emanciparse.

La supremacía WASP, explica Samuel P. Huntington, es el elemento definitorio primordial de la identidad de Estados Unidos; según el mexicanófobo autor de Who are we? (2004) y del insidioso ensayo The Hispanic challenge (2004), los herederos de los padres realizadores del sueño americano son los guardianes de los valores, las instituciones y la cultura nacionales.La evolución demográfica, sin embargo, indica que en un futuro no muy lejano la nación despertará de su ensueño gobernada por asiáticos, latinos y negros, y –¡válgame Dios!– por ateos. “Estados Unidos ignora ese peligro bajo su propio riesgo”, sentencia el politólogo.

Donald Trump es el último WASP, el último baluarte de la clase dominante histórica ante la acometida brutal de minorías bastante más prolíficas. Make America great again no significa devolver la grandeza a la superpotencia mundial, la cual sigue siendo claramente superior a los demás países en todos los ámbitos, sino reestablecer la grandeza de una casta que se desvanece un poco más en cada oleada migratoria.

En pleno año electoral y en medio de una crisis global que anticipa el resurgimiento de los autoritarismos, la protesta social que incendia Estados Unidos de costa a costa le ha venido al muy macho, muy rubio, muy germánico y muy presbiteriano Trump como anillo al dedo (Juan Trump dixit): los manifestantes le han dado al candidato fascista la oportunidad de mostrar músculo frente al monstruo informe de la izquierda radical, de reafirmarse ante a su base electoral, de demostrar su liderazgo en la hora crítica.

El monaguillo católico SleepyCreepy Joe no será rival para el animal político que no teme ser un hijo de puta con tal de salirse con la suya.

Por: Francisco Baeza

@paco_baeza_

Por IsAdmin

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