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Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda
Martin Luther King

Hay dos graves problemas, de los muchos que México confronta: la deserción del deber cívico de quienes ven la política como algo sucio y que es correlativo al segundo, la malísima calidad, en todos los sentidos, de quienes sí se involucran en ella. La consecuencia es evidente: una pésima conducción de la cosa pública.

“La política ha perdido prestancia”. La expresión me cautivó cuando se la escuché a un admirable y prestigiado tabasqueño, Antonio Osuna, quien sin ambages me la dijo en una entrevista. El diccionario define prestancia como “Excelencia o calidad superior (…) Aspecto de distinción”. Y vaya que la clase política carece de esas características. Consigno algunos conspicuos ejemplos.

“Y yo veo que este país está alumbrado por un nuevo aire de esperanza, de confianza. Que el miedo de los ciudadanos empieza a desaparecer, a pesar de la adversidad y de todas las lacras que hemos heredado.
“Yo siento que el pueblo de México es el agradecido, que se queda con ese nuevo sol que hoy alumbra y del cual esta Comisión quiere seguir siendo parte para impulsar ese cambio en nuestro país.”

Esas palabras, de un servilismo ignominioso y una sumisión total, fueron dichas por Rosario Piedra, la espuria presidenta de la CNDH, una institución que se creó para contener los abusos del poder y a la cual se le ha escrito su epitafio. Con esa actitud tan indigna, se pierde prestancia.

Mario Delgado le reclama a sus compañeros de partido no haber acatado la sugerencia del presidente López Obrador de elegir a su dirigente mediante encuestas. La vieja cultura de esperar y seguir la línea, o como dijera un viejo panista, “confesar ser hijo de la consigna”. Esta indudable y evidente falta de pudor es una pérdida de prestancia.

Siempre he reconocido la congruencia de Alejandro Rojas Díaz Durán como militante en diversos partidos. Por eso me desconcertó su actitud al sugerirle a AMLO que renuncie a Morena y haga otro partido en el cual ejerza el poder unipersonalmente, imponiendo una disciplina vertical, pues así ya no habría confrontación entre sus afiliados. Además, me causó una profunda decepción su propuesta a los diputados locales de Tabasco de modificar la Constitución del Estado para que López Obrador pueda ser gobernador al terminar su periodo presidencial. En mis más de 50 años de vida política he visto actos denigrantes de adulación, carencia de autoestima, pero esto es una total pérdida de prestancia.

Un síntoma grave de nuestra crisis política es la falta de respeto por la verdad y sus consecuencias. Puede discreparse en cuanto a opiniones, pero no en cuanto a hechos. Ya lo he dicho, términos como “postverdad”, “hechos alternos”, “yo tengo otros datos” son una aberración y un atropello a la honestidad. Ante la recesión en que ha caído nuestra economía, el presidente dijo “Si ya se esperaba (…) Y como yo tengo otros datos, puedo decirles que hay bienestar, puede ser que no se tenga crecimiento, pero hay desarrollo y hay bienestar, que son distintos. Acuérdense que estos parámetros los establecieron –ya existían desde luego– como la base, el fundamento para medir el desarrollo durante el periodo neoliberal”.

Genera desasosiego, por decir lo menos, que López Obrador subestime la información sobre nuestra situación e inclusive pontifique sobre teoría económica. Pero distorsionar los hechos es mentir y eso, desde luego, es perder prestancia.

Si la economía se contrae una décima del PIB y la población crece 1.4%, quiere decir que se produce menos y esa menor producción se reparte entre más población. Es obvio, hay menos para repartir.

En su último libro, Tiempos recios, Mario Vargas Llosa nos recuerda la tragedia latinoamericana de no tener estadistas a la altura de nuestros retos. Escribe algo que conmueve y sacude: “La historia retrocedía hacia la tribu y el ridículo”.

Por: Juan José Rodríguez Prats

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