La innovación nos cambia la vida, nos permite trabajar para el prójimo

Eugenio Yarce

Mientras colaboraba en la UPAEP, una mañana al llegar a mi oficina, el entonces rector, se acercó y me entregó una hoja impresa con información de una página web.

—Por favor, dale una leída y luego búscame para darme tu opinión —me pidió el rector.

Tomé la hoja, la leí y busqué en el navegador la página de la American Council on Education (ACE). Comencé a explorar el sitio para entender de qué trataba el programa de Fellows de ACE.

Esa misma tarde me acerqué con el rector  y le comenté:
—Me gusta la propuesta del programa; quisiera saber más.
Él me sugirió hablar con el  rector del Sistema CETYS, y le envió un correo para que agendara una llamada conmigo.

Al día siguiente lo contacté y durante la llamada, me explicó su experiencia en el programa y los beneficios que le había traído. Con esa información y sus comentarios, obtuve una idea más clara sobre la propuesta y empecé a vislumbrar lo que significaría para mi vida profesional y para la educación en nuestra región: conocer y entender de primera mano cómo se gestionan las universidades más prestigiosas de Estados Unidos.

Decidí postularme. Llené la solicitud, reuní las firmas necesarias y la envié. Treinta días después, al terminar una reunión en una empresa —donde trabajábamos en un proyecto de innovación con CONACYT— recibí una alerta en mi celular: un correo de ACE confirmaba que mi solicitud había sido aceptada y que debía presentarme en Washington, D.C., para una entrevista con el comité del programa.

El correo incluía un enlace con documentos que debía leer antes de la entrevista. Llegué a Washington un sábado, y la entrevista estaba programada para el lunes temprano. El panel estaría conformado por tres rectores y Sharon McDade, la directora del programa.

El lunes, llegué con antelación al edificio de ACE, ubicado frente a  Dupont Circle. En la sala de espera había ocho candidatos más, ninguno nos conocíamos. Pasamos a la entrevista uno por uno. Durante los 30 minutos que duraba cada entrevista, respondimos preguntas sobre liderazgo, trabajo en equipo y los desafíos educativos de cara a la segunda década del siglo XXI.

Al día siguiente me presenté temprano de nuevo. Esta vez estaba solo en la sala de espera. Pasé de inmediato y me informaron que había sido aceptado. Sharon me ofreció dos consejos:
—Reflexiona sobre lo que más te apasiona en el campo de la educación. Tu “learning project” debe centrarse en ello. Y busca la institución que pueda ayudarte a lograrlo.

De regreso en Puebla, días después la institución, recibió la confirmación oficial, y comenzó una de las experiencias más significativas de mi vida profesional.

Trabajando en la definición de mi “learning project”, recordé los consejos de Sharon. Siempre me ha apasionado la innovación: encontrar formas diferentes de resolver problemas, impulsar oportunidades, fomentar la ciencia y la investigación. Con esto en mente, comencé a buscar instituciones que pudieran apoyarme.

A través de la oficina de ACE, obtuve acceso a información sobre universidades y decidí enfocarme en instituciones reconocidas por su capacidad innovadora. Me llamó la atención Portland State University. Solicitamos una reunión, y semanas después me entrevisté con Sonna Andrews, la provost, y Wim Wiewel, el rector. Me impresionó su cordialidad y su enfoque innovador. Me ofrecieron un espacio para realizar mi estancia.

Unos meses después, comencé mi estancia en Portland State. Tuve la fortuna de observar de cerca cómo la universidad colaboraba con otras instituciones de la región, así como con el gobierno y empresas. Planteaban proyectos, obtenían financiamiento y generaban impacto.

Gracias al programa, tuve acceso a reuniones en empresas como Boeing, Intel y General Electric Aviation, en Cincinnati. También, por medio del equipo de ACE, visité más de 20 universidades, incluyendo la Universidad de Chicago, Temple University, University of California Berkeley, Stanford University y muchas más. En todas ellas encontré un elemento común: la colaboración desde la investigación para fomentar el desarrollo social y económico por medio de la innovación.

La innovación es un impulso con posibilidades casi infinitas, el motor que hace realidad lo que parecía altamente improbable. Es un proceso continuo de descubrimiento, centrado en encontrar formas útiles de reorganizar el mundo, creando soluciones que difícilmente surgirían por casualidad.

Vivimos tiempos en los que la esperanza parece escasear, al punto de que resulta difícil imaginarla y, aún más, proyectarla hacia el futuro. Sin embargo, es fundamental dejar atrás la creencia de que lo difícil es sinónimo de lo imposible. Adoptar una mentalidad estratégica puede transformar nuestra postura, permitiéndonos pasar de meros espectadores de las circunstancias a ser arquitectos activos de nuestro propio futuro y del bienestar colectivo.

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