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Lo que heredamos de nuestros padres, nosotros tenemos que conquistarlo
Goethe

¿Cuál es tu proyecto de nación? ¿Qué proponen para salvar a México? ¿Dónde está tu plan nacional de desarrollo? ¿Cuál es tu agenda legislativa? Sinceramente, estas preguntas me atosigan. Si hiciéramos un concurso para saber cuál es la nación con más documentos que convoquen a la acción colectiva para resolver grandes problemas, México sin duda lo ganaría. Nuestra desgracia es que también venceríamos la contienda por ser el país que ni remotamente ha sido gobernado conforme a las promesas de los gobernantes. En otras palabras, hemos sido muy imaginativos para diseñar grandes modelos de nación, pero no para ponerlos en práctica. El ejemplo más evidente es nuestra Constitución, cada vez más lejana de la realidad. Nuestra mayor tragedia es el abismo entre el México legal y el real.

Congruente con lo que critico, propongo un ejercicio ahora que hablamos de alianzas: delinear ideas básicas que nos permitan el consenso. Principios que muevan la acción. Elementales, sencillos. La claridad permite la coherencia.

México se declaró independiente en 1821, pero fue realmente un Estado hasta el 15 de julio de 1867, cuando Benito Juárez entró victorioso a la ciudad de México y fecha en que publica un manifiesto, que para mí es el acta de nacimiento de nuestras instituciones republicanas. De entonces es su famoso apotegma, citado frecuentemente, pero sin sus palabras iniciales: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. He ahí la primera virtud a practicar, el respeto entre unos y otros.

Desde hace décadas –y en forma creciente desde nuestro tortuoso tránsito a la democracia– el encono nos ha infectado. El insulto es lo más frecuente. Todas las mañanas, el primer mandatario del país –que no es el que más manda, sino el que recibe un mandato– arremete a diestra y siniestra contra sus adversarios, reales o imaginarios. Tristes días para un pueblo que inicia sus labores con diatribas y ofensas.

Entonces, para empezar, propongo un ejercicio para aprender a deliberar, para romper ataduras; soltar ideas y alcanzar acuerdos. Esa es la tarea esencial para tener un sólido Estado de derecho, sin el cual, todo lo demás son ilusas intenciones.

Uno de los destellos de autenticidad y valor en nuestra historia es el vasconcelismo. Antes de renunciar a la Secretaría de Educación Pública, José Vasconcelos pronunció un memorable discurso, del que destaco una idea:

¿Conforme a qué criterio se hará este nuevo juicio de los hombres, esta revisión de los valores sociales? Ofrezco desde luego una fórmula, quizás incompleta pero eficaz y sencilla. No hay más que dos clases de hombres, los que destruyen y los que construyen, y solo hay una moral, la antigua y la eterna; que cambia de nombre cada vez que se ve prostituida, pero se mantiene la misma esencia. Hoy, de acuerdo con los tiempos, podríamos llamarla la moral del servicio. Según ella, habría también el hombre que sirve y el hombre que estorba.

No nos engañemos, la 4T no es más que un denodado empeño para demoler nuestro entramado institucional que ejecuta las políticas asignadas por la ley. Contener este perverso propósito es un deber primigenio.

Una tercera idea. Manuel Gómez Morin, en su única intervención en la Cámara de Diputados, defendiendo infructuosamente su elección en 1946, dijo: “Lo malo no es ser conservador; lo malo es lo que se quiere conservar, si es malo. Si lo que se quiere conservar es bueno, gran honor es ser conservador.”

Hasta donde mis pesquisas llegan, no recuerdo un momento tan cruento y agresivo, de cambios improvisados, irresponsables y demagógicos, como el actual. Habremos de resistir y perseverar en defensa de lo que es bueno, de lo que sirve.

Ahí están tres sencillas recomendaciones. Tenemos que hacer la tarea de desbrozar tanta maleza para que dé frutos el siempre acosado árbol que es el ciudadano. Perdón por la osada metáfora.

Por: Juan José Rodríguez Prats

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