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—Peace for our time! —habría exclamado uno, eufórico. —¡Paz para nuestros tiempos! —le habría respondido el otro, en español pa’no cagarla. Enrique Peña Nieto y Luis Videgaray acababan de acordar la visita de Donald Trump a México, una maquinación maquiavélica urdida a espaldas de la SRE que, en flagrante intromisión en los asuntos internos estadounidenses, significó el respaldo del gobierno mexicano al candidato republicano permitiéndole presentarse como el estadista que no era y relanzar su campaña desde Los Pinos. El invitado se vomitó en nuestra alfombra y los anfitriones se justificaron diciendo que la inconveniencia valía la pena porque había que “sensibilizar” al gringo. Desde entonces, la relación bilateral ah sido un juego de sombras en el que a cada arranque del masiosare, el presidente frunce el ceño y alza la voz mientras su supersecretario entra y sale de la Oficina Oval como Luis por su casa para apaciguar al monstruo.

En las primeras líneas de la que, asegura, sería “una nueva etapa en la relación bilateral”, Andrés Manuel López Obrador no se ha movido un milímetro del appeasement propuesto por sus predecesores —así, en plural, en tándem—. También él quiere sensibilizar al gringo. La carta de López Obrador a Trump, entregada en mano a una pomposa delegaciones de funcionarios estadounidenses que se personaron en su casa elevándole a nivel de interlocutor oficioso, es una manifestación de buenas intenciones tan explicativa que el virtual presidente electo cuenta al “señor presidente Trump” sobre el combate a la corrupción, sobre la siembra de árboles frutales y maderables, sobre el corredor turístico Cancún-Palenque… El objetivo de éste esfuerzo, “el más grande que se haya realizado nunca en México”, es que la migración sea “optativa, no necesaria”. —Ambos cumplimos lo que decimos y enfrentamos la adversidad con éxito —termina la carta. —Ambos pusimos al ciudadano en el centro y desplazamos al establishment. ¿Quién le habrá recomendado a López Obrador aceptarse como Juan Trump, homologarse con el político más odiado del planeta? Si el firmante hubiera sido Peña Nieto, la opinión pública hubiera respondido furiosa. Como mínimo, de agachón no lo bajaría(mos).

La realidad es que frente a Trump, la posición de López Obrador es mucho mejor que la de Peña Nieto. Y Trump lo sabe. En su bibliografía, un conjunto de obras narcisistas en el cual encontramos títulos como Surviving at the topHow to get rich o Why we want you to get rich, sobresale The art of the deal (RandomHouse, 1987), el símil trumpiano de Mein kampf, donde escribe: “Si mi adversario es débil, lo aplasto; si es fuerte, negocio con él”. Es por eso que humilló a Peña Nieto, quien arrastraba un 80% de desaprobación para la fecha de su visita, y que es respetuoso con López Obrador, quien llegará a la presidencia respaldado por ¡30 millones de mexicanos! Claro que, cualquier día, el hiperbólico presidente-empresario nos revienta el cálculo con un tuit.

La curiosa luna de miel entre López Obrador y Trump, por supuesto, no será eterna. El conveniente noviazgo experimentará muy pronto las turbulencias de las elecciones intermedias estadounidenses. El 6 de noviembre, nuestros vecinos votarán para renovar la totalidad de la Cámara de Representantes y una tercera parte del Senado. Durante la primera mitrad del mandato de Trump, los republicanos han tenido mayoría en ambas cámaras pero eso no se ha traducido en una buena relación entre los poderes Ejecutivo y Legislativo. Probablemente, ambas cambiarán de color en noviembre, lo cual, en efecto, remataría la agenda legislativa del presidente, esfumaría su aura de invencibilidad y lastimará sus opciones para presentarse a la reelección en 2020. Cosa de egos, si vislumbrara la posibilidad de convertirse en la parte débil de la relación bilateral, Trump podría reconvertirse en candidato bully y endurecer el discurso de odio, xenófobo y aporófobo que tanto gusta a los WASP. Borrón y cuenta nueva con el masiosare, pues, pero ¿por cuánto tiempo?…

En su carta, Andrés Manuel López Obrador cuenta, también, su intención de unir los dos océanos a través del itsmo de Tehuantepec, “obviamente, sin menoscabar nuestra soberanía”.

Veremos qué opina el sucesor de James Monroe y Rutherford Hayes.

Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 1 de agosto de 2018

Por IsAdmin

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