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El hombre no pertenece ni a su lengua ni a su raza; no pertenece más que a sí mismo, ya que es libre, es decir un ser moral.
Renán

Marko Cortés puede designar a quienes no corresponden al perfil panista en los cargos que como presidente del PAN son de su competencia en función de apoyos recíprocos en su aspiración de reelegirse. Puede negarse a que se audite el padrón de militantes para darle mayor certidumbre al proceso de renovación de la dirigencia partidista. Y puede lograr su propósito de continuar siendo jefe nacional del partido de oposición con mayor votación. Esto tiene un precio: el daño a la institución lo mermaría en sus posibilidades electorales futuras y para él significaría su suicidio político. Y es que cuando un político se obsesiona con lo inmediato y pierde la perspectiva de largo plazo, sus aparentes victorias se tornan derrotas ignominiosas y con efectos más duraderos.

Al inicio de mi carrera política, Mario Trujillo García (gobernador de Tabasco, 1970-1976), no cesaba de repetirme: “Administra tu capital político. No apuestes al todo o nada en las primeras partidas”. Haría bien Marko en ver la suerte que ha corrido su correligionario Ricardo Anaya.

La vieja y primigenia controversia entre pecar por acción o por omisión es otro aspecto en la vida del PAN, pues tan grave es que un militante esté dispuesto a todo para realizar ambiciones sin importar los principios, como aquellos que por egoísmo se niegan a participar. Sinceramente no sé quiénes hacen más daño.

Me opuse a la elección de Marko Cortés y se lo dije personalmente. Debo reconocer que su desempeño ha tenido logros. Está en su derecho de intentar reelegirse, pero no como lo está haciendo. Ahora muchos panistas esperamos que se postule alguien que se aproxime a los requerimientos de un liderazgo de oposición. Desafortunadamente, a los muchos que el PAN ha proyectado les falta la voluntad y el valor de asumir el reto. La persistente deserción del deber cívico.

La historia del PAN es la biografía de grandes mexicanos que con generosidad sirvieron a una causa. Jamás preguntaron sobre las posibilidades de triunfo. Recuerdo que Carlos Castillo Peraza presumía haber perdido todas las contiendas electorales en las que participó.

Propuestas van y vienen sobre lo que debemos hacer, pero el verbo debe encarnar y hacerse persona. Tampoco debe esperarse al líder mesiánico ni al gran tlatoani. Eso es lo que hacen los de enfrente. Lo que sí exijo es el ejercicio elemental de justipreciarse; esto es, el análisis más objetivo posible, poniendo los valores por encima de las aspiraciones personales. Bien lo escribe Salvador Camarena, “El PAN es todavía demasiado importante como para que sus líderes solo piensen en sí mismos y no en el país”.

Lo cierto es que el partido de Gómez Morin ha superado sus crisis mediante grandes reencuentros: dirigentes y militancia, principios y realidades, sinceros ejercicios autocríticos y grandes acuerdos para acciones colectivas. Retorno de panistas y apertura a nuevos aspirantes identificados por una doctrina que tiene más vigencia que nunca.

Hay en México un vacío en la oposición al gobierno, sobre todo un vacío de discurso político. La palabra se ha desinflado, las ideas son anémicas. Recuperar credibilidad y confianza no es tarea fácil. Recientemente leí un precioso pensamiento atribuido al novelista italiano Ignacio Silone: “Vale la pena seguir luchando, no porque haya un nirvana que alcanzar ni porque haya una sociedad perfecta que construir, sino porque la apatía insensibilizadora y adormecedora destruye el alma”. Y a una de mis heroínas, la parlamentaria Cayetana Álvarez, le escuché una provocadora invitación: hay que invertir en democracia.

Sí, el dilema de Marko y su decisión tendrán una innegable trascendencia, como la tendrá sin duda la respuesta del panismo.

Por: Juan José Rodríguez Prats

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