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EL ARTE DE SER MAESTRO

¿Será que el sistema educativo está alineado al político? ¿Será que un pueblo ignorante es más fácil de manipular? ¿Será por eso que algunos están tan contentos con la educación en México?

Si cada generación en nuestro país la visualizáramos como un salón de clases con 100 lugares a lo largo del proceso esto es lo que ocurriría:

  1. Para el primer día de primaria estarán presentes 98.
  2. Hacía el último día de escolaridad obligatoria en tercero de secundaría de esa misma generación quedarán 62 adolescentes.
  3. Apenas cruzando el verano, sólo 46 estarán efectivamente cursando el bachillerato o la educación profesional técnica y apenas 25 de ellos cerrarán el ciclo.
  4. 13 concluirán la licenciatura en tiempo y forma.
  5. Y sólo 2 o 3 continuarán hacía un posgrado.

Para resolver la profunda crisis de valores que tenemos en en la sociedad, debemos atender primero la crisis de liderazgo. Para ello, es necesario alinear a los líderes a un proceso de cambio basado en un sistema de lenguaje que contenga valores y principios claros.

Los maestros son los principales agentes de este cambio en una democracia. En la educación existen diversas variables, entre ellas podemos identificar a las diferentes corrientes pedagógicas, las instalaciones escolares, la tecnología, los libros de texto, el contexto cultural, etc.  Las únicas dos constantes son:

  1. Los Alumnos
  2. Los Maestros

Para que el alumno sea formado correctamente, la variable “sine quina non” debe ser el maestro. La educación pasa necesariamente por el bienestar del maestro y su formación es indispensable para que cumpla su papel principal: formar ciudadanos de bien.

“El Maestro” debe desempeñar su labor con responsabilidad, madurez y diligencia. Se mantiene permanente­mente informado sobre los méto­dos pedagógicos más probados que permitan que los alumnos a su cargo maximicen sus talentos. Busca como meta de su labor educativa la  madurez humana y social de las almas a su cargo, como son la forma­ción recta de su conciencia, el amor a la verdad y la promoción de auténticos valores humanos como la familia, la amistad, la responsabilidad, el respeto, la solidaridad y el trabajo en equipo entre otros.

“El Maestro” con  verdadera vocación establece “una relación interpersonal”, y qué por medio de unos elementos enteramente personales, como es la presentación de motivaciones poderosas dirigidas a su inteligencia, a su voluntad y a su libre albedrío y res­ponsabilidad cambia el devenir de cada alumno, porque no ve matrículas sino ve personas.  

“El Maestro” no ve la educación como un camino de coacción y avasalla­miento, sino de auto-convicción. Logra que sus alumnos descubran que han de abrazar una serie de valo­res y rechazar otros contravalores, no porque los impone, sino porque objeti­vamente los descubre y los acepta como un bien para su condición de persona.

“El Maestro” busca en todo momento influir, enriquecer, dirigir y llevar a plenitud la personalidad de sus alumnos mediante la presentación concreta de contenidos abarcados en un plan de formación.

“El Maestro” debe tener en cuenta fac­tores externos que influyen para bien o para mal: Personas, alimentación, clima, lugar de nacimiento, épo­ca, etc.

El Maestro debe ser coherente”. Los muchachos perciben la autenticidad de vida de sus maestros.  Es decisivo “el influjo que deja, para bien o para mal, en el corazón de un  niño, de un adolescente. Sé es un buen maestro cuando se conquista el ascendiente moral.

“El Maestro” debe tener capacidad para resolver problemas.  Las condiciones ideales para el trabajo con adolescentes nunca se van a dar. Los problemas y dificultades serán parte constitutiva del trabajo cotidiano. Es necesario desarrollar una actitud resolutiva. Es inútil estar quejándose de las dificultades, de la falta de medios y de apoyo. “El Maestro” tiene que despertar su capacidad de iniciativa, sin esperar a que se lo den todo hecho.

“El Maestro” debe estar orientado a los resultados. Por otro lado, el formador debe trabajar con sentido de competencia y de conquista de metas y con mentalidad de resultados. Es verdad que con los niños y adolescentes no siempre los resultados se ven de modo inmediato, pero sí se puede evaluar de forma muy precisa todos los medios, los recursos metodológicos, la eficacia y el tiempo real que se está empleando para el bien de los encomendados.

“El Maestro” debe tener Paciencia y constancia. El formador modela hombres. Sabe que está trabajando con material de barro. Hay que exigir sin asfixiar y luchar sin desmayar. Hay que tener pa­ciencia, hay que saber esperar el momento, hay que animar siem­pre, man­teniendo la esperanza del triunfo. Formar a un ser humano es muy difícil; el ser humano no es una piedra dócil que se deja golpear por el artista. El ser humano es libre, y se duele ante los golpes y se rebela, gime y rechaza la mano que le ayuda. La constancia debe aplicarse a los grandes apartados de la forma­ción, pero también a los pequeños detalles.

“El Maestro” es bondadoso y exigente.Una de las tácticas pedagó­gicas del buen formador es la perseverancia e insistencia en los detalles; ‑suaviter in forma, fortiter in re‑,  que significa duro en el fondo y suave en la forma, hasta lograr que vayan calando los principios y los buenos há­bitos. Un buen formador entiende que debe guardar el equilibrio entre la intransi­gencia desmedida y la excesiva suavidad.

Sólo el hombre prudente es capaz de discernir la dosis que se requiere aplicar en cada momento. “El Maestro” sabe ser prudente, sabe emplear aquellos medios que me­jor le ayuden a realizar la obra de educar a su alum­no. En ocasiones será exigir sin contemplaciones, como el médico cuando ha de zanjar un tumor con el bisturí.

¡Resignifiquemos la tarea educativa! ¡Regresémosle al maestro su liderazgo, su identidad y a la educación el valor magisterial!

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Diego Cardoso
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