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No saben mucho de guitarristas. Chamín Correa les suena; identifican a Carlos Santa por “Europa”, no se compararán con un Paco de Lucía, aunque a la hora de agarrar la lira se mutan en bohemios de marca.

En realidad, sus voces no son tan asombrosas en una Puebla dominada por el coronavirus y la apatía social.

Vea usted: ni uno es un Jorge Negrete, ni otro un Alberto Vázquez, y nada que ver con Luis Miguel. Le explico, la tesitura de Juanga les queda muy alta, más bien es una mezcla entre José José, Roberto Carlos y la pasión de un Martín Urrieta.

A continuación se le presenta la historia de dos hermanos cegados por el amor a la vida que le cantan a la Puebla apática, a la Puebla insensible, y aunque vea cegatona.

No conocen un arcoíris, sin embargo, regalan luz a quien pase junto a ellos. Dos fieles soldados de Santa Cecilia resucitan a Los Dandys, Pasteles Verdes y Los Panchos.

Exintegrantes de un grupo musical conformado por personas con discapacidad visual (que incluso tomó fuerza en eventos sociales), al disolverse cada quien jaló por su lado, comentan durante una breve charla que “unos se casaron otros murieron”.

No son ancianos, tampoco unos jovenzuelos, pero son dueños del corazón de un chamaco. El mayor nació en 1970, tres años más tarde el consentido.

Nada que ver con Los del Río, puede que a lo mejor tengan algo de Los Hermanos Martínez Gil, pero sin lo cursi de Los Castro y con lo rítmico de Los Carrión.

Usted identifica (y bien), a los protagonistas de esta historia, pero antes de hablar más de ellos conozca el lado oculto de sus vidas:

Sea Dios, la naturaleza, o lo que a usted se le antoje, nacieron con una capacidad visual minúscula. Gregorio, el cuarentón recuerda brevemente el sol; Armando, el casado parecía haberla librado, pero no, ambos corrieron con la misma suerte.

Su destino era ser amos y esclavos de la oscuridad.

Los dos pequeños fueron el principal foco de atención de sus padres; requerían educación especial, costo que no podían sufragar hasta que un tío de México los ayudó. Ingresaron al Instituto para la Rehabilitación del Niño Ciego y Débil Visual.

Entre los talleres que impartían estaba el de música y canto; al principio renegaron de todo. El de las cuerdas se rehusó y si el de la voz le entró fue a regañadientes, pero aprendió a dominar la cantada, tocar teclados y percusiones:

  • Le dije a mi hermano que la vida continúa; nacer sin vista no es el fin, comenta.

Todavía estaban chamacos.

Sus papás les dieron todo lo humanamente posible hasta llegar el día en que los años pesaron en la existencia de sus tutores:

  • Una noche sentimos diferente la voz de mi mamá, sus bendiciones; meses después fue mi papá…estaban envejeciendo, fue entonces cuando Mando y yo decidimos devolverles el cariño.

Es así como se prepararon para la aventura más amarga de su vida: trasladarse solos de Tlaxcala a la Angelópolis, no sin antes dar un repaso a sus antiguas lecciones.

Uno retomó la guitarra y el otro se puso a preparar su voz.

  • Fue un junio de hace 10 años. Nos subimos al un carro repleto que iba a Puebla; el conductor nos cobró más por dos morrales con algo para la papa, ropa y sillitas que en el mismo traslado perdimos o nos volaron.
  • Sólo nos quedamos con esta guitarra vieja.
  • Llovía a cántaros, aún no sabemos por dónde nos aventó el chofer; fue algo muy duro, además de empapados temblábamos de miedo.

Se hospedaron en la calle.

En algún cuarto bajo el cielo.

No recuerdan en dónde

Fue entonces cuando nació el dueto de Los Hermanos Mendieta. Comenzaron a cantar y tocar hasta ser invitados a reforzar un conjunto.

Pero el grupo cumplió su ciclo; acostumbrados al ir y venir siguieron adelante, resurgieron con un repertorio amplio, rítmico y bohemio: “ha crecido gracias a la gente que nos piden canciones”.

Nueve años en la cantada, su horario había sido de 11 a 5 en la calle 5 de Mayo; allá se acostumbraban a instalarse con su infaltable cachucha y chamarra borreguera de jueves a domingo, interpretando lo mejor de Camilo Sexto, Pepe Aguilar, Los Terrícolas y Emmanuel.

Sin embargo, debido a la emergencia sanitaria por coronavirus salen muy de vez en cuando no sólo por miedo a contagiar, sino a contagiarse al se parte de grupos de riesgo.

Una ciega aspiración

Ellos desean una fuente de ingresos. Armando interrumpió sus clases de computación, quiere una oportunidad laboral, mientras Gregorio ser el mejor guitarrista: “la esperanza muere al último, no vamos a dejar de perseguir nuestro sueño”.

Llamada de atención

Por cierto los soldados de Santa Cecilia dieron un mensaje a los lectores ante los problemas que se viven en México: “creo firmemente en que más allá de apoyar a un político o a un grupo social, primero que nada lo que debemos hacer es aportar, ustedes que están completos, propongan, no sólo critiquen, empiecen a cambiar para que los de arriba cambien, de lo contrario, nos irá peor”.

Gregorio concluyó: “el pueblo tiene el gobierno que se merece, luchemos por uno mejor”

Y sobre la epidemia pidió a la población ser prudentes y responsables: salgan cuando sea necesario, si no tienen necesidad de hacerlo quédense en casa. El virus no es una gripa que se pueda curar con unos pesos, es muy costosa y agresiva, sólo quienes tienen capital económico pueden pagar médico particular porque en los privados pocos salen vivos”.

Por: Arnoldo Márquez

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