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Para poder aumentar nuestra energía con una explosión de ¡no quiero más y de ¡ahora quiero para mí!, martilleados desde las coincidencias que nos conducen por oscuros senderos. Coincidencias los dones de un Universo amoroso, que funcionan solo si nos percatamos de ellas; de lo contrario, como ocurre a menudo, son y permanecen como un privilegio de quien es capaz de advertirlas.

No hay nadie… De verdad… Realmente no hay nadie que desee que seamos perdedores. Ninguna divinidad a la que pagar el alquiler por el cuerpo con el que nos ha dotado, ningún Dios odioso y cruel a quien tener que enredar porque no hay suficiente para nosotros.

Es difícil de creer.

¡pero realmente es así! ¡El Universo es solo Amor! Amor Universal, y por ello no puede desear tu mal. No le sirven tus juramentos, tus sacrificios ni tus renuncias: ¡Él, que es infinito! Es la abundancia y es dar, dar, dar, sin desear nada a cambio.

¡Amor incondicional!

¡sorprendente!

¿No crees?

No hay nadie, realmente nadie, esperándonos a la vuelta de la esquina para asaltarnos y desvalijar la poca energía que, agonizando, guardamos para nosotros.

Cuanto antes seamos consciente de esto, antes nos quitaremos de la memoria siglos de abusos y de sacrificios despiadados e inútiles, no deseados por Dios, sino sencillamente inventados por la maldad del hombre para manipular a aquel que ose separarse de los vínculos de las religiones.

Quien consigue tu atención; te consigue a ti.

Quien elije en tu lugar los castigos que tu mismo te impones, ¡Te posee!

¡Y este alguien no es ciertamente Dios!

¡Debes comprender esto!

Un Dios que todo lo puede y todo lo tiene, ¿para qué necesita tus penurias? ¡Piensa en ello! ¡Un Dios de Amor no puede pedir esto!

A decir verdad, mi impresión es que a Él no le importa lo que hagamos; si estamos contentos ¡también Él lo está!

Aquí, en la Tierra, funciona la ley del “Yo pago”.

Cualquier cosa que hagas es correcta. Total. ¡tú pagas!

En el bien y en el mal se activa siempre esta ley cósmica, gracias a la cual cada uno de nosotros se entrena con rigor para organizar nuestro propio infierno y nuestro muestrario personal de sufrimientos.

En el fondo, ¿Quién mejor que nosotros puede hacerlo?

¡Dios no busca nuestro mal! Él se limita a observar y el siente que existe a través de nuestra manera de proceder.

Al igual que nosotros se pregunta a menudo porque nuestra existencia es tan gravosa y difícil.

Si entendemos esto, el panorama cambia por completo.

Por: Juan de Dios Flores Arechiga.

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