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¿Cómo trabajamos con la sensación de sentirnos cargados? ¿Cómo aprendemos, a relacionarnos con lo que parece interponerse entre nosotros y la felicidad que merecemos? ¿Cómo aprendemos a relajarnos y a conectar con la alegría fundamental?

A nivel global vivimos tiempos difíciles; el despertar ya no es un lujo ni un ideal, sino algo críticamente necesario. No debemos añadir más depresión, más desánimo ni más ira a los ya existentes. Se está volviendo esencial aprender a relacionamos saludablemente con los tiempos difíciles. La tierra parece suplicarnos que conectemos con la alegría y descubramos nuestra esencia más íntima. Es la mejor manera posible de beneficiar a los demás.

Tradicionalmente existen tres métodos para relacionarnos directamente con las circunstancias difíciles haciendo de ellas un camino de despertar y alegría: Al primer método lo llamaremos no más lucha; al segundo, usar el veneno como medicina; y al tercero, contemplar cualquier cosa que surja como sabiduría iluminada. Éstas son las tres técnicas para trabajar con el caos, las dificultades y los sucesos no deseados de nuestra vida cotidiana.

EL PRIMER MÉTODO, NO MÁS LUCHA, se resume en las instrucciones de samatha-viashyana. Cuando nos sentarnos a meditar, miramos directamente cualquier cosa que surja en nuestra mente, la denominamos «pensamiento» y volvemos a la inmediatez y simplicidad de la respiración. Una y otra vez volvemos a la conciencia prístina y libre de conceptos. La práctica meditativa es nuestra forma de dejar de luchar contra nosotros mismos, de dejar de luchar contra las circunstancias, emociones y estados de ánimo. Esta instrucción básica es una herramienta que podemos emplear para entrenamos tanto en la práctica meditativa como en nuestra vida. Surja lo que surja, lo miramos con una actitud libre de juicio.

Esta instrucción es aplicable al trabajo con el desagrado y su miríada de disfraces. Surja lo que surja, entrénate una y otra vez a observarlo y a verlo tal como es, sin darle nombre, sin tirarle piedras, sin desviar la mirada. Deja pasar todas esas historias. La esencia más interna de la mente carece de sesgo. Los pensamientos surgen y se disuelven eternamente. Así es como son las cosas.

Éste es el principal método para trabajar con situaciones dolorosas, ya se trate del dolor global, de un dolor doméstico o de cualquier otro tipo de dolor. Podemos dejar de luchar contra lo que ocurre y ver su verdadero rostro sin llamarle enemigo. Es una gran ayuda recordar que nuestra práctica no está relaciona da con conseguir nada —no tiene que ver con ganar o perder— sino con dejar de luchar y relajarnos en lo que es. Esto es lo que hacemos cuando nos sentamos a meditar, y esta actitud se va extendiendo al resto de nuestra vida.

Es como invitar a lo que nos da miedo a que se presente y se quede un rato con nosotros. Milarepa entonaba esta canción a los monstruos que encontraba en su cueva: «Es maravilloso que hayáis venido hoy. Volved también mañana, de vez en cuando hemos de platicar un rato.» Empezamos a trabajar con los monstruos de nuestra mente. Después desarrollamos la sabiduría y la compasión para comunicar de manera sana con las amenazas y miedos de nuestra vida cotidiana.

La yoguini tibetana Machig Labdrön practicó intrépidamente insistiendo en este punto de vista. Dijo que en su tradición no se exorcizaba a los demonios, sino que se les trataba con compasión. El consejo recibido de su maestro, que ella a su vez transmitió a sus estudiantes, fue: «Acércate a lo que te resulte repulsivo, ayuda a quienes piensas que no puedes ayudar y acude a los lugares que te dan miedo.» Este camino comienza cuando nos sentamos a meditar y no luchamos con nuestra propia mente.

EL SEGUNDO MÉTODO PARA TRABAJAR CON EL CAOS ES EMPLEAR EL VENENO COMO MEDICINA. Podemos usar las situaciones difíciles —el veneno— como combustible para despertar. En general, la introducción a esta idea se realiza a través del tonglen.

Cuando surge algo incómodo —cualquier tipo de conflicto, cualquier idea de desvalorización, cualquier cosa que nos desagrade, avergüence o resulte dolorosa— en lugar de tratar de librarnos de ello, lo inspiramos. Los tres venenos son la pasión (que incluye el apetito desordenado o adicción), la agresión y la ignorancia (que incluye la negación o tendencia a cerrarnos). Solemos pensar que estos venenos son malos y debemos evitarlos, pero en este caso nuestra actitud debe ser diferente porque se convierten en semillas de compasión y apertura. Cuando surge el sufrimiento, la instrucción tonglen es abandonar la línea argumental e inspirar no sólo la ira, él resentimiento o la soledad que podamos sentir, sino el dolor de todos los demás que en este momento están sintiendo la misma rabia, amargura o aislamiento.

Inspiramos el sufrimiento de todos los que lo estén sufriendo. Este veneno no es sólo nuestra desgracia personal, nuestra falta, nuestra mancha, nuestra vergüenza; también es parte de la condición humana. Es nuestro parentesco con todas las cosas vivas, el material que necesitamos para entender la sensación que produce ponerse en el lugar de otra persona. En lugar de huir evitar el veneno, lo inspiramos y conectamos plenamente con él. Hacemos esto con la intención de que todos nos podamos ver libres del sufrimiento. Después espiramos, enviando una sensación de vasto espacio, una sensación de ventilación o frescura. Lo hacemos con la intención de que todos podamos relajamos y experimentar la esencia interna de nuestra mente.

Desde la infancia se nos dice que hay algo equivocado en nosotros, en el mundo y en todo lo que pasa: no es perfecto, tiene los cantos sin pulir, sabe amargo, suena demasiado alto, es demasiado suave, demasiado afilado, demasiado insípido. Tratamos de mejorar las cosas porque siempre nos estamos enfrentando con algo malo, algo erróneo, algo problemático. El punto principal de estos métodos es disolver la lucha dualista, nuestra tendencia habitual a luchar contra lo que nos está ocurriendo. La instrucción de estos métodos es avanzar hacia las dificultades en lugar de retirarnos. No solemos recibir frecuentemente este tipo de consejos.

Todo lo que ocurre no sólo es útil y trabajable, sino que es el camino mismo. Podemos usar todo lo que nos ocurre como un medio para despertar. Podemos utilizar todo lo que ocurre —ya se trate de nuestras emociones y pensamientos conflictivos o de nuestra situación externa— para ver dónde estamos dormidos y cómo podemos despertar completamente, totalmente, sin reservas.

Por tanto, el segundo método es usar el veneno como medicina, emplear las situaciones difíciles para despertar nuestra genuina preocupación por otros que, como nosotros, a menudo se encuentran en situaciones dolorosas. Como dice un eslogan lojong: «Cuando el mundo está lleno de maldad, todos los percances y las dificultades deben transformarse en el camino de la iluminación.» Ésta es la noción que adoptamos aquí.

EL TERCER MÉTODO PARA TRABAJAR CON EL CAOS ES CONSIDERAR LO QUE SURJA COMO UNA MANIFESTACIÓN DE LA ENERGÍA ILUMINADA. Podemos consideramos como seres ya despiertos; podemos mirar nuestro mundo como un lugar sagrado. La imagen tradicionalmente empleada para considerar sagrada cualquier cosa que surja es la de un cementerio. En Tíbet los cementerios no son tan bonitos como en Occidente. Los cuerpos no están enterrados y cubiertos de hierba muy cuidada, no hay lápidas inscritas ni pequeños ángeles dibujados. En Tíbet el suelo está helado, por lo que los cuerpos se cortan en pedazos y se llevan a los cementerios para que se los coman los buitres. Estoy segura de que no huelen demasiado bien ni son una vista muy decorosa. Habrá globos oculares, pelos, huesos y demás restos de cuerpos por todas partes. En un libro sobre Tíbet, vi una fotografía en la queda gente llevaba un cuerpo a un cementerio. Había un círculo de buitres del tamaño de un niño de dos años esperándolo.

Quizá el lugar más parecido a un cementerio tibetano en nuestro mundo no sea un cementerio occidental sino el departamento de urgencias de un hospital. Esta imagen podría ser para nosotros una base operativa desde la que trabajar, honestamente asentada en nuestro funcionamiento humano real. En urgencias siempre hay olores, sangre, la situación es totalmente impredecible, pero al mismo tiempo el lugar irradia sabiduría, alimento, algo que nos nutre, algo que es benéfico y puro.

Observar cualquier cosa que surja como energía del despertar invierte nuestro patrón fundamental habitual de tratar de evitar el conflicto, de tratar de ser mejores de lo que somos, de tratar de allanar el camino y embellecer las cosas, de tratar de probar que el dolor es un error y que no existiría en nuestra vidas si lo hiciéramos todo correctamente. Esta visión da un giro total a este patrón particular y nos anima a ver el cementerio de nuestras vidas como la base operativa desde la que alcanzar la iluminación.

En nuestra vida diaria a menudo sentimos pánico, palpitaciones o un nudo en el estómago porque estamos discutiendo con alguien o porque teníamos un plan estupendo que no está funcionando. ¿Cómo nos metemos en tales dramas? ¿Cómo lidiamos con los demonios de nuestras esperanzas y miedos? ¿Cómo dejamos de luchar contra nosotros mismos? Machig Labdrön nos aconseja ir a lugares que nos den miedo. Pero, ¿cómo hacerlo?

Estamos tratando de aprender a no dividirnos en nuestro «lado bueno» y nuestro «lado malo», en nuestro «lado puro» y nuestro «lado impuro». La lucha fundamental se libra con nuestra sensación de estar equivocados, con la culpa y la vergüenza de ser quienes somos. Ésas son las cosas con las que nos tenemos que reconciliar. La cuestión está en que, avanzando hacia lo que nos resulta difícil y deseamos apartar de nosotros, podemos disolver la sensación dualista entre nosotros y ellos, entro esto y aquello, entre aquí y allá.

En términos de nuestra experiencia cotidiana, los métodos de tratar con el caos nos animan a no sentir vergüenza de nosotros mismos. No hay nada de lo que sentirse avergonzado. Es como la cocina étnica, podemos sentirnos orgullosos de exponer nuestras albóndigas judías, nuestro curry indio, nuestros guisos afroamericanos, nuestras hamburguesas y patatas fritas americanas. Hay mucho material jugoso del que podemos sentirnos orgullosos. El caos es parte de nuestro campo de juego. En lugar de buscar algo más elevado o más puro, trabaja con él tal como es.

El mundo en el que nos encontramos y la persona que creemos ser son las bases de nuestro trabajo. Este cementerio llamado vida es la manifestación de la sabiduría, y la sabiduría es la base de la libertad y también de la confusión. Estamos haciendo una elección a cada momento: ¿Qué camino seguir? ¿Cómo relacionarnos con el material crudo de nuestra existencia?

Hemos estudiado tres maneras muy prácticas de trabajar con el caos: no lucha, veneno como medicina y considerarlo todo como una manifestación de la sabiduría. En primer lugar hemos de aprender a abandonar las líneas arguméntales. Ralentízate lo suficiente como para estar simplemente presente, olvida toda esa multitud de juicios y esquemas y deja de luchar.

En segundo lugar, podemos utilizar cada día de nuestra vida para tomar una actitud diferente hacia el sufrimiento. En vez de apartarlo de nosotros, podemos inspirarlo con el deseo de que todo el mundo se libere de él, con el deseo de que la gente de todas partes experimente la alegría en sus corazones. Podemos transformar el dolor en alegría.

En tercer lugar, podemos reconocer la existencia del sufrimiento, la existencia de la oscuridad. El caos de aquí dentro y el caos de ahí fuera son básicamente energía, son el juego de la sabiduría. Depende de nuestra percepción considerar nuestra situación como un cielo o como un infierno.

Por último, ¿no podríamos relajamos un poco y aligeramos? Cuando nos despertamos por la mañana, podemos dedicar el día a aprender estas actitudes. Podemos cultivar nuestro sentido del humor y damos un descanso. Cada vez que nos sentemos a meditar podemos pensar que es una ocasión de aligeramos, de cultivar el sentido del humor, de relajarnos. Como dijo un estudiante: «Rebaja tus criterios y relájate en lo que es.»

Libro “Cuando todo se derrumba”

Autor: Pema Chödrön

Enviado por: Juan De Dios Flores Arechiga.

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