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Mi papá era un hombre muy fino, elegante, pulcro, bien educado, sereno y muy inteligente. Un genio para los números, experto en contabilidad. Se crio en pañales de seda en la Puebla de hace un siglo en una familia tradicional de la que entonces se decía ‘de abolengo’. Era la adoración de mi abuelita por lo que desde niño estuvo muy consentido y nunca perdió su estilo ni sus formas.

De adulto tuvo un asistente que lo llevaba y traía, entre otros lugares, al Club de Golf -le encantaba jugar- y en el Hoyo 19 le entraba feliz al cubilete con sus amigos. Su asistente se llama Javier Valencia, le decimos “El Negro” por su brillante y reluciente piel morena, de gran simpatía y máxima inventiva, y de risa franca, sonora y contagiosa; perfecta mancuerna para mi padre porque junto al Negro su vida era muy otra.

El tiempo de servicio del Negro hizo que mi papá y él tuvieran una gran convivencia y que el profundo contraste de sus edades y personalidades hiciera la amalgama perfecta. Por un lado, la experiencia y formalidad de don Ramón y por el otro la inteligente desfachatez y alegría de vivir del Negro. En alguna ocasión mi padre requirió una transfusión de sangre OH+, que el Negro le donó y fue suficiente para que a mi papá le cambiara la personalidad, y ahí el Negro y yo nos hicimos hermanos, somos familia.

Un día al salir mi papá de la casa y dirigirse al auto cuando el Negro lo esperaba con la puerta abierta, éste le preguntó:

–¿Cómo se siente hoy don Ramón?

–Bien, bien mi Negro, bien.

–Qué onda ¿vamos a ir con las cariñosas?

Y mi padre reía pícaramente.

En otra ocasión el Negro iba manejando y un auto les dio el cerrón y casi chocan: el Negro profirió un ‘¡pendejo!’ y retó al automovilista a golpes, pero éste se arrancó y mi papá de forma muy fina, serena y hasta con dulzura, como pensando, ‘¡si se baja ese cabrón nos rompe la madre a los dos!’

–Oye Negro, una pregunta: ¿tú eres bueno para los golpes, o sea para pelear?

–No, pues no mucho don Ramón, pero pues no me dejo, ¿verdad? O sea, si se baja aquella persona y nos la hace de problema, pues ahí yo veo, me bajo y me aviento un trompo, o sea yo me aviento un tiro ¡y no pasa nada!

–Si, esteee… -prosiguió mi padre- Pero no te preocupes: si tú bajas y hay pelea, ¡yo bajo y yo te apoyo!

alefonse@hotmail.com

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