La rayita blanca pintada en el suelo

Me mandaron al Registro Civil de Puebla; lo bueno es que me dio tiempo llegar antes de que abrieran las oficinas a las nueve de la mañana, ya que desde las seis estaba aposentada sobre la acera en la oficina de Apostille del Gobierno del Estado en mi sillita replegable color rojo para ser la primera en entrar. Los funcionarios y policías que fueron llegando, me saludaban muy amables pero extrañados; no, no parecía yo homeless, pero supongo pocas personas llegan tan temprano, preparadas cómodamente, para una larga espera en ser atendidas.

Alguien se apiadó de mí y se acercó para saber cuál era el trámite por realizar. Le enseñé el original del acta de nacimiento que quería apostillar y copias fieles de diferente tamaño para evitar cualquier contratiempo, así como la solicitud y el comprobante fiscal de pago. Esta persona señaló que para ese trámite debía presentar una copia fiel actualizada -con firma autógrafa-, por lo que tendría que ir al Registro Civil para obtenerla. Me fui volando.

Al llegar al Registro Civil estaba cerrado y había cola, pero al abrir las puertas pasamos rápido ya que están super bien organizados ¡los mejores del Gobierno del Estado para atención al público! En la reja de entrada te preguntan ‘¿Cuál es su trámite?’ y al responderles, te señalan la línea de un color pintada en el piso con flechitas que debes seguir para llegar a la oficina que te corresponde; así dosifican la cantidad de personas y las áreas para evitar el gentío que siempre hay. A mi me tocó blanca. ¡Me maravillé! Me encantó la manera en que se la han ingeniado para atender y agilizar los trámites de tanta gente. ¡A estas alturas de mi vida, me sentí tan feliz de revivir mis tiempos de kínder, donde identificas el color y sigues la rayita hacia tu salón!

Y ahí íbamos todos, ágiles, como niños ilusionados con la mirada fija en el suelo para no perder la secuencia de la línea de color que nos había tocado. Había quienes veraneaban y se distraían, pero regresaba a la rayita de su color y a su lugar. ¡Y yo la más gozosa sintiéndome niña otra vez! Marchábamos todos, sin distingos de edad, colores, sabores, texturas o dimensiones; como hormiguitas con la vista atenta al suelo, siguiendo en fila india la línea de color indicada. Sólo me faltaba mi amiguita con quien caminar de la mano. ¡Y me la conseguí! Adelante de mí desde la calle, iba una señora muy sencilla de mediana edad que venía a tramitar una copia del acta de nacimiento de su hijo; hablaba para sí misma, tronándose los dedos, pero parecía dirigirse a mí en un susurró angustioso: ‘No traje copia de mi INE, ¿y si me la piden?’ Me hizo dudar porque yo traía mi credencial, pero no copia; le dejé guardado mi lugar y en chinga salí de la fila para sacar una copia, por si las moscas. Cuando regresé le ofrecí mi número de celular para que le enviaran foto de su INE y sacar copia, pero no se sabía los teléfonos de sus hijos ni recordaba dónde había dejado su credencial. Juntas imploramos para que no se la solicitaran ya que había venido desde no-sé-dónde para el trámite.

Ella fue mi amiguita de la escuela para seguir la misma línea de color blanco pintada en el piso. No íbamos de la mano, pero casi. Desde que supimos que nos tocó el mismo color, la plática se dio con una complicidad inaudita como si nos conociéramos desde hace años; se quejó que le habían cortado la electricidad y no la había podido pagar aún. Le pregunté si había sacado la comida del refrigerador porque se echa a perder, y bien chispa, estalló: “¡Eso es lo bueno! ¡No tenemos refrigerador!” Explotamos en carcajadas y, casi de la mano, continuamos sobre la rayita blanca a: ‘pago’, ‘búsqueda en libros’ y ‘entrega de actas’; en cada parada había sillas donde nos sentamos para continuar con el güiri-güiri, risas y carcajadas.

Después de un rato, ya con nuestras actas en mano se sentía feo salir a la calle y dejarnos ir; ninguna de las dos nos animábamos a dar el paso definitivo y definitorio, que significaba perdernos la una de la otra en la marea fría e impersonal de la multitud indiferente, después de habernos encontrado como amigas y cómplices del trote sobre la rayita blanca.

Bien señaladas la ‘entrada’ y la ‘salida’ de las instalaciones, caminamos juntas y antes de salir, nos detuvimos para abrazamos fuerte sin soltarnos. Me dijo al oído: “Me llamo Lucía”; le respondí: “Yo, Alejandra’. A punto de continuar nuestra marcha hacia la calle, nos despedimos vacilantes ya que cada una seguiría su propio camino solitario, sin la certeza ni la continuidad de la rayita blanca pintada en el suelo que nos llevara a un destino seguro, alegre y acompañado.

Licenciado Manuel Valentín Carmona Sosa, Director General del Registro del Estado Civil de las Personas: la excelente, innovadora, ágil, divertida y eficiente organización para la atención de las personas en sus instalaciones, hizo posible que dos completas desconocidas que se encontraron por azar en las oficinas del Registro Civil de Puebla, compartieran esta significativa y, para mí inolvidable, experiencia, en el recorrido que nos despertó magia y fantasía, gracias al escenario y funcionalidad de la dependencia que usted dirige.

¡Enhorabuena y gracias otra vez!

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
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