La organización y código de valores del mundo colonial levantado sobre los lineamientos de la “contrarreforma” de la Compañía de Jesús y el “Concilio de Trento”, permanece plenamente en vigor a pesar de que la independencia nacional había terminado por consumarse.
El Congreso de Viena tras la derrota napoleónica, abría un escenario en el plano internacional de claro tinte conservador bajo el poderío militar del Zar Alejandro y diplomático del Canciller de Austria Klemenss Von Metternich; bajo el cual, Fernando VII esgrimiría , hasta el último instante de su vida, la pretensión de reconquistar sus perdidos dominios americanos.
México se conformaba en esos momentos dejando atrás el enlace transoceánico de Europa con Asia que había sido propio a la vida de la Nueva España, para constituirse, al fragor de la resistencia y cercanía con la novel nación norteamericana, conformada a la sazón por las trece colonias independizadas por Georg Washington, y que entonces, apenas comenzaba a vislumbrar un poderío que llegó a ser imponente al paso de las siguientes centurias, aun cuando, tal y como lo llegó esbozar algunos años atrás el Conde de Aranda, consejero del Rey Carlos III, eran apenas entonces : “un pigmeo con sed que se apresta a crecer”.
Asomada a las dificultades de la independencia, la nación mexicana se aprestaba a dejar atrás el latín para sustituirlo por la lengua nacional, la teología por las ciencias físicas, y la instrucción pía por el civismo; al unísono de que se hacía indispensable que tres cuartas partes de la riqueza inmobiliaria estancada en manos de corporaciones eclesiásticas y civiles, entrasen a la circulación de un circuito comercial que propiciara la elevación de las fuerzas productivas de aquella joven nación; con ello. Todo un destino se habría camino a una generación, entre la que figuraban hombres como Antonio García Cubas que se aprestaba a hacer frente a los retos que el devenir de la historia habría de presentarle.
Pocos espacios ofrecen la remembranza de la época como la “Calle de Donceles” a partir del Teatro “Esperanza Iris”, rememorándose inevitablemente ante su fachada las escenas caracterizadas por Fernando Soler y Joaquín Pardavé en la que acompañados de Ricardo Castro e incluso el irreverente Nicolás Zúñiga y Miranda asisten al estreno de la zarzuela de Luis G. Jordá: “Chin Chun Chan”.
Desde las puertas de la Sorpresa
hasta la esquina del Jockey Club,
no hay española, yanqui o francesa,
ni más bonita ni más traviesa
que la duquesa del duque Job;-habría muy bien podido expresar en la ocasión don Manuel Gutiérrez Nájera.
Paso obligado en el recorrido por “Donceles” es la antigua sede de la Cámara de Diputados, en la que resulta imposible no imaginar a los personajes de “La Sombra del Caudillo”, dotados todos ellos de la enorme virtud de la prudencia y la discreción política : “yo, diputado, soy tan sólo el amigo del Señor Ministro de la Guerra, no su confidente político”, dijera Axcaná González ante pregunta expresa motivada por las eventuales aspiraciones del encumbrado personaje; quedando Axcaná siempre representado en nuestra imaginación por Tomás Perrín, pese, o acaso precisamente, por virtud de los treinta años en que la cinta de Julio Bracho estuvo enlatado a solicitud expresa del general Agustín Olachea.
Las “librerías de viejo” nos conducen a mundos perdidos en el tiempo, lugares donde escarbar secretos que, incluso en los días de “Amazon” y demás plataformas digitales resultan imposibles de encontrarse en cualquier otro lado, y que, como todo tesoro escondido, ser descubierto exige de la paciencia propia de un gamusino que se apresta a sumergirse en espacios legendarios y misteriosos.
Recuerdo en otros tiempos el paso de escritores como Alejandro Aura haciendo aquellos recorridos, y recuerdo, asimismo, a la fundadora de la “Librería del Abogado”, situada entonces en un inmueble que se encontraba precisamente frente a la “Antigua Librería Porrúa” en la esquina de Guatemala y Argentina y que ha sido derruido para permitir la exploración y descubrimiento de los vestigios arqueológicos del “Templo Mayor”, situada ahora frente a la fachada barroca de la parroquia de Nuestra Señora del Pilar en cuyos altares puede apreciarse la pintura formidable de Sebastián Salcedo, la gran pintura mexicana que desaparecería precisamente al crearse la Academia de San Carlos al decir de Lucas Alamán a quién por ningún motivo puede tildársele de ser contrario a las instituciones borbónicas.
Aquella mujer enigmática que parecía una sacerdotisa de ritos antiguos capaz de poder adentrase en todos los misterios tanto de la vida pública de la ciudad como de aquellos que se albergan en las almas de los hombres, contestó tajante a una pregunta atrevida de mi parte relativa a las “Siete Partidas” siendo yo apenas un jovenzuelo en aquellos momentos : “ eso es mucho para usted”, para, varios años después, al volver a entrar en aquel lugar impregnado del aroma propio del papel antiguo, me saludara gentilmente ofreciéndome motu proprio los más arcanos títulos de la cultura humana , “Las Siete Partidas” del Rey Alfonso “el sabio,” entre otras.
Al recorrerse las “librerías de viejo” se entra en contacto con los enigmas del universo , incluso los más perversos al alcance del paciente escudriñador, y que al efecto pudieran contenerse en los títulos de astrólogo George Gurdjieff o del tarotista Eliphas Lévi, como en alguno de los episodio de la cinta de Roman Polanski protagonizada por Johny Deep: “La Novena Puerta”.
Paralela a Justo Sierra, nomenclatura que asume la referida Calle de Donceles, precisamente al pasar la sede de la “Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística”, se extiende San Ildefonso, calle que, en la poesía de Octavio Paz emblematiza a otra generación de mexicanos, que, al igual que la que fuera aglutinada en torno a Valentín Gómez Farías, decidió abrirse paso ante el futuro incierto de un país que encontraba en su horizonte las esperanza que una revolución social triunfante traía consigo, y que comenzaba la aventura de un siglo que veía la luz al fragor de los fusiles que disparados en un mes de agosto dieron inicio a la “Gran Guerra”.
los muros negros de San Ildefonso
son negros y respiran:
sol hecho tiempo:
tiempo hecho piedra,
piedra hecha cuerpo.
Estas calles fueron canales.
Al sol,
las casas eran plata:
ciudad de cal y canto,
luna caída en el lago.
Por San Ildefonso, frente a la que fuera la residencia de José Martí se llega a la Escuela Nacional Preparatoria sumergida en la memoria e incluso en la nostalgia, de todo mexicano que, como dijera Decio Bruto en la obra de Shakespeare: “ame entrañablemente a su patria”.
En sus patios , en los que se erigen los bustos de Justo Sierra y Gabino Barreda, se muestras magnificentes los frescos de José Clemente Orozco, incluido, en primer término , el denominado “La Trinchera” que inspira la coreografía del ballet de José Pablo Moncayo sobre Emiliano Zapata; así como el que puede apreciarse y en sus escaleras con la imagen de Cortés y Marina pintados como “Adán y Eva” a decir de Octavio Paz.
En uno de sus espacios cerrados, se encuentra el mural de Diego Rivera sobre las gestas de independencia del Continente a partir la declaración de independencia de Haití y la manumisión de los esclavos decretada por Alexandre Petión; así como otro alberga el salón conocido como “El Generalito,” mote con el que fuera bautizado en los días álgidos de la “Revolución” por los hombres de la generación de José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, Alfonso Reyes y Antonio Caso.
Antiguo salón de sesiones de los integrantes del Colegio de la Compañía de Jesús en los días coloniales, y que en mucho recuerda, tanto al “Paraninfo” del edificio “Carolino” de la Ciudad de Puebla, como al de los “Coros” con los altorrelieves de la “comunión de los santos” esculpidos en madera por Juan de Rojas en la Catedral Metropolitana, santos esculpidos en madera que son custodiados por el fresco de Cristóbal de Villapando plasmando ese mismo “coro celestial ángeles”, ubicado tras lo que queda del “Altar del Perdón” tras el lamentable incendio acontecido en el señero año de 1968, habiendo quedado intacta la magnífica madona propia del barroco pictórico mexicano del siglo XVIII y que por ende , no puede ser atribuida por ningún motivo a Simón Peyren , tal y como lo pretendiera Juan de Dios Peza en su célebre romance:
Cuando a gobernar el reino
de la rica Nueva España
vino el marqués de Falcés
O don Gastón de Peralta,
trajo entre su comitiva
a un pintor de mucha fama
que era portugués de origen,
pero educado en Italia.
Al centro del salón de los coros su ubica el mueble coral , en el que se expone la partitura de la homilía fúnebre al emperador Carlos V compuesta por Cristóbal de Morales según da cuenta Francisco Cervantes de Salazar en su crónica “Túmulo Imperial”, mueble resguardado por las estatuas en marfil de Filipinas, -archipiélago que era parte integrante de la Nueva España-, y que representan, tanto a la Asunción de María, patrona de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México , como a los ínclitos Doctores de la Iglesia entre los que destacan Alberto Magno y Tomás de Aquino.
Conocí la Escuela Nacional Preparatoria siendo adolescente y cuando vivía mi abuelo, hombre de edad intermedia entre la de aquellos que dieron su nuevo nombre al salón de “El Generalito” y la de los que Octavio Paz recorrieran la calle de San Ildefonso en sus mocedades.
Retornar después de algún tiempo a los lugares que nos han sido entrañables por su profundo significado, permite, pensar, sin duda alguna que asistía la razón a plenitud al filósofo Sören Kierkegaard al afirmar que “no transcurre el tiempo en las zonas más recónditas de la conciencia humana” .
Siguiendo el recorrido que sugiere el “Nocturno” de Octavio Paz , contemplando la “luna caída en el lago” tal y como se percibe a cabalidad en los días de llovizna de la Ciudad de México, se llega al que era un lugar investido de secretos, al menos hasta antes de que en 1991 se diera el colapso de la Unión Soviética: la “Universidad Obrera Vicente Lombardo Toledano”, para, inmediatamente después, atravesando la plazuela de Loreto, toparse de frente a la formidable sinagoga de “Justo Sierra”, acaso, una de las edificaciones más cargadas de significado del centro de la ciudad, conjuntamente con la Iglesia de “La Merced” a la que se llega varías cuadras adelante y que, por ningún motivo, habría que confundir con el convento cerrado al público que se ubica en la Calle de Uruguay en los contornos del monumento a Alonso García Bernal, primer cartógrafo de la ciudad virreynal.
Bernal Díaz del Castillo brinda cabal noticia del primer naranjo que floreciera en nuestras latitudes, semilla de un fruto degustado por uno de los miembros de la expedición conducida por Antón de Alaminos y comandada por Hernán Cortés. La leyenda del Convento de la Merced, por su parte, refiere la maldición que cegaba la vida de los frailes cada que del naranjo floreciente en su solar era cosechado uno de sus frutos, a grado tal, que, cada uno de los monjes pudo identificar a plenitud cuál de entre las naranjas que pendían de su ramaje, habría de determinar el final de su existencia.
Erigido en el entronque que forman la esquina de la señorial calle de Uruguay y la de Talavera, agoniza una de las joyas arquitectónicas de la Ciudad de México, cuyo acceso se encuentra vedado al público visitante, a diferencia de lo que, aún circundado por el comercio popular, acontece con el esplendoroso Convento de la Merced de la Ciudad de Puebla, que alberga una impactante escultura gigante de ‘Jesús Sacramentado’ , la misma que, acaso, y toda proporción guardada, bien podría rememorar al monumento del ‘Cerro del Corcovado’ en Río de Janeiro, no en balde, Fray Luis de León llegó a desentrañar en su estudio de las “escrituras”, que , uno de los nombres ocultos de “Cristo” correspondería precisamente al de “cerro de corcovas”.
Las paredes exteriores del monumento se encuentran a la fecha circundadas por diversos establecimientos comerciales, cuyos dependientes, ignoran que se hayan establecidos en el solar del antiguo “Convento”, ofreciendo al inquirente la contundente respuesta: “no tengo la menor idea de donde se ubique”, encarnándose con ello alguna de las piezas teatrales cortas de Salvador Novo, en cuya trama , un buhonero del mercado de “La Lagunilla” queda extasiado y sorprendido ante el visitante que le narra la historia, para él del todo ignorada, de aquel lugar en el que ha pasado toda su existencia.
En los límites de los barrios de La Merced , La Lagunilla y Tepito se encuentra la Capilla de Nuestro Señor de la Humildad, sitio preciso en el que Garcí Holguín detuvo al Tlatoani Cuauhtémoc el 13 de agosto de 1521, desatándose una disputa ante Cortés por el mérito en la captura entre el propio Garcí-Holguín y su comandante Pablo Sandoval que, a decir de Bernal Díaz, rememoraba la que en la “Guarra de Yugurta” protagonizaran Mario y Sila según fuera narrado por el historiador Salustio.
La leyenda refiere que la maldición que pendía de las naranjas del convento de La Merced quedó rota, el día que el prior arrancó del árbol el fruto que determinaba su destino, para refrescar a uno de sus hermanos consumido por la fiebre que demandaba cualquier líquido disponible que pudiera aliviar su sed.
No sabemos si los frutos de aquel naranjo sembrado en suelo veracruzano y del que da cabal noticia Bernal Díaz del Castillo, haya aliviado la sed del “único héroe a la altura del arte” como dijera Ramón López Velarde en el peregrinar a la Higueras; pero esperemos sí, que constituyan el símbolo de una enorme esperanza, cristalizada en la preservación de nuestra memoria, empezando, en primer término, por el necesario rescate y rehabilitación del antiguo Convento de La Merced de la Ciudad de México.
En las inmediaciones de la Calle de Donceles se ubica asimismo la Plaza de Santo Domingo, en cuya contra esquina se erige el antiguo Palacio de la Inquisición que, al paso del tiempo se convertiría en solar de la Escuela Nacional de Medicina, centro de la enseñanza médica en la que Manuel Acuña como estudiante de ella, embargado de emociones encontradas “Ante un Cadáver” escribió una de sus más emotivas poesías; escuela conformada por grandes mexicanos como Leopoldo Río de la Losa que siguieron a otra de las convocatoria de don Valentín Gómez Farías en aquella primera reforma tal y como nos da cuenta don Guillermo Prieto en “Memorias de mis Tiempos”.
¡Y bien! aquí estás ya… sobre la plancha
donde el gran horizonte de la ciencia
la extensión de sus límites ensancha.
Aquí donde la rígida experiencia
viene a dictar las leyes superiores
a que está sometida la existencia.
Recurriendo a las crónicas de Fray Bartolomé de las Casas, habremos de constatar la relación amistosa entretejida entre Guacanagarix cacique de Marién y “El Almirante viejo”, a grado tal que, el puerto de “La Isabela” fuera a fin de cuentas edificado en sus dominios.
La cruel persecución a los tainos comenzaría a partir de la rebelión de Francisco Roldán a la sazón alcalde de Santo Domingo, ciudad edificada sobre el reino Higüey, cuyo dominio fuera heredado por el rey Behechio a su hermana Anacanoa, reina entonces tanto de Higüey como del cacicazgo de Maguana heredado a su vez de su difunto esposo.
Crueldades desatadas por Francisco Roldán y seguidas por Francisco de Bobadilla visitador real en la islas y enemigo de Colón y que llegó, a los extremos más terribles, cuando el comendador de Lares Nicolás de Ovando, precisamente contra quién Diego Colón enderezara sus alegatos judiciales solicitando se respetara la acordado con su padre en las “capitulaciones de Santa Fe de la Vega de Granada”, emboscó a los caciques de la isla y les encerró una choza vivos a la que le prendió fuego mientras hacía prisionera a la reina Anacanoa.
Retirar la estatua ideada por Alejandro Arango y Escandón del Paseo de la Reforma, no constituye acto de reivindicación de memoria alguna, ni de nada, más que, en todo caso, de la propia estulticia en grado extremo.
En todo caso, lo que habría que rememorar es que Arango y Escandón, vecino de la Ciudad de Puebla, fue autor, al decir tanto de Hugo Leigh como Marcelino Menéndez y Pelayo del mejor trabajo escrito sobre la vida y obra de Fray Luis de León.
Tampoco abona, reclamar del reino España un pasado cultural del que somos parte conformante, en todo caso, si de promover la lectura se trata, habría que aprestarnos a rememorar el legado que, bajo la influencia italianizante de Gutierre de Cetina, tan entrañablemente ligado a la Ciudad de Puebla, por cierto, recibiera nuestra cultura de Francisco de Terrazas, primer poeta en lengua castellana de la Nueva España.
Dejad las hebras de oro ensortijado
que el ánima me tienen enlazada,
y volved a la nieve no pisada
lo blanco de esas rosas matizado.
Dejad las perlas y el coral preciado
de que esa boca está tan adornada;
y al cielo, de quien sois tan envidiada,
volved los soles que le habéis robado.
La gracia y discreción que muestra ha sido
del gran saber del celestial maestro
volvédselo a la angélica natura;
y todo aquesto así restituido,
veréis que lo que os queda es propio vuestro:
ser áspera, cruel, ingrata y dura.
Muy encima de esgrimir narrativas de fácil acomodo por su impacto estridente, existen tópicos de Derecho Internacional Público en nuestra historia política que acaso habrían de tener plena aplicación y validez en nuestros días, tal y como lo es el concerniente a la eventual falta de un justo título de la Corona de Castilla para emprender la colonización al menos de los islas conformantes del dominio colonense , así como del Anáhuac por parte de Hernán Cortés; claro que formular tal planteamiento exige conocer a fonde el “Derecho de Indias”, así como con seriedad la historia de México.
Atendiendo a que las denominadas Capitulaciones de Santa Fe suscritas entre la reina Isabel de Castilla y el almirante Cristóbal Colón se sujetaron a lo dispuesto en la legislación vigente en su momento, la fuerza de su obligatoriedad constreñía tan sólo a los suscribientes de estos y no a terceros.
Las Ordenanzas de Alcalá, expedidas por Alfonso XI y en las que se deba carácter aplicable a las Siete Partidas; vigentes por lo demás, al momento de suscribirse las referidas ‘Capitulaciones’ , recibían las disposiciones contenidas en el ‘Digesto’ de Justiniano, y consignaban el principio que sigue vigente en prácticamente todas las legislaciones del orbe: “Pacta Sunt Servanda”, “Res Inter Alios Acta”: los pactos obligan a quienes los suscriben y no son oponibles a terceros.
En consecuencia, las denominadas ‘Capitulaciones’ no fundamentaron jamás “justo título” alguno de posesión de la Corona de Castilla sobre las tierras descubiertas por Colón.
En concordancia con las referidas ‘Ordenanzas’, la ocupación como modo originario de adquirir la propiedad tampoco habría revestido tal carácter, dado que dicho modo es tan sólo invocable respecto a la “cosa de nadie” – res nullius -, situación en la que no se encontraban las tierras descubiertas por el almirante de la Mar Océano.
La Bula Inter Caetera expedida por su santidad Alejandro VI, se erigió en laudo arbitral entre Castilla y Portugal rectificando en parte el contenido del Tratado de Tordesillas sobre su respectiva capacidad de navegación en los litorales que al efecto pudieran existir en la travesía del Atlántico.
Dado que el papado no ostentaba el dominio de las Indias, el fallo arbitral en cuestión no podía incluir la donación de tierras que no eran parte de su peculio, y constreñían a los arbitrados en su alcance a comprometerse al pregón de la fe de Cristo en las tierras existentes, dado el concordato previamente suscrito entre la Corona de Castilla y la Silla de San Pedro.
Consecuencia de las juntas de Burgos celebradas en 1512, el jurista Juan López de Palacios Rubio se dio a la tarea de preparar el documento conocido como ‘Requerimiento’, que, al decir de Silvio Zavala, adaptaba el previamente adicionado como parte integrante de las capitulaciones, suscritas en 1400 entre el Rey Enrique III de Castilla y su vasallo normando Joan de Betancort , mediante el cual, se buscó limitar la esclavización y traslado de oriundos de la Islas Canarias a Normandía con motivo de la conquista del archipiélago.
Mediante el documento en cuestión, se hacía saber a los pobladores de las tierras descubiertas que el propósito de toda exploración no habría de ser otro que pregonar el evangelio de manera pacífica y, tan sólo en caso de rechazo expreso a tal encomienda por parte de los residentes en estas, habría “causus justs belli”, dando la victoria el ‘justo título’ a la Corona para posesionarse de territorios.
La pretensión de que las denominadas “Bulas alejandrinas” pudiesen contener una donación del Papa a los Reyes de Castilla fue desestimada en su mismo momento histórico, dado que no habría de encontrar respaldo ni en las “Ordenanzas de Alcalá”, ni siquiera en las posteriores “Leyes del Toro” de 1505, y ni que decir del Derecho de Partidas o el “Digesto” de Justiniano.
“Aquellos requerimientos eran injustos, y absurdos y de derecho nulos”, concluye la Historia de las Indias de Fray Bartolomé de las Casas, y previamente cita el tratado del Bachiller Martín Fernández de Anciso “Suma de Geografía”, en cuyo contenido se alude a la respuesta dada por el cacique Cenú al serle comunicado el referido Requerimiento con su pretensión de contener la aludida donación por parte del cruel expedicionario del Darién Alonso de Hojeda.
“El Papa, en conceder sus tierras al rey de Castilla, debía estar fuera de sí y el rey de Castilla no tuvo buen acuerdo cuando tal gracia recibió”
El Numeral 1, Título Quinto, Libro Cuarto, Tomo segundo de la Recopilación de las Leyes de Indias, consigna la obligatoriedad en la observación del ‘Requerimiento’ por parte de expedicionarios y colonizadores.
Las Leyes de Toro de 1505, por su parte, consignaron el principio proveniente del ‘Digesto’ y las enseñanzas de glosadores y posglosadores de su texto, de la vigencia de las leyes desde ahora, refiriéndose al momento de su aplicación, y no “desde entonces”, conservando las disposiciones del Derecho Romano: “Ex Nunc” y “Ex Tunc”.
La obligatoriedad del ‘Requerimiento’ en la recopilación a cargo de don Antonio de León Pinelo, se consagra a partir de sendas disposiciones expedidas por el emperador Carlos V, la primera en la ciudad de Valladolid el 25 de junio de 1523, y la segunda en Toledo el 20 de noviembre de 1528.
En consecuencia, jamás medió ‘justo título’ alguno respecto al dominio que ejerciera el almirante Cristóbal Colón sobre los territorios de lo que hoy es República Dominicana, Cuba, Jamaica, y la porción continental denominada “El Darién” en lo que hoy es parte del territorio de la República de Colombia; así como tampoco lo hubo respecto a la ocupación de Hernán Cortés sobre el Anáhuac.
Por lo demás, es de destacarse, por una parte, que Hernán Cortés carecía del mandato conducente dispuesto en la ‘Recopilación de Indias’ para realizar la expedición; de suerte y manera tal que, por una parte, su actuación fue jurídicamente nula hasta que mediante pragmática posteriormente emitida por el propio Carlos V dicha nulidad fue subsanada; existiendo por otra parte, en la expedición misma, la semilla de la rebelión tendiente a “alzarse con el reino” que encabezarían sus hijos los dos Martín y don Luis -de la que da cuenta Juan de Torquemada en su “Monarquía Indiana”- y que dotaría a la fundación del ayuntamiento de Veracruz de una peculiar significación política.
Resulta digno de destacarse, por lo demás, que tanto Xicohténcatl y los principales señores de Tlaxcala, así como de Ixquixochitl al frente del señorío de Texcoco se aceptó el pregón cristiano, a grado tal, de que en ambos episodios hubo plena aquiescencia a recibir el sacramento del bautismo.
No habiéndose cumplido los requisitos al efecto contemplados en el ‘Requerimiento’ en los referidos casos, la ausencia de todo ‘justo título’ de dominio por parte de la Corona de Castilla, queda en consecuencia más que de manifiesto.
Atendiendo a lo anterior, me di a la tarea de pedir a la Secretaría de Relaciones Exteriores de México y al Senado de la República su intervención a efecto de demandar la reparación conducente al Reino de España en su carácter de causahabiente a título universal de la Corona de Castilla, reparación que bien puede llegar a ser de índole moral, política e inclusive de resarcimiento por indemnización del daño.
Asimismo, se convocó a las embajadas de República Dominicana, República de Cuba, Jamaica y República de Colombia a sumarse a la solicitud conducente de reparación; así como a las autoridades de Centla, Zempoala, Tlaxcala, Huejotzingo, Cholula, Ciudad de México y Texcoco a suscribir el respaldo conducente.
Por lo demás, el estudio lo más acucioso posible de las fuentes originales de la época constriñe en efecto a reivindicar el nombre de Hernán Cortés como lo han exigido diversas voces, algunas de las que, manifestando ignorancia y altanería supina, han sufrido un reciente desplome en las preferencias electorales más que manifiesto y claro.
Habrá de corresponder en primer término el llevar a cabo tal reivindicación al Reino de España, en su carácter de causahabiente a título universal de la Corona de Castilla , según de las propias fuentes se desprende, toda vez que fue ésta, en vida del propio Hernán Cortés la responsable de destituirle en sus honores, desposeerle de sus bienes e incluso censurar la publicación de sus escritos.
Alejandro Celorio Alcántara a la sazón consultor jurídico de la Cancillería, se dio a la tarea de dar respuesta a una petición y consulta que al titular del ramo fuera dirigida, invocando en su respuesta el tratado de amistad México-España suscrito el 29 de diciembre de 1836 a la muerte de Fernando VII, que constituye en definitiva el pleno reconocimiento a la independencia del país; distrayendo en ello su atención que, en los últimos tiempos , se ha visto concentrada en litigar en las cortes de los Estados Unidos contra los más importantes fabricantes de armas del orbe.
En el tratado de marras, se estipula que el Estado mexicano ha hecho renuncia expresa a cualquier reclamación ante España, sin que por ello se determine que los ilícitos esbozados hubiesen tenido o no la verificación que al efecto se señala en la consulta objeto de la petición conducente.
“Conforme a dicho tratado,- señala la respuesta de la cancillería- ambas Partes pusieron “término al estado de incomunicación y desavenencia que ha existido entre los dos gobiernos, y entre los ciudadanos y súbditos de uno y otro país, y olvidar para siempre las pasadas diferencias y disensiones” que mantuvieron interrumpidas las relaciones de amistad y buena armonía entre ambos pueblos, lo cual se refleja en su artículo II que “habrá total olvido de lo pasado”.
Asimismo, de acuerdo con el artículo VII de dicho tratado, ambas partes se desistieron de toda reclamación o pretensión mutua que pudiera suscitarse, y declaran quedar “libres y quietas, desde ahora para siempre, de toda responsabilidad”.
La más explorada doctrina de los tratadistas del Derecho Civil contempla la noción de “obligaciones naturales”, estableciendo que, son aquellas, respecto a las cuales ha operado la prescripción o la renuncia, y que sin ser exigible, no son, sin embargo, objeto de repetición como “pago de lo indebido” por parte del deudor que voluntariamente hubiese solventado sus responsabilidades.
La similitud de regulación entre la Convención de Viena de Derecho de los Tratados invocada expresamente por el Consejero Jurídico de la Cancillería con la legislación civil no es meramente casual. El célebre artículo El Contrato y el Tratado del profesor Hans Kelsen, deja de manifiesto la coincidencia en la naturaleza de ambos actos, de dónde acudir a la noción de “obligación natural” es más que preciso para desentrañar el alcance de la respuesta esgrimida por la Secretaría de Relaciones Exteriores, de hecho, ninguna otra noción permitiría fundar la decisión de dicha dependencia de turnar la inquietud conducente al área política de la propia secretaría.
Invocar consideraciones civilizatorias a 500 años de distancia es, ciertamente como dijera Mario Vargas Llosa, una estratagema demagógica; no lo es así en cambio, deliberar respecto de un tópico fundamental de Derecho Internacional Público como es el denominado “justo título” de dominio sobre las Américas, dado que, en el caso específico de los dominios de Colón y de Hernán Cortés sobre el territorio de Anáhuac, aquel jamás habría existido.
La crónica precisa y puntual del arribo de las órdenes monásticas a México, consignada en 1611 en el libro XV de la “Monarquía Indiana” de Juan de Torquemada, habrá de resultar de especial interés y relevancia para el área política de la Cancillería.
El Capítulo X del libro en cuestión, narra el regocijo de Hernán Cortés ante el arribo de los franciscanos, que diluía el cuestionamiento sobre el “justo título” de su dominio, del que estaba plenamente consciente, según se desprende de la lectura de la obra de Juan de Torquemada.
“Porque nosotros (dije él) que tenemos dominio y señorío , y gobernamos a los demás, que están debajo de nuestro mando (aunque es verdad que todo procede y viene del sumo Dios), este poder empero, que alcanzamos, lo tenemos limitado, que no se extiende más que hasta los cuerpos y haciendas de los hombres, y a lo exterior y visible que se ve y parece en este mundo perecedero y corruptible; más el poder que éstos (aunque pobres) tienen, es sobre las ánimas inmortales, que cada una de ellas es de mayor precio que el oro o plata, o piedras preciosas…
Por tanto, tenedlos en mucha estima y reverencia, como a guía de vuestras ánimas, mensajeros del más alto Señor y padre de vuestros espíritus, oíd su doctrina y obedecedlos en los os enseñasen y mandaren, y haced que todo los demás lo acaten y obedezcan, porque ésta es mi voluntad y la del emperador nuestro señor, y la de ese mismo Dios por quién vivimos y somos, que a estas tierras nos los envió y a quienes hemos de estar sujetos en lo espiritual”.
Circundada en sus inmediaciones por el edificio ubicado en las Calles de Argentina y Guatemala desde donde José Vasconcelos impulsó el enrome esfuerzo educativo que dio razón de ser a la revolución mexicana, a un costado de la imponente majestuosidad de “El Templo Mayor”, a cuya vista resuenan en nuestros oídos las voces de los “tlamantinimes” del Anáhuac expresando: “mientras exista el mundo perdurará la gloria de México-Tenochtitlan”, a contra espalda de la calle de Moneda en la que se ubica la que fuera la sede de la Real Y Pontificia Universidad de México en la que Alonso de la Veracruz impartiera “latinidades” y Bartolomé Frías y Albornoz “La Instituta” de Gayo, y a unos pasos de Palacio Nacional con su “doble estatura de niño y de dedal” como dijera el poeta Ramón López Velarde , cuyo patio principal alberga la fuente del pegaso: símbolo heráldico de la Ciudad de México.


