La hostilidad de la administración Trump hacía China en materia de política comercial, puede muy bien llegar a tener en las respectivas plantas de Volkswagen y Audi situadas en Puebla, uno de sus principales epicentros.
Por lo que respecta a las fracciones arancelarias concernientes a la industria automotriz, se establecieron determinados porcentajes en el tratado de libre comercio que entró en vigor el primero de enero de 1994, las mismas que tenían como finalidad en la época, beneficiar a las firmas estadounidenses en detrimento de la amenaza nipona, cuyos alcances serían plasmados en un libro clásico de los años 80: “Auge y Caída de las Grandes Potencias” del historiador Paul Kennedy.
Disposición que no afectó en medida alguna al consorcio alemán asentado en Puebla y que, incluso, décadas después de su entrada en vigor, propició el establecimiento de la firma AUDI en la localidad ya referida.
En los últimos años, la valoración de las políticas comerciales de las firmas en cuestión, debieron forzosamente experimentar una transformación vertiginosa, las motivaciones que las animaron al más alto nivel gerencial, no se encontraban ya bajo el principio “ceteris paribus” que les habrían dado origen.
El resultado de las pasadas elecciones presidenciales en los Estados Unidos y la posterior adopción de un tratado de comercio trilateral, suscrita con el objeto de novar al consabido TLC de 1994, elevaron de manera sustancial el contenido regional de las fracciones arancelarias referidas.
El establecimiento de la planta AUDI en San José Chiapa en el estado de Puebla, se decidió sobre la base de reglas de origen que permitían acceder al mercado de origen de América del Norte que, de un momento a otro, variaron sustancialmente.
Durante el año de 2015, VW enfrentaría denuncias por la adopción dolosa de un microchip que alteraba la medición de dióxido de carbono por parte de sus motores, situación por lo que también atravesaría con posterioridad la firma hermana.
Los montos millonarios por concepto de indemnización que tuvieron que afrontar las firmas germanas, evidentemente tuvieron que hacer mella en los balances de sus respectivas tesorerías, situación que fin de cuentas afloraría el pasado 14 de agosto con el desplome en el índice “Dax” del mercado de valores de Frankfurt.
Ante el abultado monto de reservas internacionales de China, para nadie sería un secreto que el Dragón asiático pudiera estar interesado en realizar fuertes inversiones en el capital accionario de las automotrices alemanas, las que, no sólo afrontar los problemas derivados del “fraude del microchip” y las indemnizaciones que del mismo hubieron de derivarse, sino los retos de un proceso de reconversión automotriz que pasa por la transformación de la producción de línea hacía los automóviles eléctricos a baso de litio.
Los más diversos instrumentos de política comercial internacional de la administración Trump, se encuentran por demás imbuidos de animadversión tanto hacía las firmas automotrices alemanas, como en contra del potencial exportador de China.
Tesitura, ante la cual, la planta industrial instalada en Puebla, puede, muy bien, erigirse en fechas próximas en el epicentro de una gran batalla en sentido plenamente equiparable a los que avizorara a mediados de los años 90 el profesor Lester Thurow en su libro “La Guerra del siglo XXI”, ostentado en aquellos momentos la la condición de jefe del consejo de seguridad económica de la Casa Blanca; situación que, de más está decir, habrá de dejar sentir sus efectos sobre la vida interna de la localidad y del país en su conjunto.
Por: Atilio Alberto Peralta Merino