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“Princesa, ¡qué anacronismo!
Ese gigante es el mismo
que derrotó a Don Quijote.

¿Para qué sirven los reyes
si no los tocan las leyes
ni el hambre ni el chapopote?”

Joaquín Sabina escribió Ripiado de palacio en 2004, como regalo de boda para Felipe de Borbón y Letizia Ortiz. Entonces, el maestro empezaba a disfrutar de codearse con la créme de la créme de la aristocracia española; el flaco desgarbado de La Mandrágora vivía el principio de su interminable ocaso contándole chistes verdes al príncipe y rayando el parqué de su lujoso piso de Tirso de Molina o del no menos vistoso apartamento de Woody Allen, en Manhattan, con la exnovia de Fher, el de Maná.

Sabina albergaba o alberga, aún esperanzas de que Felipe modernice la institución anacrónica a la que representa, de que el principito salga del cuento y se mezcle con la plebe de vez en cuando, de que los Ortiz “maquillen con su barniz ilustrado a los borbones”. Lo muy sabinero, muy del Atleti y muy alto, guapo y simpático, sin embargo, no le quita al jefe del Estado español la mácula de que nadie, nunca lo ha votado.

Ningún país donde un ciudadano deba hacerle reverencias a otro, por muy Suecia que se llame, puede considerarse plenamente democrático. España, por su naturaleza, menos: la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, de 1947, mediante la cual se normalizó la dictadura franquista, estableció que España se constituía en reino católico, anticomunista y antiliberal; que Francisco Franco asumía la jefatura del Estado de forma vitalicia y que correspondía al dictador designar a su sucesor a título de rey. De tal suerte, se aceptó que Franco era caudillo “por la gracia de Dios” y que su sucesor y sus descendientes serían reyes… ¡por la gracia de Franco!

El sucesor designado por Franco fue Juan Carlos de Borbón, hijo de Juan, el pretendiente al trono español. En 1969, Juan Carlos fue proclamado príncipe heredero, “porque no había de otra”, según confesaría luego quien lo puso ahí, y en 1975, fue coronado rey para conducir a España por la ruta trazada por el bff gringo, “la de la democracia, las drogas y la pornografía, y otras locuras que, no obstante, no son una fatalidad”, según la misma fuente.

Con Juan Carlos, Franco dejó todo atado y bien atado no para que las instituciones franquistas le sobrevivieran, como supusieron los conjurados trasnochados de media docena de asonadas golpistas en la década de 1980, sino para que sobreviviera la élite político-empresarial de la dictadura, cuyo representante más ilustre se enriquecería cobrando comisiones millonarias por la construcción de centrales eléctricas en Letonia, redes ferroviarias en Arabia Saudita o complejos turísticos en México en sociedad con OHL y con un expresidente que no es el que están pensando. …y entonces, llegó Felipe, tan hijo de Juancho y tan consecuencia de Paco, pero tan sabinero, tan del Atleti, tan alto, guapo y simpático que en el Parque España tuvieron un orgasmo.

Por: Francisco Baeza

@paco_baeza_

Por IsAdmin

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