Al que todavía no le quede claro que, como sociedad, hemos entrado de lleno a un profundo proceso de regresión autoritaria, una de dos: o es cómplice del obradorato o bien, está cegado por el fanatismo.
En tan solo seis años, México pasó de ser una democracia formalmente imperfecta a un sistema híbrido, es decir, uno en el que coexistían instituciones democráticas con instituciones abiertamente autoritarias.
No obstante, después la burda elección de Estado del pasado 2 de junio, bastaron solo seis meses para que el obradorato acabara totalmente con 30 años de esfuerzos por consolidar una república democrática liberal, instaurando en su lugar un régimen abiertamente autoritario de corte populista.
Ante a una oposición totalmente nulificada, una clase media indiferente y la complicidad de buena parte del INE y del Tribunal Federal Electoral, primero lograron imponer una mayoría calificada ilegítima en ambas cámaras mediante diversas artimañas jurídicas.
Luego, con esa “mayoría calificada”, el obradorato se arrogó el derecho, también ilegítimo, de erigirse como poder constituyente y modificar la Constitución a su conveniencia, eliminando de facto la independencia del Poder Judicial y encumbrando al Poder Legislativo como Poder Supremo, incluso por encima del Poder Ejecutivo.
Esto último es muy importante, ya que confirma la hipótesis del Maximato en su variante más perversa: el control de las decisiones políticas desde Palenque, vía el Poder Legislativo, no del Ejecutivo.
Se trata de una situación que no solo debilita la investidura presidencial, sino que demerita la autoridad simbólica que significa tener a una mujer al frente del Ejecutivo dispuesta a asumir un papel de subordinación. Lo cual pone en jaque permanente a la titular del Ejecutivo, al menos de aquí hasta el 2027 que logre librar (si es que puede) la revocación de mandato.
Por si esto no fuera suficiente, con la reciente reforma constitucional que amplía el catálogo de delitos que ameritan prisión preventiva oficiosa, el Maximato finca el camino para neutralizar no solo a quienes, desde dentro del bloque oficialista se atrevan a levantar la voz, sino también a los opositores que resulten incómodos.
Finalmente, como cerezas de este río revuelto, también desde Palenque, se ha impuesto el control de la maquinaria partidista vía Andy, hijo de López Obrador; así como un blindaje especial a las fuerzas armadas gracias a la ratificación de Piedra como comisionada de los derechos humanos.
En suma, en el recuento de daños tenemos en un nuevo régimen populista autoritario que ha logrado neutralizar todos los posibles contrapesos (la desaparición de los organismos autónomos es cuestión de semanas), concentrando el poder de decisión en la persona del expresidente López Obrador, vía el Poder Legislativo, el control del partido hegemónico y la complicidad de las fuerzas armadas. Todo esto, con el acuerdo explícito de los grandes empresarios y líderes sindicales.
Ante este escenario desolador (al que habría que sumar la crisis de violencia e inseguridad), surgen varias preguntas de cara al 2025 que iremos respondiendo en este mismo espacio durante futuras entregas:
Primero hay que preguntarse ¿de dónde va a salir el dinero para financiar esta aventura autoritaria? ¿Lo vamos a pagar los pequeños y medianos contribuyentes, es decir, los trabajadores formales y emprendedores, con una nueva reforma fiscal regresiva? ¿O van a endeudar todavía más al país?
Segundo, ¿la presidenta va a dejar que se impongan más impuestos y que la gente le pase a ella la factura? ¿O se va a atrever a enfrentar a López Obrador? Y si así lo hace, ¿se atreverá a aliarse con el nuevo gobierno de Trump para apalancarse frente al tirano interno?
Y tercero, ¿la clase media y los trabajadores formales, nos vamos a quedar impávidos ante la consolidación de un régimen populista autoritario? ¿Vamos a aceptar que, otra vez, los grandes beneficiarios sean los magnates que conforman la llamada “mafia del poder”? ¿Nos vamos a seguir tragando eso de que “el pueblo” votó por una tiranía al servicio de los mismos capitalistas “compadres” de siempre?