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A la memoria de Fernando Palma, con el dolor de la muerte de un buen panista

¡Conservador! Lo malo no es ser conservador, lo malo es lo que se quiere conservar si es malo. Si lo que se quiere conservar es bueno, gran honor es ser conservador.
Manuel Gómez Morin

¿Estamos en los inicios de una severa crisis? ¿Las instituciones están cumpliendo sus funciones? ¿Hay conciencia en nuestras autoridades de la magnitud de nuestros problemas y de las posibles soluciones? ¿El ánimo de la gente es positivo para enfrentar una situación de carencias y escasez?

Intento dar una respuesta, iniciando con una digresión megalómana. Mi vida política ha sido una secuencia de incongruencias. Estuve a un milímetro de pertenecer a las juventudes comunistas. Fui aspirante a ser masón. Grité mi inconformidad contra el gobierno en 1968. Fui orgullosamente priista y funcionario público “sin cola que me pisen”. Desde hace 26 años milito en el PAN, dedicado a la vida parlamentaria, al análisis político y a difundir su doctrina. Dos políticos del siglo XX son mis prototipos y ejemplos: Adolfo Ruiz Cortines y Manuel Gómez Morin. Creo que las mejores y más auténticas luchas sociales son la Revolución de Ayutla que condujo al triunfo de la República (1867) y la defensa de la libertad de credo de los cristeros (1926). Pobres y creyentes en ambos movimientos, congruente mixtura.

Hoy me defino como conservador y dos son mis citas preferidas. De Lucas Alamán:

“Nosotros nos llamamos conservadores. ¿Sabéis por qué? Porque queremos conservar la débil vida que le queda a esta sociedad, a quien habéis herido de muerte; y después devolverle el vigor y la lozanía que puede y debe tener (…) despojasteis a nuestra patria de su nacionalidad, de sus virtudes, de sus riquezas, de su valor, de su fuerza, de sus esperanzas… Nosotros queremos devolvérselas, por eso somos conservadores”.

Y de Michael Oakeshott: “Ser conservador es preferir lo familiar a lo desconocido, preferir lo experimentado a lo no experimentado, el hecho al misterio, lo efectivo a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo distante, lo suficiente a lo excesivo, lo conveniente a lo perfecto, la risa presenta a la felicidad utópica”.

He tratado por más de 30 años y sostenido debates con el ex presidente Felipe Calderón y con el actual presidente. Son personalidades muy similares, por eso se odian. Soberbios, prepotentes, egoístas, autoritarios, pésimos seleccionando colaboradores y megalómanos.

Retorno al análisis del momento que vive México. No hay indicios que permitan esperar que los tiempos venideros serán fáciles. Por tanto, el primer deber de nuestros dirigentes es conservar la ya de por sí precaria estabilidad, la gobernabilidad y el Estado de derecho. López Obrador necesita serenarse y sentarse a gobernar. Pensar más como estadista y no como candidato en campaña. Darle prioridad a lo necesario para destinar los recursos cada vez menores a lo estimado. Es urgente concebir un plan de gobierno, no de poder.

La normatividad debe ser colateral a la normalidad. Si cada una camina por su lado y la brecha se profundiza, el Estado falla, la historia lo confirma.

Por costumbre, el político mexicano desprecia la ley. Nuestro presidente se regodea violándola. Celebra concentrar poder. Goza aplastando instituciones. Siente un placer casi fisiológico al denigrar a quienes ve como enemigos. Ese es el caso, no nos engañemos.

He perdido la esperanza de que Andrés Manuel escuche. Está convencido que quienes diferimos de él merecemos estar en los círculos dantescos del Infierno. Así no se puede aspirar al mínimo consenso. Lo más grave es el encono social, la fragmentación y la polarización.

El problema es el gobierno. La solución es la ciudadanía. Organizarla, concientizarla, reconciliarla con la política y los partidos es la tarea. Por gratitud, por lealtad, por solidaridad con las generaciones pasadas y las futuras, conservemos lo heredado y, en lo factible, intentemos mejorarlo. Es nuestro mínimo deber.

Por: Juan José Rodríguez Prats

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