Tal vez esta oquedad que nos
estrecha en islas de monólogos sin eco
José Gorostiza, Muerte sin fin
Cuando se me pregunta mi profesión y respondo: “político”, mi interlocutor generalmente me contempla con una mirada de repudio, reclamo o incredulidad. Definitivamente, hoy más que nunca, nos hemos ganado a pulso un enorme desprestigio.
Mi paisano Gorostiza habla de oquedad que, según el diccionario, significa “espacio hueco en el interior de un cuerpo sólido; insustancialidad de lo que se dice y escribe”. En otro verso de su excelsa poesía expresa: “…mi torpe andar a tientas por el lodo”, como si describiera la politiquería que estamos viviendo.
Hay un vacío, todos hablamos sin entendernos y la realidad está sucia, lo cual significa que, al meternos en ella, nos vamos a contaminar. Esas son, entre otras, creo yo, las causas que provocan que la gente vea con enorme desconfianza a dos instituciones sin las cuales las democracias no funcionan: partidos políticos y parlamentos.
La historia nos enseña que esas circunstancias siempre anteceden a crisis más graves. Por eso escribí un breve ensayo que, sin originalidad alguna, titulé Cartas a un joven político. Con gran generosidad, Jesús Silva Herzog me distinguió escribiendo el prólogo, donde hace una acertada reflexión: “Como mi experiencia con el dentista fue desastrosa, iré a buscar un plomero para que me extirpe la muela”. Eso está aconteciendo en los procesos electorales, no tan solo en nuestro país, sino en muchas naciones.
Político y ciudadano tienen cierta familiaridad etimológica. Político proviene de la polis griega y ciudadano de la civitas romana. En su camino su significado se fue distanciando. Se llega al absurdo de negarnos nuestra calidad de ciudadanos a quienes militamos en un partido. “Hay que buscar un candidato de la sociedad civil”, “Yo soy ciudadano, no milito en ningún partido”, se expresa con reiterada frecuencia. Siempre me ha extrañado la palabra “oxímoron”, pareciera estar incrustada en nuestro idioma. Es una figura del pensamiento que, según la retórica, consiste en “complementar una palabra con otra que tiene un significado contradictorio u opuesto”. Podría decirse, por ejemplo, “político ciudadano”. Un verdadero absurdo que se ha fijado en la idiosincrasia de la opinión pública.
Soy de la idea que los fines de la deliberación parlamentaria son esclarecer la verdad y darle racionalidad a la política. Por eso los teóricos han señalado que las asambleas tienen la facultad de investigar y de hacer públicos los resultados, entre otras atribuciones. Los partidos, a su vez, deben postular a los más idóneos para desempeñar los cargos de elección popular. Eso dice la teoría de la democracia, siempre será un ideal, pues nunca se realiza en plenitud. Sin embargo, es el único sistema que tiene mecanismos de contención y autocorrección.
Todo esto viene a cuento por lo acontecido el pasado domingo y por quienes han resultado ganadores en la mayoría de los procesos en los últimos años. Se dice, creo que en forma equivocada, que hemos retornado al viejo PRI. En este espacio he señalado las características de aquel sistema y su evolución.
Ciertamente iniciamos una transición. Salimos del “presidencialismo autoritario” y del “partido hegemónico”, pero no arribamos a un auténtico Estado de derecho. Estamos en altamar, en aguas procelosas y en un barco a la deriva. Ese es mi diagnóstico. Si la ley carece de consensos para ser rigurosamente observada, nos convertimos en dictadura. O vamos a una anarquía desquiciante.
Tal parece que nos regodeamos siendo incongruentes y distorsionando el significado de las palabras. Por ahí deberíamos comenzar: hablarnos como adultos con memoria y con inteligencia y, sobre todo, con respeto a la verdad.
No soy contrario a las alianzas. Señalo riesgos de que, en el afán de salir del hoyo, nos hundamos más. Creo que fue Aristóteles quien dijo: “Una política sin ética no es política y una ética sin política no es ética”.