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He estado leyendo, escuchando y siguiendo a Marwán,  joven y talentoso poeta madrileño, hijo de madre soriana (Soria, España) y de padre palestino, compuso un poema desgarrador acerca las terroríficas vivencias infantiles que su padre soportó durante la niñez en su Palestina natal, lo describe como un hijo de la guerra, huérfano de niñez y viudo de juventud, que la primera, segunda, tercera y todas su infancias estuvieron marcadas por alambradas, trincheras, balazos y lágrimas de su madre y sus hermanos.

Dice Marwán que su padre a los diez y seis fue testigo y víctima de la guerra de los seis días y que al final de todo supo huir y refugiarse en España, lejos, muy lejos de las balas perversas, una España que le abrió sus puertas, en la que pudo construir una familia con un hogar y con unos hijos inteligentes y productivos.

Este año se cumplen ochenta años del exilio español, tan entrañable para nosotros, que trajo en los barcos que hicieron la travesía miles de hombres cultos, industriosos y dispuestos a hacer de este país su nueva patria, de darle nacionalidad por naturalización o nacimiento a  sus descendientes, igual de cultos y comprometidos, hombres y mujeres de nuestro tiempo, del que nos precede y del que viene, exilio y asilo que une a las dos naciones, la mexicana adoptiva y la española integrada.

Las guerras y las injusticias que durante toda la historia ha disputado la humanidad, le han dado forma a un fenómeno migratorio que con el tiempo reestructuró la composición étnica, social, humanista y colectiva de casi todas, si no es que todas las naciones del mundo, que lo mismo le dio identidad al México mestizo como le dio oportunidad, familia y suelo aL lnmigrante que se acogió a la muy tradicional hospitalidad mexicana.

Huir de un país para asentarse en otro no es una decisión que sea fácil, adoptar nuevas costumbres, integrarse socialmente con personas y familias que en muchos casos ni se conocen, ni tienen más vínculos que la necesidad de salir de una condición de violencia extrema, de pobreza y de injusticia, de grupos humanos que buscan nuevas oportunidades y prometedores horizontes, que en su peregrinar dejan huella de su existencia y de su cultura, aunque en estos tiempos a algunos, muchos o pocos les resulte incomodo recibir migraciones múltiples, que resulte incorrecto que algunos como el que esto escribe opinemos que los migrantes, itinerantes o no son bienvenidos, que debemos tratarlos con dignidad, respeto, solidaridad y sobre todas las cosas con el espíritu generoso que debe caracterizar a cualquier sociedad de nuestros días

Me queda claro que huir de un país no es una decisión simple, es una forma de arrancar de raíz una estirpe adolorida,  abatida por la peor de las injusticias y crueldades de la especie humana: la guerra y pobreza, la falta de oportunidades que es una especie de exilio forzado.

México tradicionalmente ha sido solidario con los migrantes, sé que resulta difícil en estos días de pobreza extrema, compartir con los hondureños, los guatelmaltecos,  los venezolanos, los haitianos que necesitan urgentemente de nuestra compasión y apoyo, espero que sean bienvenidos aunque nos cueste admitirlo, es un asunto de humanidad, de humanismo… Pues.

Por: Alfonso Díaz Ordaz Baillères

25 de octubre de 2019

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