Por: Atilio Alberto Peralta Merino

Mario Vargas Llos enumera, en “La Verdad de las Mentiras” a una serie de novelas que marcan el “canon” de la literatura, debo reconocer que no me había percatado de mi abrumadora ignorancia en materia literaria  hasta encontrarme con un título que, a no dudarse  mueve poderosamente mi interés pero del que no tengo más referencia que la que al respecto hacen tanto Harold Bloom como el propio Vargas Llosa,  se trata de la novela japonesa “El Jardín de las Bellas Durmientes”,  y  debo reconocer, asimismo, que “La Romana” de Alberto Moravia la conozco tan sólo en su versión cinematográfica, y que fue en fechas por demás reciente que pude leer “Santuario” de William Faulkner .

Por más que al efecto hayan sido esgrimidas consideraciones lingüísticas , semánticas o de composición idiomática, el denominado “canon” obedece a fin de cuantas al gusto del que lo establece, Vargas Llosa en el caso específico, y respecto al alcance de su eventual validez, Imanuel Kant resulta  por demás contundente en su “Crítica del Juicio”, al señalar que, el que corresponde al gusto estético , éste  reviste un carácter estrictamente personal y sólo transmitible por mera intersubjetividad.

En tal sentido, llama poderosamente mi atención el hecho de que, ni Bloom , ni Vargas Llosa hubiesen hecho mención alguna de una novela que descubrí recientemente, hurgando entre los libros de mi abuela : “La Buena Tierra” de Pearl S. Buck.

Resulta por demás interesante el olvido que cubre a una autora que fue galardonada tanto con el Nobel , como con el premio Pulitzer, retratando con enorme fuerza y singular colorido, a partir de la historia familiar de un labriego, la transformación social de China previa a la Revolución Popular.

Dado los antecedentes familiares de Pearl S. Buck y su propia actividad como misionera presbiteriana en China, país al que llegó a los tres meses de nacida, su relato, claramente influido de tal experiencia vital,  puede muy bien estar emparentado con el de A.J. Cronin : “Las Llaves del Reino”.

  Erigiéndose ambas novelas en la visión cristiana sobre el Dragón, claramente relativa a la descripción  de  una labor misionera en el caso de Cronin y abiertamente católica por lo demás; o como mero substrato acaso sólo sugerido, en el caso de la protestante Buck; diferencia que, en la circunstancia concreta, quedaría totalmente desdibujada según refiere de manera expresa el propio Cronin, quién su propia biografía de católico irlandés, educado por su orfandad con familiares escoceses protestantes, propicia el poner en evidencia la riqueza de matices que al respecto se  hayan presentado en la China de la época.

Resulta por demás perturbador que, a lo largo de “La Buena Tierra”, hijos, tíos , y demás parientes sean tan sólo aludidos por el parentesco en cuestión, en tanto que,  los nombres propios, se circunscriben al protagonista Wang Lung y a sus mujeres , incluida, claro está, la acompañante de su segunda y joven consorte, con quién, previamente a dedicarse a la explotación sexual de las muchachas,  acuerda la compra de la tierra de la “casa señorial” y  que hace la fortuna de Wang Ling, cuando la “gran señora” se enfrenta al quebranto total de su casa por los saqueos de bandas y el despilfarro en placeres entre los que, por supuesto, la ingesta de opio juega un papel preponderante.

“El Jardín de las Bellas Durmientes” que, al decir de los enterados sirvió de modelo a “Las Memorias de mis Putas Tristes” , quizá pudiera tener algún eco, en relación al menos, con el  episodio de las  visitas de Wang Lung a la “Casa de Te” en la que conoce a Loto, su segunda  esposa, y la compra posterior que de ella hace, sólo que en Buck no hay la malicia juguetona con dejo de nostalgia , -tan insensata como el remordimiento- , que se percibe en la Cartagena de Indias de García Marquez, sino el vacío que sólo el contacto de Wang Lung con la tierra  como único posible destino puede mitigar  a fin de cuentas.

La efervescencia y tensión social a lo largo de tres generaciones de una familia de labriegos en China, permite, asimismo, emparentar a la novela de Pearl S. Buck con “La Condición Humana” de André Malraux,  atendiendo a que la autora de “La Buena Tierra” obtuvo el premio nobel de literatura en 1938 es claro que, la  “revolución” a la que aluden los nietos de Wang Lung es la que habría proclamado la república y no a la que encabezaba en esos mismos momentos “El Gran Timonel”, la etapa histórica en la que, precisamente se desenvuelve la trama de Malraux.

Las ideas filosóficas de Kant acaso puedan ser muy bien puestas en entredicho, y establecerse válidamente un “canon” en materia literaria como al efecto lo esgrimen tanto Harold Bloom como el propio  Mario Vargas Llosa, puede ser también que, acaso, en dicho canon , no figure “La Buena Tierra” como una de las obras emblemáticas del mismo, no obstante, el retrato social de la China que precede al actual gigante en plena disputa por Taiwan entre otras de sus actuales manifestaciones emblemáticas , ofrece un motivo más que sobrado  como para  recomendar su lectura en los días que corren, la extraordinaria belleza  poética de su composición idiomática , otra,  a no dudarse.

albertoperalta1963@gmail.com

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