La prisa de la hora es el barullo
Héctor Aguilar Camín
La demagogia y el populismo distorsionan la realidad, la maquillan, la ocultan. Lo acontecido con la amenaza arancelaria revela nuestra profunda dependencia, nuestra grave vulnerabilidad, nuestras notables carencias. El presidente López Obrador, en lugar de resistir más, intentando poner a Donald Trump en una situación menos ventajosa, cedió con súbita prisa.
Considero un despropósito el acto político en Tijuana para aparentar un triunfo inexistente. No hay nada qué festejar. México asume responsabilidades contrarias a su tradición política exterior humanista y fraterna. En los hechos, estamos sustituyendo a Estados Unidos en sus deberes conforme la figura de tercer país seguro como acertadamente señaló Nancy Pelossi, y se violan los derechos de asilo de los solicitantes bajo las leyes estadunidenses.
Con el “Acto de unidad en defensa de la dignidad mexicana y en favor de la amistad con el pueblo de Estados Unidos”, no se cuestiona más al presidente. Ello implica traicionar a México. Todos como borregos en torno a su persona, acatando sus órdenes porque está defendiendo a la patria. López Obrador y la nación son lo mismo, cuidado con atentar contra esos principios. El populismo en su más descarnada expresión.
El acto se caracterizó por la parafernalia de otros tiempos: servilismo, ignominia, mentiras… Nuestro pasado, con todo su atavismo, nuestro presente, con toda su frustración. Duele el futuro de los inmigrantes, ahí el engaño es mayúsculo. El presidente promete todos los servicios, cuando en realidad se violarán sus derechos.
Peña Nieto recibe a quien nos insulta y AMLO se somete a sus peticiones. ¿Es debido a nuestra debilidad? Por largas décadas y pretendiendo disminuir la dependencia de nuestro vecino, sostuvimos un nacionalismo revolucionario que paradójicamente agravó nuestras carencias. Empresas públicas deficientes y corruptas, reparto de tierra que destruyó riqueza y repartió miseria nos convirtieron en un país comprador de energía y de alimentos. Hoy bastaría la disminución de esos insumos otorgados por nuestro “socio” para caer en el desabasto de lo elemental.
Algo hemos hecho mal, en eso coincidimos todos. Sin embargo, me parece que las propuestas de la 4T son exactamente lo contrario de lo requerido. Cerrarnos más, soñar con imposibles autosuficiencias, marginarnos de la globalización es insistir en las mismas políticas de antaño y por tanto obtener los mismos nefastos resultados.
En economía el esfuerzo hecho por tantos profesionales acreditados y las políticas experimentadas en varias naciones han probado lo que sí funciona y lo que genera dificultades. Recaudar lo suficiente y gastar bien son principios añejos, cuya eficacia nadie cuestiona. El gobierno debe recuperar el sentido común. Rescatar proyectos económicos viables y cancelar los inviables. Darle prioridad a los servicios en lugar de regalar dinero. Así de simple.
Los buenos gobernantes enfrentan con valentía las crisis, no las crean para demostrar que son punto de arranque de una nueva historia: el padre de una nueva nación, el líder mesiánico que nos rescató del naufragio.
La ignorancia, si se acompaña de la humildad para reconocerla, puede ser una virtud. Pero si su aliada es la soberbia, el resultado es el desastre.
En mis 50 años de vida política algo he aprendido. Los delitos pueden quedar impunes, las torpezas e insensateces, nunca; tarde o temprano, por desgracia, las pagan los pueblos, no quienes las cometen.
En el vértigo que vivimos desde hace un año, más nos vale serenarnos y reflexionar, sobre todo el presidente. Me atrevería a sugerirle un uso más racional de su tiempo. Más trabajo de gabinete, menos conferencias y actos masivos. Más coordinación de su equipo y menos dispersión de esfuerzos. Más contacto con el exterior y menos contemplación del ombligo.
Por: Juan José Rodríguez Prats